POR JOAQUIN CRIADO COSTA, CRONISTA OFICIAL DE SAN SEBASTIÁN DE LOS BALLESTEROS Y DE VILLANUEVA DE CÓRDOBA (CÓRDOBA). EX-DIRECTOR (2000-2016) DE LA REAL ACADEMIA DE CÓRDOBA. PRESIDENTE DE HONOR DE RAECO.
“A vosotros os caso yo”, dijo Sebastián dirigiéndose a mi novia y a mí en el año 1969. “Porque tú –ese tú se dirigía a mí– eres hijo del maestro D. Antonio, el gran maestro que me preparó –como lo hizo con no pocos paisanos– para ingresar en el seminario diocesano en el que me formé para ejercer el sacerdocio”. “Y tú –dirigiéndose a mi novia– eres una feligresa de la parroquia de San Miguen Arcángel, en la que ejerzo actualmente mi ministerio, y perteneces a una conocida familia en cuyos cotos de caza puedo dar unos tiros e igualmente se lo autorizan a mi padre y a mis paisanos y amigos a través de mí”.
Entre los paisanos y amigos se encontraban Francisco Rot, guardia civil simpático y bonachón, y algunos miembros de la familia del “Mellizo” de la calle de las Chozas, un tanto emparentada con él y muy allegada a mi familia, afincados en la capital de la provincia desde muchos años atrás. Sebastián Márquez Finque, sobrino del “Porrito” que ejercía de cartero rural, me había dado clases iniciales de latín durante algún verano en su casa de la calle Fernán-Núñez, y después estando yo interno en el colegio La Salle, donde estudié el bachillerato de seis años y el “Preu”, y siendo él seminarista de los últimos cursos, me visitaba con cierta frecuencia en compañía de otros curas en ciernes en aquellos tiempos, como Luis Chumillas, de Carcabuey, que después fue mi párroco en San Miguel, de Córdoba, y que murió muy joven. Luis y Sebastián habían sido dos “coquitos” en el seminario.
Su ordenación sacerdotal tuvo lugar el 29 de junio de 1956 en la Catedral de Córdoba (la antigua mezquita). Pocos días después celebró su primera misa en la iglesia parroquial de la Inmaculada Concepción de San Sebastián de los Ballesteros. Aún recuerdo la bandera blanca que durante días ondeó en la torre del pueblo, como ocurría en ocasiones semejantes. Inicialmente estuvo destinado como coadjutor de la parroquia de Santa Bárbara, de Peñarroya-Pueblonuevo, villa que había comenzado su declive
después de los pomposos años de lujo francés que disfrutó a causa de la actividad minera.
En 1959 el obispo lo traslada a Villanueva de Córdoba como coadjutor de la parroquia de San Miguel. Para el profesor Moreno Gómez, en su artículo “Requiem… Don Sebastián Márquez Finque”: “… aquí sembró lo mejor de sí Joaquín Criado Costa mismo, con un talante especial, buscador de lo auténtico, yendo a la esencia del cristianismo, plenamente identificado con el mensaje innovador y renovador del Concilio Vaticano II. Hombre serio, pero afable, contundente, que parecía alemán, y lo sería en sus ancestros porque su apellido Finque es de los colonos germánicos que trajo Carlos III…” a Andalucía.
La labor que desarrolló en Villanueva de Córdoba fue inmensa: la juventud, los cursillos de cristiandad, la cultura, la enseñanza, lo social… nada le fue ajeno. Para Moreno Gómez, “ciertos apellidos sonoros del pueblo no estaban a gusto con sus prédicas sociales, cercanas a la llamada “teología de la liberación” y en marzo de 1971 fue trasladado de Villanueva, con destino a la Carlota”.
En 1972 se cumplió el deseo de Sebastián y nos casó a mi esposa -antigua feligresa suya– y a mí –paisano y amigo– en la capilla de la residencia estudiantil femenina que la Institución Teresiana tenía en la cordobesa plaza de la Concha. La capilla estaba y está en la jurisdicción de la parroquia del Sagrario de la S. I. Catedral de Córdoba, de la que era párroco el conocido sacerdote Miguel
Castillejo Gorraiz, canónigo penitenciario que más tarde fue presidente de Cajasur y compañero y amigo mío.
A Miguel no le gustó nada que la boda fuera en una capilla cercana, un domingo de Resurrección, con los servicios profesionales del organista de su parroquia y celebrando la Misa “un cura rojo”. Puso toda clase de inconvenientes, pero acabó accediendo. Muchos años después, mi amigo Miguel no recordaba este asunto y hasta por mi mediación el canónigo pidió a veces consejo a Sebastián, quien de La Carlota pasó a Madrid para estudiar Sociología en la Universidad de Comillas, lo que le valió para ejercer como profesor de la Escuela de Magisterio de la Iglesia, tarea que compaginó con la de coadjutor de la mencionada parroquia del Sagrario de la S. I. Catedral.
En Córdoba, vivió un tiempo en el popular barrio de las Margaritas y posteriormente pasó a residir a la céntrica calle Ramírez de Arellano, cercana a mi domicilio, razón por la que frecuentemente nos veíamos y paseábamos cuando él iba y venía del Sagrario de la Catedral a ejercer su ministerio sacerdotal. Charlábamos de lo divino y de lo humano y aprendí mucho de él.
Antes, en mis bodas de plata matrimoniales, recurrí a Sebastián para celebrarlas en la misma capilla teresiana de veinticinco años atrás. Fue una Misa en clave de humor y en la comida que tuvimos en el conocido restaurante “El Caballo Rojo” me confesó que era la primera vez que comía allí. Sebastián era todo austeridad.
Las bodas de oro se cumplieron en plena pandemia de COVID 19, por lo que no fue prudente celebrarlas. Teníamos pensado mi esposa y yo recurrir a Sebastián para que presidiera la Misa nuevamente, aunque ya estaba retirado de sus tareas sacerdotales y vivía en nuestro pueblo natal con su hermana Antoñita. Allí, el 19 de enero de 2023 –víspera de su santo–, como dice Moreno Gómez, “murió libre de espíritu, romántico con dignidad, consecuente con el evangelio, apóstol de pro, sin recibir ni desear honores. Valía demasiado, mucho más que todo lo que le rodeó”. Yo lo suscribo. Descanse en paz el hombre bueno, el sacerdote sabio.
FUENTE: Real Academia de Córdoba
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