ALEGRÍA
Ene 12 2020

POR MANUAL GAHETE JURADO, CRONISTA OFICIAL DE FUENTE OBEJUNA (CÓRDOBA)

Crecen en progresivo número los lectores y críticos que valoran más las obras de los finalistas del Premio Planeta que la de los propios ganadores, y no creo que sea necesario reflexionar mucho sobre las razones de esta ponderada estimación. Nadie duda de la capacidad narrativa de Javier Cercas pero, a la hora de comparar, Manuel Vilas, en esta contienda, lo vence por goleada.

Aunque todo es cuestión de paladares. Estoy convencido de que el perfil del lector influye de manera considerable en la apreciación de una obra, no tanto por su calidad –para lo que es obligado ser un experto– como por la capacidad de atraer su atención y su ánimo. Vilas declara que Alegría no es mera continuación de Ordesa, novela que le ha permitido superar la espinosa barrera de la popularidad, pero admite –y son evidentes– los temas recurrentes en torno a la familia. Si en aquella se trataba la pérdida de los padres (que siguen siendo personajes capitales), en esta nos enfrentamos a la relación de padres e hijos, en la mayoría de los casos mucho más heridora. La novela de Vilas deviene empapada de una atmósfera poética que nos envuelve y nos cautiva.

Hasta en los detalles más nimios, el escritor despliega una emoción candente, incendiaria, presta a despertarnos del sueño de la abulia en el que parece que vivimos, transformando el oscuro túnel en un sendero de luz. Y no se trata de una misión fácil, sobre todo porque el protagonista es un hombre propenso a la melancolía, a la depresión incluso. Me gustan las novelas que no parecen novelas sino espacios vitales, lugares de refugio donde el alma tiende a solazarse, sobre todo si están rociadas de poesía, con las características propias de la poesía: cadencia, símbolos, sueños, emociones.

Y ‘Alegría’ es un vademécum. En cada página aflora la sensación salubre de recobrar la belleza, por muy ardua que sea la verdad que nos ciñe, por muy gris que amanezca el don de la esperanza. El narrador despliega sus vivencias debatiéndose entre un alter ego, Arnold Schönberg, que representa el pensamiento más oscuro, la presencia constante de Mo, su segunda joven esposa, y sus hijos Bra y Valdi, sobre todo este último, a quien le une una particular connivencia. Vilas sabe que su novela participa íntimamente de lo subjetivo, de la retórica de la lírica, pero no se trata de una elección espontánea sino un sopesado proceso de introspección personal. Circular y hasta envolvente, Vilas nos lleva a los lugares comunes sobre los que olvidamos reflexionar, preocupados por cuestiones accesorias, llegando cuando ya no hay remedio, dejando que lo mejor de nosotros inexorablemente se desvanezca.

Fuente: https://www.ideal.es/

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