POR JOSÉ SALVADOR MURGUI, CRONISTA OFICIAL DE CASINOS (VALENCIA)
Cantaba Joaquín Sabina hace algunos años, y se sigue cantado «La canción más bonita del mundo» y en su última estrofa decía: «Nunca pude cantar de un tirón, la canción de las babas del mar, del relámpago en vena. De las lágrimas para llorar cuando valga la pena. De la página encinta en el vientre de un bloc trotamundos, de la gota de tinta en el himno de los iracundos. Yo quería escribir la canción más hermosa del mundo.»
De toda la canción, de toda la estrofa y de su bonita melodía, me quedo en aquello de las lágrimas para llorar cuando valga la pena. Llorar a Marta Calvo, si la de Estivella. Me piden que escriba, que diga «algo»… pero ese algo es tan indecible, como impronunciable. Ese dolor de una madre, es un dolor acervo, un dolor sensible, un dolor incomprendido y permitidme la expresión, un dolor sensible cargado de insensibilidad.
Sensible para esa madre, sensible para los seres cercanos, sensible para esas amigas de la madre, para mi amiga Amparo con la que hablé anoche y me decía que «ella había tenido un millón de veces a Marta en sus brazos…» sensible para ellos, insensible para el resto. Las noticias desgarradoras de las «presunciones», de las «sospechas», de las «pesquisas», nos entretienen un día, dos días, una semana; nos hacen salir a la calle a manifestar nuestra repulsa, nuestro odio para quienes la violencia es su espíritu de vida, pero nuestro dolor y nuestra rabia, se queda muy lejos de los que no saben nada, de los que han perdido a ese ser querido, tan querido, que ni me atrevo a referir el cómo lo han perdido. Tampoco voy a entrar a calificar el hecho que sea más o menos delictivo a la hora de impartir justicia. Solo hay un hecho que no tiene justificación y es la muerte de una joven, cargada de violencia y de maldad.
«No quedaré insensible ante el clamor de los pueblos, he de hacer presente en mí, la miseria que hay en ellos.» Insensible y miseria, esa es nuestra guerra. La insensibilidad de la indiferencia, el no saber controlar las miserias humanas; si las miserias humanas, esas que arrancan de la soledad, del no ser felices, de no aceptarse uno mismo como es, de las pérdidas de confianza, del mal decir, del difamar, del no entender al otro, «por qué no me da la gana», de atropellar a quien se me ponga delante, y …. de, de…. Pongamos las palabras que queramos, pero es escalofriante, pensar que nos puede tocar de cerca, cuando todos estamos expuestos a participar de esa larga lista que cada día abren las noticias de todos los medios.
Cuándo pregunté si yo podía hacer algo por esa familia, sumido en un profundo escalofrío, solo me dijeron que podía rezar. Para los que tenemos fe, es importante permanecer unidos en la oración. Estamos en diciembre, hemos celebrado la Inmaculada, vamos camino de Navidad, esos días que todo es más santo, más entrañable… más en clave de paz. Pensé en otra letra de una canción «… dame valor en la lucha que tengo conmigo, y haz que comprende que solo un rival tengo yo, ese rival es el diablo que llevo en mi adentro, cuando me venza a mí mismo seré ya de Dios».
Seré ya de Dios. ¿Qué tiene que ver Dios con este horroroso momento? Seguramente el agnóstico, el ateo, que dice no creer en nada, y es respetable es opinión, tan respetable como el que dice creer, verá la desunión que hay en el mundo para entender que «todos no somos uno», no, todos somos cada uno, vivimos como a cada uno nos apetece, porque el desaparecido sistema, nos ha llevado a que TODO está bien, que TODO vale, y está bien y vale, porque cada uno hacemos lo que queremos.
Triste lección la de estos días, triste madre, triste familia, triste pueblo… pero en medio de esa tristeza, ¿no nacerá un brote de esperanza pensando que hay alguna solución a estos magnicidios diarios? Seguramente la solución está en nuestras manos, siendo elementos pacificadores, enseñando y viviendo con educación, respeto, tolerancia, y confianza. Pasamos muchas horas pendientes de las máquinas, hablando con ellas, y muy pocas horas mirándonos a los ojos.
Adiós Marta Calvo, un poco de tu historia, se queda en mi corazón; quisiera dar mis lágrimas prestadas, para seguir llorando tu ausencia, aunque lo que más me duele, son tus lagrimas silenciosas al enfrentarte con tu inesperada muerte, que precede tú eterna ausencia. Nada ni nadie puede calmar ese dolor, solo la eternidad será testigo de tu corto paso por la vida.