POR MIGUEL ÁNGEL FUENTE CALLEJA, CRONISTA OFICIAL DE NOREÑA (ASTURIAS)
Si citamos que Manuel Río Colunga se nos fue de este mundo con la sonrisa que le caracterizaba, quizás no todos los vecinos sabrán a quién nos referimos si no citamos su apodo juvenil, «Chachá». Así no habrá ninguna duda, porque se trata de un personaje popular, querido y respetado en todos los ámbitos locales.
De estirpe noreñense, nacido en una casona de la calle del Truébanu, prácticamente adosada al palacio de los Ponte, Chachá representaba el espíritu condalín más puro, solamente salpicado tras casarse con su Olvido del alma, polesa de nacimiento y de apodo, según nos contaba con la fina retranca que le caracterizaba.
Matarife desde sus años de juventud y partícipe en la vida cultural noreñense, socio fundador del Orfeón Condal y miembro de la primera junta directiva presidida por Rufino Alonso Río, directivo del Condal de Fútbol, miembro militante de la Orden del Sabadiego, partícipe y auténtico valedor de tertulias donde desarrollaba su capacidad psicológica para templar, y animar si hacía falta, el buen ambiente de las mismas con especial ironía no exenta de humor. Donde estaba el amigo Chachá no había sitio para el abatimiento. Tampoco pasaba desapercibido. Siempre tenía unas palabras para terciar en el momento oportuno si la discusión iba a mayores o para animarla si estaba apagado el ambiente.
En la mañana del pasado jueves nos encontramos, como sucedía casi todos los días, y antes de que soltase sus palabras habituales a modo de saludo, «¡esto se acaba!», me adelanté a decírselas como venía haciendo en los últimos tiempos, ya que me las venía repitiendo desde hace quizás más de veinticinco años, siempre acompañadas de su valiosa y perenne sonrisa.
Manuel Río, «Chachá», poseía una buena capacidad como analista para opinar de la vida cotidiana noreñense: de la política, de la deportiva, de la comercial o de la industrial, del paisaje y del paisanaje. Recordaba siempre con buena dosis de alegría la nostalgia por la juventud vivida, su trabajo comprando reses esquivando los siempre inoportunos consumeros, su labor de matarife en las frías mañanas a «teyavana» en el macelo municipal y la posterior y difícil colocación de la mercancía en las fabricas chacineras de la villa. Una labor conseguida a base de garantías que no se lograban de un día para otro en un mundo donde abundaban los pigarras, como él definía a quienes pretendían desconocer la ética mercantil.
Desde el año 1992, en que entró a formar parte de la Orden del Sabadiego, fue uno de los miembros que más disfrutó de las actividades que venimos desarrollando, porque él y su esposa Olvido eran los primeros en solicitar plazas para acompañarnos en cualquier evento -cuanto más lejos mejor- sin que en ningún momento hubiese diferencias a causa de la edad. Sabían aguantar los envites de los caballeros más jóvenes en el ambiente más cordial.
Se nos fue un buen tío, un personaje de la Noreña que nos ha tocado vivir y a quien con tristeza quiero dedicar este breve comentario póstumo, pero a quien siempre recordaré con la alegría de la cual hacía gala en todo momento y en cualquier lugar.
Fuente: http://www.lne.es/