POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Fui a comprar botas de montaña, algo habitual puesto que, además de gastarse, se usan diferentes tipos según las caminatas: el Camino de Santiago, una subida a Peña Vieja, un recorrido por el Mont Blanc, una circular al Annapurna… Fui a comprar botas para un otoño cantábrico, resistentes a la abrasión, no muy duras, algo impermeables pero que transpiren… La persona que me atendió me hizo ponerlas con calcetines, me dijo que acercara los dedos de los pies a la punta de la bota y comprobó que cabía un dedo entre mi talón y la parte interior de la caña: “Es tu número”, me aseguró. Para amarrarlas me recomendó colocar esta vez el pie lo más atrás posible, dejando el pequeño espacio en la puntera, y en ésas tensar los cordones y proceder a la lazada; de esta manera, al bajar las cuestas, las uñas y dedos de los pies no sufren golpeándose contra la puntera. Otra cosa sea que yo siempre dejo espacio para una piedrita.
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