
POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Nació en Montijo, en 1931, en la calle Pérez Galdós, antigua de Piñuela. Tiene ochenta y nueve años. Más de setenta de ellos dedicados a la música, su pasión. Hijo de Francisco y Juana. Es el menor de seis hermanos. Aprendió las primeras letras en la escuela de la seña María Moreno, cerca de donde él nació. Luego estuvo con Dolores Núñez, en la Plaza de Jesús. Por último Alfonso Romero, en los duros años de la posguerra recibió las enseñanzas del maestro Pablo Sánchez Fernández, en el colegio Padre Manjón.
Dejó los estudios como muchos niños de su generación. Fueron años muy difíciles. El trabajo le esperaba. La fábrica de lejía de Alejandro Gragera, en la calle Cánovas fue su primer empleo. Después pasó como carpintero por la empresa Colonias Penitenciarias Militarizadas, luego Felipe Corchero, Invecosa, Agresa, en Puebla de la Calzada. Y con la empresa de Antonio Enrique Medina.
LLEGA A LA MÚSICA CON TRECE AÑOS
Alfonso Romero entra en la música a los trece años. Antonio Calle, el cacharrero, fue el que lo introdujo en la Banda de Música que entonces dirigía don Andrés Mena. Primero en las dependencias de la Casa del Pueblo, calle de Mérida, y luego en los bajos de la desaparecida Plaza de Abastos. Alfonso comenzó a recibir lecciones de solfeo y cómo tocar el requinto. Luego se fue haciendo más músico con el clarinete para acabar con el saxofón tenor.
Recuerda que fue el bueno de Diego Gutiérrez el que le dio facilidades para tener un clarinete, que cambiaría por el saxofón que conserva. Tiene sesenta años este instrumento con la inscripción: Ronner, Musik-Instrumenten, Fabrik Wolt-Aux. Ser componente de la Banda Municipal de Música le acercó al mundo de las orquestas.
Recuerda Alfonso una orquesta que hicieron para tocar en unas fiestas de Villar del Rey. Fueron cuatros días donde Diego, Álvarez, Antonio el colorao y Alfonso Romero pusieron lo mejor de sí mismos para que los villarenses disfrutaran con la música y canciones que producían. Una orquesta que no tuvo nombre pero que repitió en otros escenarios, como, entre otros, el cercano Lobón. Tiempos en los que el público solicitaba pasodobles, boleros, tangos y fox.
Alfonso Romero cuenta cómo alternaba tocando con la Banda de Música en el quiosco de la Plaza de España, bajo la batuta de don Andrés Mena. Las piezas, la Banda las tocaba una cada media hora. Entre una y otra salía corriendo hacia el baile de Iglesias, donde junto con los hijos del propietario amenizaba el baile. Y a la media hora vuelta de nuevo al quiosco de la Plaza.
LA MONTY Y LOS REBELDES
Después llegó la Orquesta Monty que fundó el músico Diego Gutiérrez. Una orquesta ejemplar. Una gran orquesta, que en sus comienzos la formaron: Diego, Álvarez, Carlos y Alfonso. Luego se incorporaron Pedro López, Rodrigo Sánchez y Pepe Caballero. Alfonso Romero compaginaba la música de su saxofón tenor, con su cálida voz, permutando las canciones con tres vocalistas que tuvo la Monty: Inés Espinosa “Soraya”, Chony Luz, y la griega Nina Jancovich Papadoulos. Alfonso Romero tuvo como referente el estilo y sabor de Antonio Machín, al que siempre ha admirado. La orquesta Monty estuvo muy ligada a la Piscina Cavi, al baile de Cuéllar y a infinidad de templos de la música en la provincia de Badajoz y Portugal. Pero la Monty echó el cierre, y su testigo fue recogido por la orquesta Los Rebeldes.
Los Rebeldes ofrecieron buena música en el Salón de Miguel Cuéllar. Desde aquel escenario, la voz de Alfonso Romero animaba a las parejas en los bailes con la música que sus componentes, con agrado y simpatía, recibían las peticiones de los jóvenes. Alfonso Romero, Pepe Caballero, Antonio de la Fuente, Carlín y Luichi, fueron los primeros “rebeldes”. Luego se produjeron varios cambios, llegando Manolo Delgado, Sanguino, Ángel Acevedo, Casimiro Oliva y Joaquín Chaves, entre otros.
La Banda de Música había desparecido por el desinterés de las autoridades municipales. Su último director fue el bueno del maestro Antonio Rico. Pero años más tarde, una fotografía, evoca una mañana de Reyes Magos, 6 de enero de 1983, frente a la Puerta del Perdón de la iglesia de San Pedro. Día en el que se refundó la Banda de Música. Y en esa fotografía está Alfonso Romero, junto a Manolo Campos y Gregorio Montero. Alfonso estuvo bajo las órdenes de quien había sido su compañero, Pedro López. Luego llego Santiago Méndez González; para él un buen director que hizo una gran Banda de la que salieron buenos músicos. Hasta que con sus años decidió dejar la Agrupación Musical, dando paso a músicos más jóvenes.
Alfonso Romero ha dedicado más setenta años a la música con la Banda Municipal y las orquestas. Imposible contar sus actuaciones, sus interpretaciones en salones de bailes, en fiestas, ferias, bodas y celebraciones. Su trabajo profesional y su dedicación por la música han marcado su vida. Una vida compartida desde hace más de sesenta años con su mujer Francisca Gragera, sus dos hijas, cinco nietos, dos de ellos con genes musicales, y tres bisnietos. Por todo ello, Alfonso Romero Pérez debe sentirse satisfecho. Fueron muchas las parejas que bailaron con sus canciones, melodías inolvidables que evocan un tiempo que fue para no volver.
CANCIONES DE UNA ÉPOCA
Conserva Alfonso un libreto de partituras con las canciones que interpretaba, entre las que destaco: Aquellos ojos verdes. Angelitos negros. La barca. Bésame muchos. Adiós Mariquita linda. El beso. Buenas noches mi amor. Camino verde. El cumba chero. Solamente una vez. Perfidia. Camino verde. Amapola. Mira que eres linda… Fueron años, más de tres décadas, cuando el baile y el aroma de las canciones lo era casi todo. Porque llegaba el tiempo para que las parejas sintieran la verdad cierta que amar nunca es ridículo, se tenga la edad que se tenga. Mientras la música se derramaba por los territorios del baile, y la voz dulce y acaramelada de Romero cantaba: “Reloj no marques las horas porque voy a enloquecer. Ella será para siempre cuando amanezca otra vez”.
Para los que disfrutaron de la música y canciones de Alfonso Romero, recordarán el rito que hacía al finalizar las actuaciones en el Salón de Baile, cuando al cantar: “Manisero se va, manisero se va. Caserita no te acuestes a dormir. Sin comerte un cucurucho de maní… Me voy, me voy…”. Para anunciarle a las parejas: “Y con esta actuación nos despedimos de todos ustedes hasta el próximo día si Dios quiere”.
(ARTÍCULO PUBLICADO EN EL PERIÓDICO CRÓNICAS DE UN PUEBLO)
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