Es uno de mis autores preferidos. Por su obra y por su trepidante vida. Me ha llamado poderosamente la atención este articulo, en el que se describe la visita que hizo el gran escritor francés Alejandro Dumas a parte de España, y mas concretamente a Madrid, para asistir a una gran boda real doble de los Reyes Isabel y Francisco de Asís y los Duques de Monpensier y la hermana de la Reina. y es por ello por lo que me gustaría que lo leyeran , porque es interesante conocer la labor en este caso, de cronista oficial circunstancial por una vez del escritor mundialmente conocido. De Historia de Madrid
El autor de El Conde de Montecristo y Los Tres Mosqueteros estuvo en Madrid en 1846 a petición del ministro de Negocios Extranjeros francés, que le propuso que asistiera como cronista oficial a la boda de la infanta española Luisa Fernanda con don Antonio de Orleáns, duque de Montpensier, hijo menor del rey de Francia Luis Felipe. La fecha elegida para la boda era el 10 de octubre de 1846, fecha en que su hermana mayor, la reina Isabel II, cumplía los 16 años. Fue además una doble boda ya que también Isabel se casaba con su primo Francisco de Asís. Las bodas se celebraban en el Palacio Real de Madrid.
Alejandro Dumas y sus acompañantes llegaron una mañana y estuvieron buscando alojamiento sin éxito hasta que en la Carrera de San Jerónimo «por casualidad alcé los ojos y leí sobre una puerta todavía cerrada estas palabras: Monier, librero francés. Lancé un grito de alegría. Era imposible que un compatriota nos negase la hospitalidad ó dejase de ayudarnos a buscarla […] una ventana del entresuelo se abrió; una cabeza cubierta con un gorro y un tronco adornado con una camisa, aparecieron en una ventana —Qué se ofrece? preguntó la cabeza. —Somos yo y mis compañeros contesté querido Mr. Monier que hace dos horas buscamos posada. Si no quereis proporcionárnosla nos veremos obligados á comprar una tienda á algun general carlista en retirada y å acamparnos delante de la puerta de Alcalá. Mr. Monier me oia abriendo los ojos á cada instante mas y mas; indudablemente procuraba reconocerme —Perdonad, me dijo, pero habeis pronunciado mi nombre y no os conozco —Sin duda que sí cuando sé cómo os llamais —Ya! mi nombre está sobre mi puerta… —Tambien el mio —Cómo! sobre mi puerta! —Yo al menos le he leido —Cómo os llamais? —Alejandro Dumas. Mr Monier dió un grito, se dió un golpe en la frente y desapareció. Un momento después aparecía en calzoncillos en una de las puertas de aquel pequeño patio convertido ahora en recibimiento».
Casimiro Monier era un francés residente en Madrid desde hacía años. Tuvo negocios de librería, casas de baño y había adquirido el edificio de la antigua Fontana de Oro donde se presentó Dumas. El escritor venía acompañado por su homónimo hijo, sus colaboradores Maquet y Boulanger, y un exótico criado abisinio llamado Eau-de-Benjoin, Pablo en su nombre cristiano. «El famoso novelista francés Mr. Alejandro Dumas, ha traído un morito de paje, que anda por las calles vestido de Ótelo. Este nuevo personaje llamó ayer la atención en el paseo de Atocha. Bueno es que los españoles nos vayamos acostumbrando á estas y otras importaciones que nos han de venir del vecino reino» (El Clamor Público, 11 de octubre de 1846).
Dumas que era buen cocinero y se consideraba a sí mismo un gastrónomo, no se llevó una buena opinión de la comida en Madrid. «En Madrid el cocinero y la cocinera exceptuando en las grandes casas se suele suprimir. No había pues que pensar en buscar cocinero ni cocinera. En Madrid, los que quieren comer, entiéndase los extranjeros, van al mercado ó mandan á él á sus criados, después ellos guisan ó asan por sí y ante sí los objetos que han comprado para su consumo». Monier les recomendó un restaurante que llevaba un compatriota francés. «En cuanto a la comida, Mr. Monier nos había indicado un restaurador italiano llamado Lardy, en cuya casa debíamos encontrar una comida honorable. En Italia, donde se come mal, los buenos restauradores son franceses; en España, donde no se come mal del todo, los buenos restauradores son italianos». El hecho de que considerase que Lhardy era un restaurante italiano hace pensar que no llegó a comer allí.
El escritor acudió a la boda celebrada en el Palacio Real vistiendo un traje de fantasía según dijo un periódico. Tuvo varias cenas con el embajador francés y otras personalidades españolas; fueron días intensos. Dumas era tremendamente popular en Madrid y mucha gente quería conocer al autor de El Conde de Montecristo, como una viuda aficionada a la literatura que «averiguó bien pronto donde se hospedaba, y aun procuró informarse de las señas personales de Mr. Dumas, porque presentía que había de conocerle si llegaba a encontrarle en la calle; y para conseguirlo, todos los días y á diferentes horas, daba repetidos paseos por frente á la casa de Mr. Monier, examinando á cuantas personas entraban y salían, y comparando sus señas con las que ella creía distinguían a Mr. Dumas».
Un día vio salir de la librería de Monier un hombre alto, grueso, muy colorado, con los ojos saltones y el pelo un poco largo y descompuesto «y aun cuando las señas no convinieran enteramente con las que ella tenía del novelista francés, la ofuscó la vehemencia de su deseo, y dijo: «no hay remedio: este es Alejandro Dumas». Lo siguió muy de cerca, por la puerta del Sol, y ya en la calle Mayor, llena de entusiasmo se adelantó, paróse delante del hombre que la arrebataba, y con tono resuelto le habló en estos términos. «Je soi contenta de vous conocer, Mr. Dumas; je sent mon coeur palpitare de plaisir» […] El hombre gordo y colorado, que apenas podía salir de la sorpresa que le causaba aquella afectuosa y amabilísima señora , que tiernamente le alargaba su mano, esclamó haciendo un jesto no muy agradable, y en un tono un poco destemplado y seco: «You are mistaken, milady. I’am not Mr. Dumas, have never had any thing to do neither with him, non with any frenchman». Y continuó muy serio su camino. La delicada señora quedó sobrecogida y casi espuesta á un ataque de nervios, diciendo allá á sus adentros; «ay Jesús! ¡qué brusco es Mr. Dumas! no es esto lo que yo me había figurado ¡y qué francés tan cerrado habla, que no le he entendido siquiera una palabra». Un conocido de la señora que había presenciado la escena tuvo que sacarla del error diciendo que no era Dumas sino un inglés. (El Clamor Público 25 de octubre de 1846).
Ya al llegar a la frontera, el jefe de la aduana de Irún al reconocer su nombre, había ordenado que le dejasen pasar sin siquiera revisar su equipaje de mano. En Madrid, Dumas fue «á encargar a un armero la compostura de algunos fusiles de caza. Puso el artífice bastantes dificultades en hacer el encargo tan presto como se le exigia, pero habiendo oido pronunciar el nombre del célebre novelista, se quitó la gorra y con el mayor entusiasmo prometió hacer cuanto se quería, llamando á sus oficiales para que le conocieran. Merci mon brave! le contestó Dumas alargándole la mano. Nos han dicho que el escritor quedó mas pagado de la admiración del artífice español que de muchos y lisongeros elogios que ha recibido en los salones» (El Español, 21 de octubre de 1846). Lo mismo le sucedió en otro establecimiento. «Es el caso, que habiendo Dumas encargado unas botas de caza á un zapatero de Madrid, el buen artesano le contestó no sin gracioso donaire. «Y las haré con mucho gusto y esmero por ser para el señor Dumas; que nunca puedo yo olvidar los buenos ratos que me ha proporcionado su Conde de Monte-Cristo» (El Clamor Público, 21 de octubre de 1846).
En Madrid el pintor Madrazo y el escritor Bretón de los Herreros le mostraron el museo del Prado, los teatros y los monumentos. No podía faltar la asistencia a una corrida de toros. «En la corrida de toros que se celebró ayer en la plaza de las afueras de la puerta de Alcalá, vimos al célebre Alejandro Dumas sentado en una delantera de grada. El novelista francés aplaudía con verdadero entusiasmo las suertes difíciles de los diestros. Mas de una vez le oímos exclamar batiendo furiosamente las palmas: Bravó, bravó M. Quincharrés [Cúchares]. Mucho ha debido gustarle en efecto al escritor mas fecundo de los franceses, la mas animada, la mas grandiosa y dramática de nuestras fiestas populares. Su ardiente imaginación sin duda encontrará en el espectáculo español por escelencia, ancho campo donde dilatarse en brillantes y pintorescas descripciones. Mr. Dumas tomaba apuntes en un papel de los lances mas notables, segun las instrucciones que al parecer le daba el señor Roca de Togores» (El Clamor Público, 16 de octubre de 1846).
En Madrid Dumas se encontró con varios amigos franceses que también estaban en la capital. Decidieron hacer una excursión al Escorial y uno de ellos quedó encargado de alquilar el vehículo. «Bajamos, el coche estaba efectivamente abajo con sus cuatro mulas etc Era una berlina de caja amarillenta y de cubierta verde […] se echó de ver que la caja era bien poco capaz para ocho personas. Yo propuse que se trajese un segundo coche; lo que a todos pareció bien; volvió á salir Desbarolles con el encargo de que tardase lo menos posible pues era ya la una y el mayoral nos habia exigido siete horas para andar las siete leguas que separan á Madrid del Escorial […] Cincuenta minutos despues de la salida de Desbarolles, Achard que estaba asomado a la ventana lanzó un grito de asombro y de curiosidad […] Corrimos allá y vimos efectivamente avanzar al trote un desventurado cuadrúpedo cuyas flaquezas ocultaban un mundo de perendengues de cascabeles y campanillas que constituyen la toilette de un caballo español; vimos un coche también lo mas fantástico que jamás habíamos visto […] Era un extravagante vehículo que soportaban dos enormes ruedas pintadas así como las varas del mas fuerte bermellon. La caja estaba pintada de azul claro con grandes follajes verdes; todo este follaje estaba habitado por infinidad de pájaros de todos colores que volaban de aquí para allá; en medio habia un papagayo de color de lila el cual batia las alas mientras se comia una naranja. En Paris este carruage se hubiera vendido ciertamente muy caro á cualquier aventurero mercader».
Después Dumas continuó su viaje a Toledo y Andalucía. En Cádiz embarcó para Argelia. El relato del viaje lo hizo en «De París a Cádiz», escrito de forma epistolar. De Madrid dejó escrito: «Decididamente Madrid es la ciudad de los milagros. Yo no sé si Madrid tiene siempre las mismas iluminaciones, los mismos ballets y las mismas mujeres, lo que sí sé es que me entran unas ganas terribles, ahora que gracias a las precauciones que he tomado tengo asegurada mi existencia material, de naturalizarme español y elegir domicilio en Madrid. Soy más conocido y quizás más popular en Madrid que en Francia. No es extraño que deje aquí doce días de los más felices de mi vida».