POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Ay, Jerusalén. Ay, esta Jerusalén tan cercana de palmeras y olivos. De campos, surcos, cielos y revolotear de pájaros. De ventanas, rejas y balcones. Palmas y olivos que traen un revoltijo de recuerdos por las impaciencias que van y llegan hacia la espera. Ay, esta Jerusalén que en abril regresa, exactamente igual que en aquellos otros años de aromas de vida recién estrenada. Ay, palmas y olivos que estáis todo el año en las rejas de los balcones.
Así, ahora, bajo el sepia color de la nostalgia recorro aquellas tardes de abril de Jueves Santo. Tardes que avanzaban serenas, en calma, íntimas, envueltas en un aire especial y festivo. Dicen que cuando llega este día, con la luna de Parasceve, es cuando se ciernen las espigas del trigo y los pámpanos pierden el ribete rosa que anuncia el vino. Porque llega el tiempo propicio para que los Judas traicioneros metan la mano en el plato y los Pedros nieguen antes de que cante el gallo.