POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA)
De vez en cuando el cuerpo te pide paseo y la mente, tantas veces ofuscada por esta vida frenética, pide descanso, relajación y entrar en tus adentros para dilucidar tantas cosas que el día a día nos trae y que nos agobian.
En esta tierra llana de Castilla, mi tierra, este norte de la provincia de Ávila que es pura meseta que solo se interrumpe por los profundos fosos de nuestros humildes ríos, alguna cárcava de arroyos sin agua y alguna pequeña elevación que para nosotros son las mayores altitudes, pequeñas elevaciones que sin embargo son más que suficientes para desde ellas tener una visión amplia del paisaje. A mí me gusta subir a Cantazorras, esas elevaciones calcáreas blanco-parduzcas que ofrecen quizás las más hermosas vistas desde la lejanía de esa población y sus torres. También a veces he subido a los altos de San Cristóbal de la Vega, junto a su iglesia mudéjar, para apreciar la ciudad encajada en un suave valle, la cuenca del Adaja en esta zona de los arenales. Desde allí los atardeceres son inmensos de luz y color. Otras veces subo a los “ataquines” de Palacios de Goda y Donvidas, otros altozanos que nos sitúan ya en la otra parte de la comarca, la cuenca y valle del Zapardiel, un río más humilde aún, aunque a veces se enfade, y si no que se lo pregunten a los de Medina, que tienen que sacar las barcas, aunque sea de tarde en tarde.
En esa última situación geográfica hace unos días estaba yo absorto con el paisaje cada vez más solitario y triste de esa llanada de nuestra tierra, salpicada de diminutos núcleos de pequeñas poblaciones donde la importancia de las construcciones de sus iglesias mudéjares, salvo algunas excepciones, dan paso a enormes y modernas naves agrícolas y ganaderas que denotan que aún hay vida por estos pagos.
Se estaban anunciando las movilizaciones de tractores de todos los agricultores de España y la zona nuestra se concentraba en Arévalo, como otras veces que para eso es la cabeza de la comarca.
La cosa tiene mucho que ver con eso que ahora llaman “la España vaciada”, no me gusta nada la frase porque, entre otras cosas, parece que ahora descubren una realidad que lleva años dando gritos de auxilio, pero que nadie ha parecido escuchar.
Solo se sujetará una población si en el sitio en que se vive hay verdaderas posibilidades para vivir normalmente. Y no siempre es cuestión de economía, que también, sino de tantos pequeños detalles que cada día asaltan la vida de nuestros pueblos, pequeñas carencias que hacen un todo inhóspito.
Fíjense, también desde esa pequeña elevación, en una nebulosa del ambiente de mi tierra, parece que los temas se te ofrecen por encima del bien y del mal, como decía aquella película de los años 80. Y me vino a la mente una imagen clara, nítida y repetida de aquellas movilizaciones de antaño, la época del gobernador Machuca que por aquí le colocaron el apodo de “machaca” por la contundencia de las cargas que ordenó. Y como consecuencia aquella magna concentración de miles de gentes, y no todos agricultores, porque los arropamos, en un día de respuesta en que llenaron nuestras calles y la Plaza del Arrabal, la plaza de las ferias y los mercados centenarios, también la plaza de las verbenas festivas, que ese día, una vez más, fue el foro y lugar que acogió la voz de nuestras gentes… Cómo pasan los años y, en realidad, qué poco hemos avanzado…
Permítanme, amigos lectores, que yo me siga refugiando en esas nuestras pequeñas montañas, mejor dicho, esas pequeñas elevaciones de la meseta, cuando tengo necesidad de mirar y ver algunas cosas que en la vida diaria son verdaderamente incomprensibles, difíciles de entender y de digerir. Quizás no fueran necesarios tantos tractores para las labores ordinarias. Quizás no deberían ser necesarios como elemento de presión… Pero quizás sean pocos para mover las mentes y voluntades de los mandatarios. O esto también es cosa de la globalización… Mecachis en la mar…