POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Visité en La Coruña la casa-museo de Emilia Pardo Bazán, en la calle Tabernas, y el despacho de la escritora mira a la Rúa Parrote y a la iglesia de Santiago, en el Camino Inglés, que siguen los peregrinos de ultramar a Compostela. La portada oeste de la iglesia la flanquean a media altura dos figuras de piedra, casi a escala natural, adosadas a las jambas; un barbudo a un lado, al otro una mujer. Le dijo a Emilia un arquitecto: “No dan solidez al edificio ni se explican, ¿qué hacen ahí?”, y respondió Emilia: “Adorar”. Ahí están, patitiesas y patidifusas, como ménsulas sin más fatiga que el peso de un Santiago a caballo que galopa quedo en el hastial sobre el dintel; rígidas, inflexibles, sin variar un ápice su postura, me recordaron a Rajoy y a Sánchez: se miran con el blanco de los ojos, sin un milímetro de acercamiento en nueve siglos, cada cual velando por sus siglas.
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