POR JOSÉ ANTONIO AGÚNDEZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MALPARTIDA DE CÁCERES (CÁCERES).
Se va hoy de entre nosotros José María Hortigón Mogollón, un malpartideño bueno en el sentido machadiano de la palabra. Así lo reconocen sus muchos amigos como demuestra la consideración y el general respeto y aprecio con el que contó en vida entre sus paisanos. Su bonhomía nace de la sencillez, la simpatía, el excelente trato con el que siempre atendió a todos los vecinos que se acercaron a él. De arraigadas creencias religiosas, Josë Mari siempre estuvo volcado con la parroquia malpartideña, habiendo sido muchos años Mayordomo del Señor, de San Isidro Labrador y en última instancia, favorecedor de la Hermandad de Alabarderos y Guardadores del Señor que lo nombró su Hermano de Honor en el año 2000.
Conocida es, aunque sólo por algunos como practicante de aquellos cuya mano izquierda no sabe lo que hace la derecha, su filantropía, su generosidad y predisposición a la ayuda al prójimo mediante la caridad y el consuelo. Su coche y su persona siempre estuvieron a disposición para traer y llevar a gentes en relación con viajes realizados por motivos parroquiales, como cuando llevamos a restaurar nuestra querida talla de Jesús Nazareno a los talleres de Plasencia o acudimos a Portugal para elegir el báculo que el pueblo de Malpartida regaló a su obispo electo D. Francisco. También podrán decirlo los muchos que fueron con él en tantas ocasiones a la Casa de Misericordia de Alcuéscar o a los campamentos de verano de Sierra de Gata. Siempre sus chistes y risa franca hicieron entretenidos y alegres los ratos vividos a su lado.
Entre estos momentos compartidos de fraternal y verdadera amistad están -para muchos de mis hermanos guardadores- esas comidas de hermandad del Domingo de Resurrección, para las que siempre José Mari regalaba el cordero -uno, dos, los que hicieran falta, los mejores del rebaño-, comidas llenas de risas, anécdotas, complicidades y amor cristiano. Se nos ha ido el bueno de José Mari. Nuestras más sinceras condolencias a sus familiares y a la infinidad de amigos que deja. Seguro que allá arriba están hoy locos de contentos al recibirle y sentarle de nuevo a su lado el Cristo de la Desenclavación y su inseparable Don Román, nuestro querido y añorado párroco.