Cuenta ALBERTO GONZÁLEZ, CRONISTA OFICIAL DE BADAJOZ, que el primer intento de imponer nombres a las calles españolas tuvo su origen en las Cortes de Cádiz de 1812. Allí nació el mandato de llamar Plaza de la Constitución al lugar principal de cada ciudad. Tras esa orden se sucedió otra que mandaba olvidar la Constitución para resaltar la figura Fernando VII, luego la de Isabel II y después le tocó a otros.
De aquellos reyes no se acuerda nadie, pero en todas las ciudades extremeñas se ha repetido el ejemplo. En tiempos de la República, el paseo de San Francisco de Badajoz recibió el nombre de Pi y Margall. Durante la dictadura se convirtió en el paseo del General Franco, y en 1984 volvió a ser el paseo de San Francisco.
Con las últimas leyes aprobadas, los políticos vuelven a la carga, pero la historia demuestra que no siempre la imposición puede acabar con la costumbre.
La prueba está en el colegio que se levanta junto al Convento de San Antonio de Almendralejo. Hace 20 años decidieron que el nombre del santo tenía que desaparecer de su rótulo, y lo cambiaron por el del brillante poeta Antonio Machado.
De aquello ha transcurrido mucho tiempo, pero la asociación de padres y madres del centro no parece tener dudas. En la última celebración de Las Candelas situó detrás del escenario una enorme pancarta en la que se leía el nombre que dan a la agrupación de padres: “AMPA San Antonio”.
Buscado o no, esa noche mágica en la que el fuego quema los malos espíritus, unas pocas letras impresas en una cuidada lona blanca volvieron a demostrar que es el pueblo, y no la ley, quien pone nombre a las cosas.
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