POR FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTA DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Paseaba una mañana de Mayo por la Avenida del Guadalquivir, en Villa del Río (Córdoba), desde la vivienda y granja del poeta Salvador Sánchez hasta la centenaria Torre de la Luz y en la proximidad del camino que nos conduce a las Aceñas, vi unas mariposas volando que se desplazaban entre hierbajos y jaramagos; las miré un rato y quedé cautivado de tanta belleza en sus seductoras alas, de su parsimonioso aleteo y de sus cortos vuelos; así que seguí una, que en realidad eran dos: de tres colores en dobles alas, ella; y la otra negra, su sombra: y vi cómo se posó, no sin antes pensárselo dos veces, en una flor roja de un rosal que, exuberante exhibía su mejor reflejo al sol aquella temprana mañana, junto a otros muchos rosales de variados colores que hay sembrados junto a las aceras de la Avenida, formando las dos largas hileras hermosos parterres que, como arroyos vegetales se ofrecen para deleite de paseantes. Fruto de aquella contemplación es este sencillo relato.
Al principio de la primavera, cuando las plantas de algunos cereales, trigo, cebada, etc. van adquiriendo su madurez y en los arbustos y árboles frutales comienzan a nacer sus hojas y flores, y estas, a exhalar sus penetrantes olores; por entonces, en la naturaleza se produce un gran ciclo de nacimientos, y entre las muchedumbres hacen su aparición las mariposas que nacen de sus capullos y emprenden su colorido vuelo. Tal maravilla hace que por donde pasan, sus bellos cuerpos alados de mil colores vayan dejando, como un cometa nocturno, una estela de curiosas miradas. Y yo me pregunto: ¿De dónde vienen? ¿Dónde tienen sus casas? ¿Dónde se acicalan para conseguir esos reflejos? Pues parecen vestidas para fiestas nupciales.
Por la voluptuosidad de sus vuelos y el atractivo de los mil colores de sus primorosas y delicadas alas, las mariposas están entre los seres del mundo natural que más fascinación provocan a los humanos, ya que la variedad de sus formas, tamaños y sensibilidad, incita hacia ellas una ternura amorosa. Su belleza es tan fácilmente aceptable que puede atraer hasta a un bebé que, sorprendentemente, aun sosteniéndose en pie con debilidad, las persigue elevando sus gorditas manos para atraparlas si vuelan en su proximidad. ¡Qué gozada, para quienes contemplen semejante imagen!
Las mariposas poco vivaces y lentas en su monótono aleteo sobre la silvestre vegetación, se convierten en fáciles presas de avispados cazadores. Sus alas están formadas por miles de diminutas escamas con multitud de colores y su nombre significa en griego “alas con escamas”. Su vida terrenal es muy corta, pues una buena parte de ellas vive días o semanas; algunas, meses, y la gastan vagando por el prado, volando y volando, mientras liban mieles de azucenas blancas, de morados lirios, de amarillas dalias…
Las mariposas que, por su belleza y delicada forma, debieran ser veneradas como ángeles, son sin embargo insectos lepidópteros que siguen el ciclo biológico de su familia: huevo, oruga, crisálida y, adulto cuando alcanza la plenitud y aparecen en ella las alas que la con-vierte en mariposa. El movimiento de sus alas le permiten desplazarse volando entre los matorrales y plantas para buscar sus alimentos libando el néctar de las flores. En este acto, su contemplación produce un efecto plástico de fusión: la flor en un magnánimo éxtasis de madre, seduce y ofrece su néctar a la vacilante mariposa que, revolotea en su alrededor y, que por fin decide posarse sobre los delicados pétalos, alarga su elástica trompa hasta el centro de la flor y, toma con delicado tacto el alimento ofrecido. Después, satisfecha, nuevamente levanta el vuelo, y sin intención sale convertida en mediadora para la creación de nuevas vidas, pues en sus sensibles pies el polen de esta planta se le ha adherido, y la mariposa lo transportará a otra flor donde servirá para la fecundación de nuevas plantas.
Las mariposas más próximas a nosotros, pues en nuestra niñez las criamos en casa, son las nacidas en la variedad de los gusanos de seda, que no son las más bellas: alas blancuzas, antenas pectinadas, el cuerpo voluminoso y corto, y no vuelan. Recuerdo de mi infancia cuando por san José sacábamos cajas de cartón pobladas de huevos al sol, que habíamos guardado en lugar seco y seguro todo el año, y de los huevecillos salían unas pequeñísimas orugas negras que ya olfateaban la tierna morera verde que dejábamos sobre ellas, de la que se comían toda la pulpa de la hoja dejándola transparente como una tela de araña. Gracias a este alimento, en varios días habían crecido los gusanitos y entre los niños se establecía un comercio, teniendo como mercancía el gusano de seda; muy instructivo para el aprendizaje escolar, pues los cambiábamos entre sí, por cuentos u otros divertimentos, y o se vendían o compraban.
El gusano de seda en su desarrollo alcanza hasta los cinco centímetros cuando es adulto y entonces fabrica un capullo de seda y se encierra dentro. Al cabo de unos días, del capullo sale una crisálida o palomita y se aparean macho y hembra, y cuando se desconectan la hembra pone muchos huevos, que son la semilla para el próximo año, y ambos mueren.
No es precisamente en esta experiencia en la que se disfruta de los exóticos colores de sus congéneres.
Donde mejor se puede contemplar la belleza de los exquisitos y delicados colores de las mariposas, de las formas geométricas de sus alas y de su lento movimiento es en el campo; viéndolas desplazarse de flor en flor, o posarse sobre algún cardo o el lomo de cualquier saliente. Hoy día y debido al cercamiento de parcelas y prados, el comerciante, como a casi todo, le ha puesto precio y ha industrializado su reproducción y contemplación, y como si se tratara de ver en un museo un cuadro de Velásquez, así se pueden admirar fácilmente en los mariposarios gran variedad de lepidópteros, en grandes jardines acristalados donde se reproduce el habitad natural.
Pero para las mariposas, pienso yo, que estos habitáculos son cárceles de oro, pues las mariposas, siempre serán del sentir de Miguel de Cervantes, cuando dice que: “la mayor riqueza que se puede poseer en la vida, es la libertad sin rejas” y las mariposas como cualquier otro animal con alas, precisa de verdes prados y aire de los cuatro vientos para ser felices y gozar de la madre naturaleza; y los humanos para divinizarla precisamos un perfil vegetal que les sirva de soporte para contemplar en su pedestal la etérea llama luminosa de sus frágiles y coloridas dobles alas de mil colores traspasadas por el dorado y fulgurante sol naciente.