POR ANTONIO MARÍA GONZÁLEZ PADRÓN, CRONISTA OFICIAL DE TELDE (LAS PALMAS DE GRAN CANARIA-CANARIAS).
(A la memoria imperecedera de mi tío César Armando Padrón Espinosa)
Mucho se ha hablado de las singularidades de los usos y costumbres insulares. Debo confesar que nada me es más cargante que el empleo continuo de lo nuestro para diferenciarlos, siempre a mejor, de lo de ellos. A veces, no tenemos que hacer más ejercicio que saltar por los múltiples canales de radios y televisiones autonómicas para asistir a ese ridículo baile del nuestreo. Queriendo así afianzarnos en unas peculiaridades, que nada tienen de tales, pues si bien son características de un lugar, no por ello lo dejan de ser de muchos más.
En un mundo globalizado, como eufemísticamente se ha dado en llamar al actual, se obvia las influencias que desde siempre han tenido, en mayor o en menor grado, las diferentes civilizaciones. Hagamos por tanto un recorrido histórico por los últimos 4.000-3.000 años sobre dos elementos muy comunes a todas ellas y presentes en las casas canarias de antaño. Nos referimos a los aljibes y a las destiladeras. Con respecto a los primero debemos refrendar que no han caído en desuso, pues gracias a las normativas vigentes en la mayor parte de nuestros municipios, ya van pasado a mejor vida los bidones en las azoteas, sean éstos de la contaminante uralita o los por ahora supuestamente exentos de cualquier peligro, realizados en lo que vulgarmente llamamos plásticos.
El aljibe, hay constancia histórica de ello, es tan antiguo como las primeras civilizaciones agrarias-ganaderas, que para la nuestra tiene cimientos propios en las antiguas aldeas y ciudades de la Mesopotamia, sin restar importancia a las regiones más áridas de la Península de Anatolia, así como a los territorios hoy ocupados por los estados de Siria, Líbano, Jordania, Israel y, como no, Egipto.
Para ilustrar lo anteriormente afirmado baste recordar La Gran Cisterna Basílica de Constantinopla con nada más y nada menos que con 9.000 m2; las numerosas cisternas de la Ciudad de Roma y, la realizada con gran destreza por los árabes peninsulares en la milenaria Córdoba. Saltándonos los siglos y las posteriores explicaciones, debo recomendar una visita al magnífico aljibe del Lazareto Sucio de Gando (Telde, Gran Canaria), obra ésta de notable belleza y utilidad, diseñada por Juan de León y Castillo en el último cuarto del siglo XIX.
Pero empecemos por lo primero ¿Qué entendemos por aljibe? Digamos que al ser palabra de origen árabe no es común denominación en todos los países europeos, más bien sería el de su sinónima cisterna. Según el diccionario de la RAE (Real Academia Española) el aljibe es un espacio habilitado para guardar agua procedente de lluvias o depositada ahí de forma artificial. Ahondando más en el tema que nos ocupa, podríamos decir que el aljibe o los aljibes tienen o presentan diferentes tipologías. Los hay sobre la superficie y también subterráneos. En Canarias existieron aljibes, según parece, antes de la llegada de los colonizadores castellanos.
Algunas cuevas habilitadas para el almacenaje de agua, aún hoy tienen idéntica función en algunos barrios limítrofes de la ciudad de Telde, como es el caso de La Gavia, Tara y Cendro. Los aljibes podían surgir de forma accidental, tales son los que guardaron las aguas en las entrañas de una cueva de origen volcánico, pero de éstos no vamos a hablar. Sí lo hacemos de los que fueron diseñados y hechos con suma industria por el ser humano.
Volemos hasta la Isla de El Hierro que, por no tener fuentes naturales, si por ello se entienden nacientes continuos de agua, los cronistas nos dicen que los bimbaches (aborígenes naturales de esta Isla) utilizaron las gotas de aguas condensadas en las hojas y ramas de un tilo, vertidas en unas oquedades de factura humana hechas a los pies mismos de éste. El milagro hizo que el árbol en cuestión se le calificara de Santo y se le pusiera nombre propio: Garoé. Actualmente estas pocetas debidamente restauradas siguen ahí para asombro de propios y extraños.
Si nos vamos a la Villa Capital de la Isla, Valverde o a cualquiera de su medio centenar de localidades, tenemos en pocos kilómetros cuadrados la mayor variedad de aljibes de toda Canarias. El primer aljibe de ese largo listado, lo daríamos en llamar de burbuja o cueva volcánica. Éste surgía del aprovechamiento de una cavidad subterránea que, impermeabilizada a base de mezclar ciertas tierras con cal y ceniza volcánica, permitía la conservación de las aguas tanto en cantidad como en calidad.
Yo he conocido varios aljibes de ese tipo, uno en Valverde, que ha pertenecido durante siglos a la familia de don Francisco Espinosa Padilla y que abastecía a varias casas de esa saga. Y otro de enormes proporciones en la casa que fuera de don Isidro Padrón Hernández y más tarde de sus herederos, en el lugar que dicen El Lunchón en el valle del Golfo. La techumbre de dicho recipiente sirve a su vez de patio central para la casa y demás edificaciones circundantes y, ocupando toda la superficie aquí descrita, una magnifica parra aísla el suelo-techo de las extremas temperaturas, que el sol puede llegar a generar. La oscuridad de esos depósitos subterráneos es casi absoluta, cuestión esta que se mantiene gracias al brocal (boca o abertura que comunica el interior con el exterior o viceversa) entre otras cosas por la forma y estrechez del mismo.
Por lo tanto, ya tenemos una función complementaria con respecto a su primera utilidad, nos referimos claro está a que, gracias a la presencia del aljibe, existe el patio y éste es un elemento aglutinador y también distribuidor de las diferentes estancias de la casa herreña tradicional. En él, los poyos de piedra o cemento frotado colocados estratégicamente en partes de su perímetro, así como los parterres y macetas ahí presentes, junto a la humedad del subsuelo, hacen de todo el espacio un lugar extremadamente acogedor, sobre todo en las tardes del largo estío.
En la parte alta de Valverde, en el barranco conocido como De la Cueva se haya uno de los aljibes más peculiares de toda la isla, que pasamos a describir en las siguientes líneas: En el margen derecho del cauce medio de dicho barranco existen unas huertas o bancales que sujetan la tierra cultivable gracias a numerosas paredes de piedra. Allí unos abrigos o cuevas cobijaron otras tantas construcciones que según don Dacio Darias Padrón, antiguo Cronista de la Isla, son edificaciones domésticas presumiblemente datadas a principios del siglo XVI. Por encima de estas construcciones, podemos apreciar la gran cueva que da nombre al barranco.
Desde tiempos inmemoriales se ha utilizado como granero y pajero, así como lugar para guardar ganado, tanto caballar como vacuno, caprino y bovino. Sus dimensiones son excepcionales, pues a una altura realmente importante, le corresponde una superficie nada desdeñable y al fondo una puerta, que se nos asemeja a cualquier otra que comunicaría esta primera dependencia con otra más profunda. En verdad es la boca de otra gran cueva, pero a un nivel más bajo, que ha servido desde siempre como un gran depósito de agua. Esta cueva perteneció a don Juan Miguel Padrón Hernández, pasando a su hijo don César Padrón Espinosa y actualmente a su nieto don César Padrón Padrón.
En el lugar denominado los Charcos de los Lomos existen varios aljibes de muy diversa hechura y tamaño que recogían no pocos litros de agua gracias a la alta pluviosidad del lugar. hasta allí se llevaban los ganados para abrevar. Este espacio en los últimos años ha sufrido algunas transformaciones, desapareciendo los pilones que servían también para el lavado de ropa entre otros menesteres.
Caso excepcional es el de la llamada Cueva de Tefirabe que, por sus grandes proporciones, no deja de impresionar a quienes han tenido la ocasión de bajar a su interior. Hace unos años, se llevó a cabo labores de limpieza y restauración que permitieron su puesta al día. Algunos vecinos y personas interesadas se introdujeron en ella, pues se había vaciado toda el agua que hasta ese momento contenía. Y cual sería la sorpresa al ver las grandes cúpulas que con destreza habían llevado a cabo sus constructores.
Fueron varios los lugares de la misma Isla, en donde no se corrió con la suerte de encontrar y disponer de cavernas u oquedades naturales, así que tuvieron que fabricar aljibes de manera totalmente artificial. Éstos podían ser bajo tierra, excavando el picón (jable o lapilli) cuando no, el duro basalto, o la más maleable lava volcánica. Éstos en su mayor parte eran de forma cúbica o circular, añadiéndole después un techo capaz de mantener el habitual tránsito de personas sobre él.
Cuando se quería ahorrar tiempo y dinero, se hacía algo parecido en cuanto a dimensiones y cubicaje, pero al aire. En este caso si bien no se podía aprovechar como parte integrante de patio alguno, al estar más elevado que el resto del terreno circundante, se le daba unas funciones nada desdeñables, desde el punto de vista de utilidad doméstica. Nos referimos a que no pocas veces esos aljibes elevados en uno, dos metros, eran utilizados como secaderos, tanto para las pieles de cabras, ovejas, conejos; cuando no de pescado. Y no pocas veces para ciertos frutos agrícolas que veían en su pasado o deshidratado un método muy seguro de conservación, nos referimos a los famosísimos higos pasados o las uvas pasas, a los que tenemos que añadir los tunos, también llamados higos chumbos o higos picos.
Estos mismos aljibes, servían como lugar de reunión en no pocas ocasiones en que se recolectaban algunos productos del campo. Allí se secaban al sol las piñas o mazorcas de millo o maíz, que más tarde serían descamisadas y desgranadas para su posterior utilización. Así mismo, era el lugar preferido para poner al sol las sabrosas pantanas, lo que en Gran Canaria conocemos por calabazas blancas o de cabello de ángel ¡Vete a donde el aljibe y dale la vuelta a las pantanas!¡ No vaya a ser que se pudran! Y como tantas otras funciones, sobre estos aljibes se improvisaban no pocos mentideros, lugar en que tanto mujeres como hombres dejaban pasar el tiempo, entre trabajos varios y animadas charlas.
Entre aquellos secados se podían llevar a cabo otros tantos como el del colmo (paja de trigo, cebada o centeno) aprovechable los unos como tejados y los otros para fondos de sillas, sillones y no pocos colchones. La crin y la lana también se lavaban y se secaban sobre los aljibes, cuando no existía otra superficie de fácil acceso plana y limpia en la casa.
De todos los aljibes se extraía el agua utilizando un balde, cubo o cualquier otro cacharro que con un ligero golpe de soga caería ladeado o boca abajo sobre la quieta superficie del agua allí reservada. El jeito o la maña no se improvisaba y así de padres y madres a hijos e hijas se iba trasladando esa forma peculiar de servirse del agua allí contenida.
Hemos circunscrito los diferentes tipos de aljibes a la Isla de El Hierro porque son los más conocidos por este Cronista, esto no quiere decir que en todas y cada una de las islas que conforman este Archipiélago Atlánticos no existan otros tantos ejemplos y variantes. El agua, nuestro bien más preciado, ha sido motivo de no pocos quebraderos de cabeza, entre los pobladores de estas ínsulas. De ahí que preservar el sagrado líquido haya sido motivo de múltiples desvelos a lo largo de los siglos.
En otro orden de cosas vamos a hablar ahora de las llamadas Pilas, pilas de destilar o destiladeras. En la Casa Museo León y Castillo de la ciudad de Telde, existe una pila, no redonda como comúnmente son, sino ligeramente oval, que tiene ya más de doscientos años. Cuando ante ella pasan los visitantes se quedan sorprendidos y se interrogan sobre qué función tiene ese elemento pétreo-arenoso, por lo que no pocas veces los guías y yo mismo hemos tenido que explicar de que diantres se trata. Tanto en nuestra capitalina Playa de Las Canteras, concretamente en su famosa Barra, así como en algunos lugares del litoral teldense, léase La Charca de Las Salinetas, existieron o existen canteras en las que se extraían bloques cuadrangulares de arenisca, que tallados primorosamente y horadándola, haciéndole lo que se llamaba la cesta o el cubillo, se dejaba un vaso cóncavo en el que se podía depositar una cantidad de agua, que media entre los cinco y diez litros aproximadamente.
Esta agua, gota a gota, se iba destilando y purificando de manera que se convertía en agua potable para el consumo humano. Las destiladeras podían estar, al menos de dos formas y material. La más común era aquella que se encajaba en un hueco de pared en donde no debía dar el sol a ninguna hora del día. En la parte intermedia de la hornacina en cuestión se atravesaban dos palos en horizontal como sostén de la pila de arenisca y, debajo de ella, a cierta distancia se colocaba una balda la más de las veces de mampostería y sobre ella un recipiente de losa o barro cocido, que en Gran Canaria le solíamos llamar bernegal.
Este recipiente, recogía gota a gota el agua destilada que caía con ceremoniosa lentitud. Se completaba el utillaje con un vaso o tazón de idéntico material, con él se extraía la cantidad necesaria para saciar nuestra sed, pero jamás se utilizaba ese recipiente para llevarnoslo a los labios, sino que se hacia una mudanza o vertido entre ese jarroncillo y el vaso que, de forma individual, cada persona acercaba al lugar. En los lugares públicos, colegios, hospitales, etc., a la primera jarrita, que se introducía en el bernegal se le podía poner un arete de latón con picos en forma de estrella para disuadir a cualquiera de beber directamente de él.
Las pilas también se podían montar encima de un cuerpo de madera, que a manera de burra de cuatro patas cumplía idéntica función que la hornacina anteriormente reseñada. La decoración, en donde se mostraba la mano de la señora de la casa, se hacía plantando con delicadeza y cuidado utilizando un poco de barro arcilloso culantrillos que con su verdor alegraba la vista, al tiempo que daba frescor y, lo que era más importante repelía a las moscas y mosquitos. Cuando el mueble que contenía la pila era todo de madera, se le sacaba unos cuernillos en las esquinas de las patas que ascendían por los cuatro costados y ahí se colocaban de forma artística tazones de hojalata sobre esmaltados, de porcelana o cualquier otro material lustrado.
Terminemos este relato hablando de una funcionalidad casi olvidada, para los potenciales usuarios de los aljibes y las destiladeras. Me refiero a que aquellas y éstas se podían utilizar y de hecho se utilizaban como fresqueras, en un mundo en donde ni en sueños existían las neveras y demás frigoríficos. Así cuando se compraba carne, pescado o cualquier otra vianda susceptible a malearse con la temperatura ambiental, se ponían a buen resguardo en alguna bandeja o cesta de caña, cuando no de mimbre. Y con una larga cuerda se bajaba desde el brocal, hasta casi llegar al agua en el interior de los aljibes. Allí con una temperatura mucho más fría que en el exterior, se conservaban a las mil maravillas. En el caso de las destiladeras, se utilizaban las partes laterales o las más bajas para tras puertecillas confeccionadas con telas metálicas o sutiles celosías de madera, elementos éstos que permitían transitar el aire fresco, guardar por unas horas aquellos comestibles que pudieran ser más deteriorables.
Pues a todo ésto, algún amante de llamarlo nuestro se llevará una gran desilusión cuando lea que este Cronista ha visto todo ello en Egipto, en Italia, y en algunos lugares de la más cercana Andalucía. Somos herederos de una civilización que hunde sus raíces en lo que hemos dado en llamar La cuenca del Mediterráneo y nuestras aparentes genialidades son sino adaptaciones de viejos usos y costumbres, que otros pueblos hace miles de años ya practicaron con éxito. ¿Dónde está entonces nuestro mérito? Pues nada más y nada menos que en haber sabido emplearlo, adaptándolo a nuestras circunstancias geográficas. Sacándole el máximo provecho y mejorando alguna de las técnicas primitivamente empleadas. Hoy nuestro valor no es otro que no destruir, sino conservar el rico Patrimonio Etnográfico que poseemos y que a veces despreciamos por creer que son antiguallas y para poner broche final a la crónica de hoy, digamos que no todo lo antiguo es viejo ni todo lo viejo tiene porqué ser antiguo.
FUENTE: https://www.teldeactualidad.com/articulo/geografia/2021/01/27/299.html