POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ).
Cruje el sol sin tregua ni respiro en el mes de las canículas. El de las tardes donde la flama bochornosa, que aguarda desde la esquina, cae a plomo latiendo y envolviéndolo todo. La calle, en agosto, es un horno, embistiendo como un toro echando bocanadas de aire calentón. Por eso ha llegado implorando y pidiendo abanico, un helado y un trago de agua fresca. En agosto, tú, sigues existiendo, aún te sigues llamando, con dignidad, verano.
Agosto es toque de queda que decretan las cornetas que se desangran por el calor del viento solano a la hora de la siesta. Agosto huele a café, a sonido de baraja de cartas y movimiento de ficha de dominó, rompiendo y fragmentando el tedio que gobierna la intimidad de la tarde. Agosto trae olor de jazmín y dulce sonido de una humilde campana que despierta el silencio antiguo de convento de clausura, señalado por el índice enhiesto del ciprés plantado en la huerta por las hijas de Santa Clara.
Agosto es memoria de un amanecer cierto, una llamada de teléfono negro bajo amenaza y decreto de cañón en los cerros apuntando y señalando un día de imborrable recuerdo. Agosto es tapia agujereada, herida y traspasada de cementerio. Agosto cocina en sus pucheros la verdad sensata de sus inocencias. Agosto rompe las conciencias que serán juzgadas por quien debe juzgarlas. Agosto es guiño, destello y llanto de estrellas que cruzan la grandiosidad de los cielos de una noche de verano. Agosto tiene, a mediados, sabor a Virgen, declarado día festivo, solemne y grande.
Agosto trae una blanca camisa que juega, en lo efímero, a ofrecernos un íntimo y ardiente deseo de querer mirarlo todo. En agosto las parejas de amantes, cómplices y enamoradas, juegan y se dan el sí quiero. En agosto las noches tardan menos en venir, remansando sosiego ante la huella que va dejando el tiempo. En agosto se orean las sábanas del ajuar junto a la cal blanca que moltura y vendimia pregonando en las profundidades y honduras del alma.
En agosto, a finales, estarán apuntalados los palos de la Feria, en la espera de que venga y aparezca el primer fogonazo para anunciarnos que el gozo ha llegado, que Ella ya está aquí, para exponerse, un año más, a las veladuras que cincelan los atajos del tiempo. Ella es y será siempre la esperanza que no envejece y la luz que nos toca acariciándonos los recuerdos. (Fotografía César Grillo)