POR ANTONIO ORTEGA SERRANO, CRONISTA OFICIAL DE HORNACHUELOS (CÓRDOBA)
El pasado domingo día 28 de Julio, se presentó el libro titulado LAS ESCALONIAS, Monasterio Cisterciense, Hornachuelos (Córdoba), prologado por nuestro compañero admirado y amigo el Ilmo. Sr. D. Antonio Linage Conde, Cronista Oficial de la Comunidad de Villa y Tierra de Sepúlveda (Segovia).
Todos/as los feligreses que se desplazaron al Monasterio para disfrutar de la Santa Misa, así como la Comunidad Cisterciense, con su Superior a la cabeza el P. Javier, se volcaron extraordinariamente al acto de presentación. Por tanto me siento plenamente agradecido a todos y cada uno de ellos; pues éste acontecimientos pienso y creo, que es la primera vez que ocurre en un lugar dedicado a la observancia más estricta la Regla de San Benito, que incluso en ocasiones parece ser que se alejaba algo de ésta para tratar de alcanzar las metas logradas por los antiguos “Padres del Desierto”, los austerísimos monjes de la Tebaida egipcia, modelo de un ascetismo más extremo que el ofrecido por el propio San Benito, quien se inclinaba mucho más por lo discretio: la discreción, la moderación, el saber adecuar y disponer lo que le convenía cada uno. Yo como Cronista Oficial de la Villa de Hornachuelos, desde la primera vez que visité el Monasterio y pude comprobar todo lo mencionado anteriormente, me dediqué de lleno a estudiar la Vida Monástica Cisterciense, lo que me ha dado pie, como vulgarmente se dice; que para hablar y escribir de algo, hay que “patearlo” primero, así pues visité varios Monasterios y Abadías, incluso en algunos casos los que poseían hospederías y, pernocté en ellas.
Me uní a los monjes en sus rezos y ruegos a Dios Nuestro Señor; hechos que me produjeron una sensación maravillosa de descanso espiritual; por lo que pasados algunos años, ya en situación de casado, en dos ocasiones mi esposa y yo pasamos unos días de descanso espiritual en la hospedería de las magnifica hospedería del Monasterio Cisterciense de Santa María de las Escalonias. Motivo por lo que puedo asegurar sin temor a equivocarme, que las influencias de estos monjes en la espiritualidad, es la que inoculó en mi corazón tantas emociones que jamás podré olvidar. Pudiéramos afirmar que los constructores cistercienses de los siglos XII y XIII se apoyaron en la estética agustiniana del número y de la proporción de la forma. Un Centro Europeo que captó con vigor esta concepción fueron Cister y Claraval, influenciados por San Bernardo. Por ello las Iglesia que se levantaron o encargadas por él son dignas de los más grandes técnicos de la época, y quiero aclarar que La Oliva, porqué lo visto con propios ojos, entra de lleno en esos planteamientos; ya que considero que ese estilo de construcción hacen escuela fundamental y se acercan muy de cerca a las construcciones benedictinas, aunque se transforman, dándole una pureza y perfección inigualables en todas las edificaciones.
San Bernardo, fue uno de los más grandes místicos de la Historia de la Iglesia. Su experiencia espiritual, junto con la formación teológica que recibió, le llevo a convertirse además en un auténtico prelado y, de manera especial, en un dogmático místico. Si bien algunos adversarios suyos han tratado de negar estas realidades o reducir su valor, aunque varios estudios sensatos han confirmado a lo largo del siglo XX su calidad como extático y como teólogo. La Iglesia Católica, por su parte, no sólo lo canonizó en 1174 (Alejandro III), sino que también le concedió el título de “Doctor” en 1830 (Pio VIII) y, con motivo del VIII Centenario de su muerte, el Papa Pío XII dio a la luz la encíclica Doctor Mellifluus (El Doctor Melifluo), el 24 de mayo de 1983. No obstante, el reconocimiento de 1830 vino a ser más bien una confirmación, pues Alejandro III le había asignado para su misa el Evangelio Vos estis sal terrae, propio de Doctores, e Inocencio III le había dado en 1201 el título de Doctor Egregius.
Pero, no sería justo ignorar lo que ha escrito de mi libro y, de mí por supuesto, éste grandioso hombre y ante todo sincero amigo Antonio Linage, con esa soltura que le conocemos todos cuando expresa algo con exactitud y docta sabiduría sobre la historia de los personaje que yo trato de emular con lo que digo de ellos en mi libro. Y para demostrarlo más vale que lo cotejéis vosotros.
Ahí, va el prólogo, sin quitar ni un punto, ni una coma, o tilde:
Louis Veuillot, el tremendo polemista de L’Univers, veía un síntoma de su incompatibilidad con el mundo moderno en la escasez de monasterios vivos, o sea habitados por comunidades de monjes, no meros monumentos artísticos. En sus tiempos, la restauración monástica consecutiva a la desamortización estaba incipiente, pero de los nuestros podría decirse algo parecido. Muy otra era la situación en el antiguo régimen. En la Galicia de la nostalgia evocada en la peculiar prosa de don Ramón Otero Pedrayo los benedictinos y cistercienses, cabalgando en sus mulas camino de sus prioratos o granjas dispersas, llegan a hacer parte del paisaje.
Pero no es el número el factor que aquí nos interesa al prologar este libro. No es en lo cuantitativo sino en lo cualitativo en lo que estamos pensando. Nos preguntamos por la visión que de los monasterios y los monjes se tiene en el imaginario colectivo de las gentes de hoy. Aunque las comunidades siguen siendo comparativamente pocas resultan bastantes para los deseosos de conocerlas. Algunas tienen hospederías organizadas para la acogida de cualesquiera gentes y no sólo de paso, más allá de la hospitalidad restringida que es uno de los deberes de práctica ineludible en las reglas monásticas. Hay hospederías de ésas con merecida buena fama para la preparación de oposiciones. Una apertura desde luego benemérita. Pero ¿llegan a conocer la entraña de la vida monástica cuántos disfrutan de ella? No lo creemos. Hay que tener en cuenta que no se conoce lo que se tiene cerca sino lo que interesa. A la vista está la manera de vivir en las ciudades modernas en las que no es extraño el desconocimiento absoluto, a lo largo de años de proximidad material, de los establecimientos y las gentes de la vecindad inmediata.
No sólo el desconocimiento sino el desinterés pueden obedecer a la falta de ocasión. Cualquier contacto contingente podría actuar cual válvula de acceso a un mundo de posibles afinidades a las propias escalas de valores y ámbito de curiosidades. Una de estas piedras de toque es potencialmente el libro que tenemos entre las manos, Vida monástica cisterciense, que responde a su titulo.
El autor, Antonio Ortega Serrano, es cronista oficial de Hornachuelos. En la sierra de este nombre hay dos monasterios, y otros dos existieron en el pasado. Ortega se ocupa ahora de uno de ellos, Santa María de las Escalonias, de fundación reciente, respondiendo a una donación hecha a fines del siglo pasado al monasterio cisterciense navarro de La Oliva, éste restaurado que había sido tras del vacío impuesto por la exclaustración que casi ninguno dejó con vida.
El libro comienza narrando la fundación de la orden cisterciense y sus primeros tiempos y exponiendo la entraña de su acuñación en la vida y la Obra de San Bernardo de Claraval. Hace luego una síntesis de toda su evolución histórica, hasta la actualidad, incluido el período restaurador, que dio lugar a unas sedes y empresas de la aristocracia del espíritu, las cuales pese a su escaso número son uno de los fenómenos más atractivos y acreedores a reflexión del mundo contemporáneo.
Además de la espiritualidad y el arte, Ortega Serrano trata de la economía, de la impronta de esa familia religiosa en la agricultura de sus fundaciones y expansión, de esa típica relación suya con el agua que hace una fiesta de la toponimia de sus granjas, todo un paisaje en el sentido geográfico.
Ello le ha sido posible mediante la consulta de la bastante bibliografía francesa, un material ineludible cuyo empleo nos sirve para atraer la atención hacia una carencia de la vida intelectual de nuestros días. En la actualidad se está abriendo paso un avance irresistible de los estudios sobre esta materia en inglés, pero no son bastantes ni podrán llegar a suplantar a los anteriores. Hay que convencer a los jóvenes de que el inglés no basta para todo. Por otra parte, el inglés que mayoritariamente se aprende ahora no es el exigible para la seriedad estudiosa. Felizmente nuestro compañero cronista se ha dado cuenta de ello.
Pero no sólo ha sido a través de los libros como ha conseguido el resultado a la vista en estas páginas, también en la vida. Su estancia en la hospedería del monasterio en cuestión le ha sido lo bastante fructífera para su empresa, también para transmitirnos el mismo concepto de hospedería monacal, en ineludible conjunción con los ideales del monacato mismo, no como cualquier hostelería secular. Yo de mi experiencia ya larga en estas lides he aprendido que para hacer historia monástica, aunque no sea la del último siglo, hay que haber conocido algún monasterio vivo desde dentro.
Bienvenido pues este libro por el pasado y por el presente. Deseable su divulgación que sería prometedora.