POR CATALINA SÁNCHEZ GARCÍA Y FRANCISCO PINILLA CASTRO, CRONISTAS OFICIAL DE VILLA DEL RÍO (CÓRDOBA)
Aquél día amaneció hermosísimo, con una claridad meridiana que todo lo iluminaba. Al despertar me vi sorprendido por su luminosidad que entraba a través de unas rendijas de la persiana de la ventana en la habitación. Durante la noche había sentido caer la lluvia desde mi dormitorio.
Para llenar la casa de este resplandor ascendí los peldaños de la escalera hasta el más alto que forma rellano antes de la azotea, donde hay una ventana y una puerta metálica pintadas de verde; y al correr la cortina de la ventana que prohíbe la entrada en la escalera de la luminosidad y del sol, quedé estupefacto; allí me esperaba una sorpresa: contemplar la fecundación a la vida. Una pareja de palomos se arrullaba sobre una baranda de hierro, que hay encima de una pared de poca altura, puesta para protección de la azotea a la calle. Amor, delicadeza, atenciones, canto de enamorados, todo esto hilvanaban al mismo tiempo los blancos palomos de pico y patas rojas, sin cesar de aletear.
Unos instantes más tarde volaron juntos y se posaron en el caballete blanco del tejado de teja rojiza lleno de jaramagos amarillos de la casa de enfrente, y más tarde, muy feliz, la pareja levantaba el vuelo haciendo curvas bajo un cielo azul manchado de nubes grises, entre antenas de televisión enganchadas en las azoteas y tejados de las casas vecinales.
Después de vivir contemplando unas escenas tan relajadoras, quedé abstracto, anonadado y resolví dedicar un poco de mi tiempo a la memoria de las palomas, pues a diario las veo y las contemplo sin antes haberme movido a ello.
Cuando éramos niños, en casa de mi amigo Rafael Torralba Rael, en la calle San Roque de Villa del Río, había un palomar de madera pequeño en el segundo patio, colgado en la pared, junto a una ventana del pajar. Allí íbamos a ver los palomillos asomados a la puerta de entrada del palomar con los picos abiertos esperando el alimento que constantemente le traían sus progenitores; era muy bonito. En el patio, que era muy grande y largo, tenían un huerto con higueras y parras, y era un lugar muy apropiado para los primeros vuelos de los palomillos que se iniciaban detrás de sus padres.
Los palomos que cogía Miguel, el padre de Rafael, eran muy receptores a las caricias que los niños pequeños le hacían con sus manos gorditas en las terciopeladas plumas, que estas aves ostentan en distintos colores: las hay blancas, grises, canela, con manchas azuladas repartidas por su cuerpo o con franjas variopintas, etc.
La paloma doméstica se cría en todas partes; de la cabeza a la cola mide unos 30 cm., tiene el cuerpo cubierto de plumas y sus alas son dobles, las interiores de mayor longitud conjugan, extendidas con la cola, un amplio manto que las mantiene flotando en sus vuelos. Se alimentan de semillas y pequeños insectos; se reproducen por huevos y normalmente vuelan en bandadas casi nunca aisladas.
Son objeto de explotación en edificios apropiados “palomares”. Se construyen dejando en gruesas paredes huecos o instalando ponederos portátiles que les sirvan de nidos, para que allí aniden y empollen las parejas sus polluelos y los críen hasta que estos puedan volar. En los patios se les suministra alimentos y agua para que se desarrollen hasta que sean rentables en carne y huevos. En la antigüedad algunas palomas eran adiestradas como mensajeras para transportar noticias prendidas en las alas y patas, ya que su instinto les hacía volver al lugar de origen.
La paloma es un ave que se ha adaptado a la convivencia con los humanos, pues alrededor de estos encuentra alimentos sin problema alguno. Hombres y mujeres, arreglados y generosos, acompañan a sus críos de paseo a parques y jardines provistos de pan y semillas apetecibles a las aves que, los niños arrojan por el suelo, y en seguida acuden las palomas en bandada a comer, y mientras “los niños gozan del espectáculo, las palomas llenan su estómago”.
Los niños y niñas viven momentos idílicos cuando ven en el aire bandas de palomas volando, formando olas, como sábanas tendidas movidas por el viento, las que rápidamente aterrizan a sus pies a picotear las semillas esparcidas por ellos y que incesantes y aleteando nuevamente extienden la cola y se elevan para planear el espacio, y de nuevo bajan para reanudar el picoteo. Muchas personas mayores, también hacen su retiro mañanero o por la tarde a los parques para llevarles pan duro desmenuzado, que a puñados extraen de bolsas y lo arrojan al suelo, para deleitarse en el ir y venir de las aves por el maná que les suministran. Contemplar las palomas: cuándo beben agua en los fuentes y estanques introduciendo su pico para absorber agua y lo elevan para tragársela, repitiendo una y otra vez el movimiento; cuándo meten en el agua sus patas y la sacuden; cuándo aletean dentro del agua para refrescarse en verano, o verlas posadas en gruesos alambres, en farolas, en los aleros de tejados, en las rejas de los balcones, o sobrevolar una arboleda, ¡es hermoso!
El palomo, no está dotado para un canto armonioso y fino, sin embargo, en sus arrullos, envueltos en giros y rápidos de cabeza, emite un canto entrecortado de embrujo melódico que hace agradable su bronco zureo, semejante al sonido oscuro que sale del choque del agua con las piedras del cauce de un arroyo, ronco y burbujeante.
Las palomas como motivo de atracción en parques y jardines fue descubierto por los fotógrafos, y muchos establecieron sus puestos de trabajo en las zonas donde acudían estas aves, y a diario salen de sus cámaras miles de fotografías de matrimonios con niños, de parejas de enamorados y de personas mayores, donde las palomas volando o comiendo a su alrededor, forman parte del escenario más íntimo y animado de la reunión. Y considerándolas como símbolo de pureza, en primavera, muchas madres hacen retratos de sus hijas vestidas con trajes de primera comunión, junto a rosales cuajados de flor, y con ambiente de palomas en vuelo, picoteando en el suelo o bebiendo agua en los estanques.
En los parques de las ciudades las palomas han pasado a ser, un toque de distinción.