POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Empieza enero y con él los fríos y los vientos contagiosos portadores de «bichos malignos» a los que los científicos denominan «microorganismos patógenos». Es decir, diminutos («micro») seres causantes («genos») de enfermedades («patos»).
No podía faltar la clase diaria en mis comentarios.
Las autoridades sanitarias nos advierten que en Asturias ya hay epidemia de gripe causada por el virus A, que es una gripe agresiva y que «irá a más» a medida que avance el mes.
No es nada nuevo en nuestra región. Ya nos lo contaba con enorme gracia aquel poeta satírico gijonés Luis Fernández Valdés, «Ludi», en su libro «Un kilo de versos» editado en 1915.
Dice así en su poema ¡Vaya tiempecito!:
«… No hay quien no padezca de catarro agudo.
A cada momento viene un estornudo.
Vienen con el reuma malas digestiones,
sufren los horteras con los sabañones…
Yo se fijamente que algunos señores
tienen en la cama siete cobertores…»
Y en otro, titulado «El dos de enero», es más descriptivo de la alarma sanitaria y del tratamiento para la enfermedad. Este es un extracto del texto:
«… ¡Fiebre!, gritó Baltasar
el marido de la Elvira.
¡Tifus!, repitió Edelmira
viendo a su hijo desbarrar.
¡Gripe!, exclamó don Oscar;
y de un bar donde hay monserga
y donde el vicio se alberga,
los gritos roncos se oyeron
de unos curdas que salieron
gritando: ¡Viva la juerga!
La esposa, con santo amor,
cuida al marido en su lecho,
dándole un caldo mal hecho
de gallina y coliflor.
El otro, ante el mal color,
no lo toma, claro está.
Y la esposa, incomodá
grita al ver que no lo quiere:
¡Anda, reviéntate y muere,
ya Rita de cuidará…»
Efectivamente, siempre fueron los caldos de gallina remedios antigripales muy recomendados. No es nuevo el invento pues ya el libro del siglo XI «Kiab-al Wissad» del famoso Abenguefit (Ibn Wafid) de Toledo se aconseja para el tratamiento de catarros y fiebres un caldo muy caliente de gallina negra, joven y afónica.
Los «de pueblu», como yo, somos amantes de los fervinchos (azúcar requemada hervida con leche y «bautizada» con pingarates de brandy, por ejemplo) y de unas buenas dosis de vino caliente.
Lo dice el refranero: » AL CATARRU, DAI COL XARRU; Y SI ESTÁ MUY AGARRAU, SIDRA O VINU CALENTAU».
Yo preparo así mi «vinín caliente»:
En un vaso de vidrio que soporte bien el calor (que no se rompa) echo una buena cantidad de vino blanco castellano (fuerte y recio) muy caliente, dos cucharadas medianas de azúcar (o dos azucarillos), una rodaja de limón y tres o cuatro granos de café. Revuelvo, dejo reposar unos momentos… y ¡toma del frasco, Carrasco!
No hay virus que resista este tratamiento porque, claro, como esperan antipiréticos, analgésicos, etc. etc. el vinín los coge desprevenidos y ¡zas! se van o se mueren.
No, si ya lo explicaba Darwin: Los seres o se adaptan a las condiciones del medio o se extinguen.
¡Ay, Dios mío! ¡Qué cosas! Enero con frío, gripes y debates de investidura presidencial… Esto es la invasión del maligno.