ALEGORÍAS EN TIEMPO DE NAVIDAD
Dic 26 2020

POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (PRINCIPADO DE ASTURIAS)

El tiempo es Navidad

La fiesta que la Iglesia ubicó donde la antigua Roma celebraba la del nacimiento del “Deus Sol Invictus” (el invencible dios Sol) está de nuevo entre nosotros.

Pero las metáforas y alegorías no tardaron en aflorar, porque conmemorar que Dios nació entre los hombres provocó consecuencias auténticamente revolucionarias.

El simbólico recordatorio de la Navidad nos depara los buenos deseos, los cuales portan la intención de ser un paraguas protector para aquellos a los que se dirigen.

En la lista de las preocupaciones que nos perturbaron en el agonizante año que nos deja, detenta el primer puesto la pandemia universal que nos asaltó y continúa como una okupa sin distinción de razas, credos ni naciones.

De manera que, algo desasidos de nuestros hábitos y costumbres, seguiremos deseando para el año que se inaugura en breves días la liberación de este mal sobrevenido, aunque aun necesitemos largos meses para rescatar los días de la regularidad pasada.

Tiempo especial para pensar en los ancianos, tensos ante su soledad y su desaparición, y lo mismo en los jóvenes, tenaces ante sus dudas y sus desesperanzas.

A los primeros les deseamos que la inminencia del fin nos les acibare el resto de sus días, porque hasta ahí llegaremos casi todos. A los segundos, una rebeldía gozosa que remedie su mundo y una dadivosidad que los haga fructíferos.

Los demás deberían recoger su alma un tanto desparramada en estos tiempos, confusos por tantas razones.

Entre actuar de una manera respetuosa con las normas establecidas o hacerlo de forma antisocial -sin olvidar a los muchos que toman parte por la bondad o la maldad dependiendo de cómo sople el viento- hay un trecho muy explícito.

Desde Santa Teresa de Calcuta a Adolfo Hitler la humanidad ofrece un amplísimo y variado espectro social en el río de la vida que -rápido o remansado, da igual- parece que nos aleja de nosotros.

No es una alegoría el intentar llevar una vida íntegra hasta su término, con sus ofertas y sus sustracciones, sus dones y sus decomisos.

En este año que concluye hemos vuelto a hacernos -más que nunca- las primigenias preguntas sobre el sentido o la esencia de la vida, la forma en la que la utilizamos, el concepto de la solidaridad, qué entendemos por trascendencia…

Otra vez la Navidad parece decirnos que el deber más alto que tenemos es el de ser felices, aunque pensemos que a la felicidad o a sus cercanías nunca se llega del todo.

Conviene no sacrificar la vida en un vértigo lleno de urgencia y ruido, de desazón y estrés, muy especialmente en estos tiempos en los que parecemos olvidar los consejos que nos daban los buenos maestros, enseñándonos ideales de buenas maneras, de prudencia y respetabilidad, atención y flexibilidad, empatía y compasión.

Algo así parece ocurrir con cada mes de enero, al menos en los propósitos para dejar atrás lo que consideramos negativo y volver a revestirnos de lo que de irrepetible tenemos cada uno de sensitivo, de espontáneo, porque no hay época auténticamente humana que intente oponerse a lo que hay en el corazón del hombre y de la mujer: lo noble, lo digno, lo cortés, lo complaciente.

Lo que nos separa o nos acerca no es la escasez o la riqueza, sino la existencia de un deseo común, de una admiración simultánea, sentimientos que no cuestan dinero y que tratamos de reactivar cuando enero regresa a nuestros calendarios.

 

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