POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
A un año de su partida creo que es hora de reflexión y gratitud; de dejar de sufrir en medida de lo posible, dejar de victimizarnos, como el propio Óscar desearía.
Doy infinitas gracias a Dios por habérnoslo entregado a sus padres con las limitaciones de la vida que no siempre comprendemos cabalmente; cuarenta años de esperanza a partir de su concepción y de una vida llena de alegría para todos los que le rodeamos, por encima de las limitaciones que debió afrontar sus últimos años.
Agradezco a su mamá quien estuvo siempre a su lado, rescatándolo en más de una ocasión de la muerte, siempre pendiente de darle vida una y otra vez merced a sus constantes atenciones de 24 por 7.
A sus hermanos: A Paty quien inteligentemente contrató el plan funerario desde años antes, previendo ese desenlace y a quien dejé a cargo del sepelio al partir yo a Lagos, funeral que se convirtió en fiesta de vida por la liberación de Óscar de su cuerpecito maltrecho. A Octavio, que fuerte como un roble, tuvo que acudir a la difícil labor de reconocimiento del cadáver en el que su hermano ya no habitaba. A Lucero, quien me dio la noticia del infarto previo anticipándome la probabilidad de sus fatales consecuencias, con una dulzura y sabiduría desconocidas para mí. A Fernando, que con su despedida en dos palabras: “Adiós Perico”, y el llanto en el funeral, dio cabal cuenta del dolor que implicaba desprenderse del hermano en el que siempre encontró cercanía y afinidad en todo.
A mi hermana Paty, quien a mi llamada se ofreció a llevarme de inmediato hasta Lagos sin despegarse un momento; apoyo total en tiempo y forma; a mis sobrinos Diana y Óscar, quienes durante varios años se sirvieron a brindarle el apoyo de los servicios que preservaron su salud y le evitaron mayor dolor y daño.
A mi cuñada Estela, quien viajó representando el apoyo de su familia materna; a Pilar y Francisco, por su presencia oportuna y generosa.
A primos, sobrinos y amigos que de manera inesperada se presentaron en un domingo lluvioso para atiborrar la capilla funeraria convirtiendo ese velorio en una fiesta de liberación; por supuesto, a todos nos dolió la despedida, pero el imaginarle brincando de una silla de ruedas para volver a llenar sus ojos de luz y ser recibido por seres que tanto le quisieron, al cruce del umbral, todo eso valió la pena de su adiós.
A un año de distancia vuelvo a agradecer los mensajes de amigos, compañeros de estudios, maestros y alumnos que me brindaron el apoyo y la comprensión que tanto necesitaba para seguir adelante, como Óscar lo hubiera deseado.
A la distancia siento el paso del tiempo en que también haya de enfrentar mi partida con la dignidad y valentía que él lo hiciera, a su reencuentro.