POR JUAN CUÉLLAR LÁZARO, CRONISTA OFICIAL DE LA COMUNIDAD DE VILLA Y TIERRA DE FUENTIDUEÑA (SEGOVIA)
El pasado día tres del presente mes de noviembre falleció nuestro entrañable amigo el Padre Carmelita Balbino Velasco Bayón, de cuyas virtudes y méritos ha dado sobradamente testimonio la prensa en estos días de atrás.
Por lo que a mí respecta, hablar del Padre Balbino supone remontarme en el tiempo a los primeros años setenta del siglo pasado, cuando yo, siendo un niño, viajaba algunos lunes en el coche de línea desde mi pueblo, Fuentepiñel, hasta Valladolid, ciudad en la que cursaba mis estudios de bachillerato. Y en aquel viejo coche de línea era frecuente que se montase en Lovingos un fraile ataviado con su hábito pardo propio de la Orden, y portando una gran cartera que yo me imaginaba llena de papeles y de importantes documentos. De sobra conocido por los viajeros habituales, su sola presencia transmitía un cierto halo de consideración y de respeto pues no en vano personificaba y simbolizaba de alguna manera al Santuario de Nuestra Señora del Henar, lugar de culto de esta Virgen patrona de toda la Comunidad de Villa y Tierra de Cuéllar y de los resineros, y por extensión de tantos y tantos pueblos de la provincia de Segovia y de la de Valladolid.
También me lo imaginaba en mi inocente mente infantil, en archivos de difícil acceso para el común de los mortales rodeado de libros manuscritos y de relevantes pergaminos descubriendo valiosos secretos y misterios de nuestro pasado. Ello me llevó a coleccionar con inusitado interés las sabrosas colaboraciones que relativas a esta Villa aparecían en El Norte de Castilla cuando alguno de sus ejemplares caía en mi poder. A los pocos años, su intensa labor intelectual tuvo como resultado su elogiada y justamente premiada «Historia de Cuellar», cuya primera edición vio la luz en 1974 y que, una vez en mis manos tras convencer a mi madre de que me la comprara (seiscientas pesetas de las de entonces, que era lo que me parece recordar que costaba, era un precio cuando menos respetable) terminó de estimular mi, entonces, incipiente espíritu investigador y hacerme decidir por matricularme en la Universidad en los estudios de Historia y dejar a un lado los de Derecho, que se me presentaban como posible alternativa.
Después, por circunstancias de la vida, le perdí un poco la pista hasta que los avatares del destino quisieron que volviéramos a coincidir en el Centro Segoviano de Madrid, yo ya licenciado en Historia Medieval y él como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia desde 1981 y de la Real Academia de Historia y Arte de San Quirce de Segovia.
Fue aquí, en este Centro Segoviano de Madrid, donde tuvo la deferencia de aceptar mi invitación de presentar en sociedad mi publicación sobre la Comunidad de Villa y Tierra de Fuentidueña, vecina de la suya de Cuéllar, de cuya villa él era el cronista oficial, en unión de los también cronistas oficiales de Riaza (Antonio Horcajo Matesanz), de Sepúlveda (Antonio Linaje Conde) y de Cantalejo (Francisco Fuentenebro Zamarro). Todo un honor para mí, viniendo como venía esta deferencia de una persona que había ido sumando tantos reconocimientos en vida (que son los realmente sinceros, válidos y efectivos) por sus múltiples méritos contraídos.
Y como él era consciente, precisamente, del reconocimiento y de la admiración que yo le profesaba, quiero dejar en estas líneas constancia pública de ello.
Dios salve a los que nos han precedido.
Fuente: http://www.eladelantado.com/