POR JOSÉ ANTONIO FIDALGO SÁNCHEZ, CRONISTA OFICIAL DE COLUNGA (ASTURIAS)
Hoy, 31 de octubre, es la víspera de la celebración de la Fiesta de Todos los Santos (canonizados o no) y la antevíspera del Día de los Difuntos. Esta víspera «Omnium Sanctorum» es, traducida la frase al inglés, el All Hallow´s Eve o Halloween, independiente del Samhain celta, aunque relacionada con él, como ya explicamos hace unos días.
Es evidente, aunque algunos estudiosos intenten justificar lo contrario, que nuestras festividades cristianas surgen como contraposición a las paganas tal como demuestran, entre otros muchos, los trabajos de Emile Nourry (1870-1935), folclorista francés que firmaba con el seudónimo de Pierre Saintyves; y el antropólogo inglés J.P. Frazier (1854-1841).
El CULTO A LOS MUERTOS es poco menos que universal y se manifiesta en todas las culturas y épocas porque la muerte -ese tránsito hacia el más allá- es estremecedor y a la vez pleno de esperanza.
En Asturias, en la vieja Asturias que ya no recuperará algunas de sus tradiciones porque no hay «elementos materiales» para ello («somos otra época, otros tiempos»), este día tenía un rito (digámoslo así) singular: LA FIESTA EN EL PRAU CON AMAGÜESTU DE CASTAÑES Y SIDRA DULCE.
La mocedad de una parroquia o pueblo se reunía al anochecer en algún prado cercano al lugar, provistos de viandas que habían pedido al vecindario, para divertirse con música (siempre había alguien que «tocaba d´ureya» la gaita, el violín o el acordeón), baile, asado de castañas, sidra dulce… y lo que surgiere.
Lo contaba así José Benigno García, «Marcos del Torniellu» en su libro «Orbayos de la Quintana» (Madrid 1925):
«Les moces, fachendoses y reblincones
plizcaben a los mozos pe los calzones;
y los mozos por veles tan gayasperes
parez que les furaben con alfileres;
asín que reblincando como xatinos
facinse carantoñes y regolvinos.
La folixa ye grande, sona el puntero
pos nunca co la gaita falta el gaitero…
Y entós cuando pa casa van todos xuntos
PA QUE NON TENGAN MIEDO DE LOS DEFUNTOS
ye cuando a los cantares y a l´alegría
parez que yos azumba la calabiya,
y cuando se ponen de manifiesto
todos los resultados del amagüesto.»
¿Por qué eso de «tener miedo a los difuntos?
Pues, sencillamente, para manifestar el temor al encuentro con «La Güestia» o «Santa Compaña» cuyos caminos alumbraban calabazas talladas como calaveras y en su interior provistas de una vela encendida.
En las villas importantes y en las ciudades no había amagüestos (o «magostos»). En alguno de los teatros se representaba el DON JUAN TENORIO, de don José Zorrilla, con aquellos versos tan bonitos y cursis que muchos de ustedes recordarán:
«… Esta aura que vaga llena
de los sencillos olores
de las campesinas flores
que brota esa orilla amena,
y esta agua mansa y serena
que atraviesa sin temor,
la barca del pescador
que cantando aguarda al día
¿no es verdad, hermosa mía,
que están respirando amor?”
Y en la tarde de mañana, visita a los cementerios previamente adornadas las sepulturas, nichos y panteones con multicolores ramos de flores. Antaño, y a mí me tocó vivirlo, el sacerdote, con traje talar y revestido de sobrepelliz y capa pluvial negra, además de bonete, iba rezando un responso («Ne recorderis…», «Memento mei Deus»… «Qui Lazarum resuscitasti…») sepultura por sepultura.
Ahora un alguien reza un rosario y el sacerdote reza un solo responso «en general».
En resumen: 15 minutos de oración.
Después, Misa en la Parroquial.
Quisiera terminar poniéndome un poco serio. Les sugiero que juntos meditemos, en recuerdo y cariño de nuestros fallecidos, estos versos que, muy poco antes de morir, escribió aquel gran sacerdote, periodista y literato que fue don José Luis Martín Descalzo (1930-1991):
«Morir sólo es morir. Morir se acaba.
Morir es una hoguera fugitiva.
Es cruzar una puerta a la deriva
y encontrar lo que tanto se buscaba.
Acabar de llorar y hacer preguntas,
ver al Amor sin enigmas ni espejos,
descansar de vivir en la ternura,
tener la paz, la luz, la casa juntas
y hallar, dejando los dolores lejos,
la Noche-luz tras tanta Noche-oscura.»