POR LEOCADIO REDONDO ESPINA, CRONISTA OFICIAL DE NAVA (ASTURIAS)
Despedimos el mes con agua, descenso de temperaturas y hasta una pincelada de nieve por los altos. Tal parece que el refrán, esta vez, debería leerse al revés; En abril, aguas mil; no al entrar, y sí al salir. Y con el mes que termina dejamos también de contar con varios vecinos. Ovidio Corte Verdera, que falleció en Viobes (Nava) el día 9, a los 86 años, fue el primero. Hermanos de Ovidio, ya fallecidos, fueron; José María, Maximino, Elia, Armando, Eladia y Cilo, mientras dos, Otilia y Orencio, siguen con nosotros. Y completan la relación de personas fallecidas tres mujeres, unidas por esta coincidencia; todas descansan en el cementerio parroquial de Nuestra Señora de El Remediu. Argelia Barbes Vega, viuda de Francisco Menéndez, expiraba en Oviedo el día 19, y el 20 lo hacía, en Villamartín Alto (El Remediu), a los 96 años, Sara García Villa, que deja viudo a Aurelio Fernández Nava. El matrimonio tuvo dos hijas; María del Mar, que reside en Valdebárcena (Villaviciosa), y Cecilia, que formó parte, durante un tiempo, de la Corporación Municipal naveta. Y cerramos el listado con Ilda Torga Vigón, que finaba en Hevia (Siero) el día 21. Ilda tenía 84 años y deja viudo a Constantino García Candanedo.
Comentaba yo el otro día con mi amigo Toño Cueto, al que no veía desde hace algún tiempo, mi pertenencia a la coral naveta, cuando intervino su mujer, Coralia, para decirme que ella también formaba parte de un coro; el de la iglesia de San José de Pumarín, en Oviedo, en la que, por cierto, solían cantar, los domingos, la misa de mediodía.
-¿A qué no sabes quién lo dirige?, me preguntó.
-Ni idea, le respondí.
-¡Miguel!, me dice, sonriente.
-¡Caramba! ¿Miguel Ángel Suárez Criado?
-El mismo.
Cuando era pequeño, me iba topando con circunstancias que dificultaban, para mí, el entendimiento de la vida. Pensaba, por ejemplo, que para leer sólo estaban los libros. Por eso, un día, cuando encontré en el Campo de la Iglesia a Miguel, entonces ya un mozo alto, delgado y con gafas, leyendo unos papeles grandes, sueltos, llenos de signos raros, quedé perplejo y desconcertado, al ver que aquellos renglones rayados no tenían letras, ni eran tampoco como aquellos libros de escritura manuscrita con diferentes tipos de letra que tanto nos gustaba leer en la escuela.
La cosa era sencilla; Miguel leía, o estudiaba, partituras. Y esa afición, cultivada con esfuerzo y dedicación, y su habilidad natural, le llevaron con el tiempo a hacer carrera y destacar, en especial, como virtuoso al piano, faceta en la que es de sobra conocido en la capital del Principado, pues, entre otras, tuvo ocupaciones tan variadas y dispares como animar el Café Suizo, (tarde-noche), o ejercer como profesor en el Seminario, supongo que en horario matinal.
Pero, llevando el agua a mi molino, quiero finalizar recordando los ensayos del coro mixto de Ceceda, (que él dirigía, y del que formé parte), que tenían lugar, generalmente, en el pasillo de la izquierda de la escuela de niños, y algunas piezas del repertorio, como “Maite”, “Hawai, lindo Hawai”, “Axuntábense”, etc. También las había de tema religioso, para cantar durante la misa, y villancicos, entre los que, a mi entender, era “Noche de paz” el que mejor entonábamos. Del mismo modo, guardo memoria de cuando viajamos a Sariego y, tras la actuación del grupo de teatro escabechero, cerró el acto el coro, interpretando varias canciones. Han transcurrido, desde entonces, más de cincuenta años. Pero el recuerdo de aquel grupo mixto de jóvenes, con Miguel al frente, bien ensayando, bien ocupando con sus voces, desde la tribuna, con Guillermina al armonio, el espacio de la iglesia parroquial, sigue intacto. Y Miguel, por lo que oigo, sigue dirigiendo, fiel siempre a su amor por la música. De lo que me alegro en el alma.
En la tarde del miércoles 26, entre furioso chaparrón que caía –agua y granizo-, y cálida llugina de sol que volvía –y secaba la calle-, pude escuchar al cuquiellu.