POR RICARDO GUERRA SANCHO CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO
No hace tanto que conocí a una persona docta y muy especialista en arte, y más aún en arte religioso por el que ha sido numerosas veces comisario de exposiciones muy importantes. Pues verán, las redes electrónicas también tienen su punto de interés, y son útiles para el encuentro con personas afines. Estaba yo un día mirando comentarios de temas de arte en el facebook y me encontré con una opinión sobre un tema de mi ciudad, e intercambiando mensajes sobre el tema invité al interlocutor a visitar Arévalo y poder mostrarle el tema de que tratábamos y poner en común los puntos de vista. Era un joven historiador de arte, Javier Baladrón. Efectivamente concretamos una visita que pronto se realizó y se presentó con otro profesor de arte, Alejandro Rebollo, al que yo había visto referenciado pero que no conocía personalmente, y nos encaminamos a ver aquello que tanto habíamos tratado por las redes. Vimos las esculturas del tordesillano Felipe Espinabete (1719-1799), el último gran escultor barroco de la escuela de Valladolid, el autor de las esculturas principales del retablo de San Martín Obispo de Arévalo, concretamente la figura de San Martín a caballo dando la capa al pobre, San Isidro Labrador y su mujer Santa María de la Cabeza, unas esculturas rotundas y con personalidad. Precisamente no hace tanto pude ver alguna obra suya en el Museo de Escultura de San Gregorio de Valladolid, y también en Las Edades del Hombre, lo que me refrescó la memora y el valor de este escultor, el último gran seguidor de la escuela castellana de entalladores. Después visitaríamos el Museo de El Salvador con el Juni y otras obras de interés, como el conjunto de la Transfiguración del Señor, obra del taller local de Tomás Martínez Herrero que realizó para el templete del altar mayor en 1793, y el Cristo de la Buena Muerte, de un seguidor muy cercano a Berruguete. Y como no el San Zacarías, nuestro románico que Rebollo conocía hacía tiempo, cuando la escultura estaba en la capilla de Las Angustias medio en penumbra, y la ponderó en su medida de experto.
La verdad que fue una mañana extraordinaria y con los visitantes pronto entablamos complicidad artística. Algún tiempo después otra visita con Baladrón, a Espinosa de los Caballeros a ver su ábside románico y sus pinturas, como habíamos comentado viendo el pantocrátor de Santa María, en esta ocasión con otro amigo común, Sergio Núñez, que ha escrito sobre pintura mural en Castilla y León, un nuevo encuentro con densidad artística y compartiendo pareceres.
En el Simposio de Isabel en Valladolid coincidí de nuevo con Alejandro y de nuevo comentamos muchas cosas de arte, era un experto y gran comunicador con el que pronto sentí complicidad. Le acompañé a Madrigal y Medina en la mañana de visitas isabelinas y en esta ocasión el tema de conversación profunda giró más sobre la historia e Isabel, y pude comprobar que manteníamos bastantes opiniones afines. Y unos meses después en abril de este año en su compañía, como guía especial y con el amigo común Baladrón, visité la exposición “Ecce Homo: El Hijo del Hombre” en la iglesia de las Francesas de Valladolid, extraordinaria exposición con explicaciones de excepción de este gran maestro del arte, una de sus muchas exposiciones como comisario experto en arte religioso.
Aunque esto ya lo he contado en alguna ocasión, hoy lo quiero recordar en homenaje a este amigo nuevo en el tiempo y viejo en la intensidad. Un nuevo maestro había irrumpido en mi vida de la mano del arte y, aunque he tenido poco tiempo material para disfrutar de su sabiduría y amistad, me ha dejado una intensa huella.
Yo le había preguntado por medio de un mensaje por su salud, y me dijo “de nuevo en casa y en reposo por prescripción médica. Poco a poco voy mejorando. A ver cuándo volvemos por la historia de Arévalo…”, pero, apenas unos días después cuando Javier Baladrón me dio la noticia de la muerte de Alejandro, me quedé sorprendido, no pensaba en la gravedad de la dolencia. Y murió invocando a Isabel… sin más comentarios.