ALLÁ POR EL 64
Jun 12 2019

POR LEOCADIO REDONDO ESPINA, CRONISTA OFICIAL DE NAVA (ASTURIAS)

Damos un repaso al tiempo de mayo que medió entre el l5, San Isidro, y el 31, la Visitación de la Virgen María, con la intención de reseñar algunas de las cosas ocurridas a lo largo de esos días.

Repaso que iniciamos anotando el deceso de María Ofelia, la madre de Celestino José Díaz Cueto, estimado médico de familia que ejerce su profesión desde hace años en el Centro de Salud de esta villa. María Ofelia Cueto Moro, que finaba en Pola de Siero el viernes 17, era viuda de Celestino Díaz Montes “Cariño”, y contaba 85 años.

Cambiando de asunto, podemos decir que el sábado 18 la agrupación coral naveta intervino, en la villa de Jovellanos, en la tercera edición de las Jornadas de Polifonía que organiza el Ensamble Vocal Gijón, edición que contó también, junto con los de Nava, con la participación del Coro de Voces Blancas del Conservatorio de Música y Danza de Gijón y el Coro Voces de Cimadevilla.

Luego, el domingo 19 tuvo lugar la celebración de la Primera Comunión, en el templo parroquial, y el miércoles 22 fallecía, en el Sanatorio Adaro, de Langreo, el naveto Isaac Vigil Cifuentes, que contaba 91 años. Y el siguiente domingo, 26, con la cita en las urnas, se cerraba el alargado periodo electoral.

Se puede decir que el tiempo, en el mes, ha respondido, en general, a su fama de florido y hermoso, y luce ahora con gracia el benitu su floración olorosa y blanca, flores que mi madre acostumbraba recoger y guardar en una saquina de tela, para utilizarlas como remedio, en forma de infusión, o fervinchu, cuando, con el frío, llegaban los catarros. Sabios remedios caseros, entonces de uso común.

El mayo que ahora termina tiene forma, en mi recuerdo, de días de sol madrugador, cielo azul, luz brillante, larguísimas tardes y dorados atardeceres, y conservo, como oro en paño, memoria de los acaloramientos conseguidos en los partidos de fútbol que disputábamos en el campo de la iglesia, hasta que llegaba la hora de entrar en el templo, más fresco, en el que, reunida la mocedad de Ceceda, celebrábamos las Flores y cantábamos a la Virgen.

Y también fue por mayo, de 1964, cuando comencé a trabajar, como meritorio, en la estación de Nava, iniciando así mi profesión ferroviaria, en la que desarrollaría toda mi vida laboral. Vivíamos entonces en Ali, en la casa del paso a nivel, de modo que caminando por el sendero que había junto a la vía, y tras cruzar el puente de hierro que salvaba el río Prá, llegaba al apeadero de Ceceda para tomar el Tranvía número 40, que tenía fijada su salida a las 7,24, para llegar a Nava a las 7,35, tomando como referencia el Itinerario núm. 27. Eran tiempos en los que, por las circunstancias que concurrían, viajar en tren era la forma de traslado utilizado por multitud de personas y, si bien ya en Ceceda subían unas cuantas, al llegar a Nava tengo el recuerdo del andén lleno de gente, que bullía bajo la marquesina hasta que, en un momento dado -pues el convoy tenía asignado un minuto de parada- esa numerosa y variada aglomeración desaparecía por completo, como engullida por las puertas de acceso al interior de los coches de viajeros, con el resultado de que, en un santiamén, el andén quedaba totalmente despejado.

Han pasado cincuenta y cinco años, pero me consta que fue aquel un mayo razonablemente florido, porque así lo tengo anotado en un pequeño bloc de papel cuadriculado, que conservo. Una manía esa, la de fijar sensaciones, que sigo practicando, como inútil manera de ayudar a la memoria en la lucha contra el paso del tiempo y el consiguiente olvido.

(Publicado en La Nueva España. Martes, 11 de junio 2019, página 11)

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