AMISTADES DE LA JUVENTUD
Sep 17 2023

POR JOSÉ ANTONIO AGÚNDEZ GARCÍA, CRONISTA OFICIAL DE MALPARTIDA DE CÁCERES (CÁCERES).

Una buena partida de la añada del 63 nos reunimos anoche para celebrar nuestra llegada a los 60. Lo pasamos en grande, pues estos reencuentros de confraternización sirven para evocar recuerdos, compartir vivencias e interesarse por las amigas y los amigos que quizás no vemos con frecuencia. A todos nos une como verdadero cordón umbilical la escuela, la que unió nuestras infancias. Y Por eso no faltaron las anécdotas, las risas, y también, por supuesto, el recuerdo de los que ya faltan. Yo, por mi parte, volví a revivir -aunque ya con la serenidad que dan los años- aquellos divertidos momentos del «Un, dos tres… caramelícese usted» de final de curso, que ni mucho menos habían olvidado mis queridas «secretarias». Sentimos que algunas y algunos compañeros no pudieran acompañarnos por diferentes motivos. En la próxima será y ya comenzamos a ponerle fecha. Estad atentos.

Aquí os dejo algunos párrafos dedicados a la escuela de mi intervención:
“Las amistades de la juventud deben durar toda la vida. Dejarlas a las puertas del colegio, al abandonarlo, sería dejar nuestra fortuna más preciosa” -Anatole Frauce-. Y como creo verdaderamente que es toda una fortuna la amistad que forjamos entonces, aquí van algunas palabras dedicadas a nuestra escuela, que seguro, os sonarán de algo».
Cuando nosotros no había preescolar, sólo escuela de los cagones que «ni te quitas, ni te pones». Y más tarde comenzamos la «egebe», llena de semanas laborables que duraban desde el lunes al sábado a mediodía, horas de calor y moscas –alguien recuerda el atragantamiento de Dña. Modesta con una de ellas- y cientos de horas para aprender a leer, escribir, rezar, pensar, mirar, escuchar, jugar; toda una vida en torno a los pabellones de las Escuelas Nacionales «Licinio de la Fuente».
Aquello duró muchos años, seguramente ocho, puestos a las órdenes de grandes y pobres maestras y maestros. Años en los que estuvimos sentados al lado de compañeras y compañeros habladores, torpones, liantes, pesados, sabelotodo -mixto sólo a partir de sexto-. Unos amplios recursos humanos que no vinieron acompañados, sin embargo, de medios materiales e instrumentales a tan alto nivel como disponen los chicos de hoy. En aquellas clases lo que había eran los pupitres biplaza de madera, verdaderas obras de arte de tan rallados como estaban con motivos abstractos por sus anteriores inquilinos. El sillón y la mesa del profesor, un armario, una catalítica, las huchas del Domund, el encerado, las tizas, y el cepillo para borrar, que al sacudirlo armaba una polvareda de aquí te espero. Y pare usted de contar.
Los primeros cursos fueron sumamente duros. Los maestros nos llevaron, con gran paciencia y mediante algún capón disciplinario, de no saber hacer la o con un canuto a leer a medias, escribir despacio, contar con los dedos y aquello de 8 x 7 = 56 -¡qué difícil era todo!-. Ellos recibían por la Semana Santa, a cambio de tantos sinsabores, algunas docenas de huevos, magdalenas y roscas que les regalaban nuestras madres para «cumplir» y hacerles la vida más dulce y llevadera.
También plantamos árboles en el patio que regábamos durante los recreos aprovechando el agua del antiguo Pozo Marco. Y así, cientos de cosas: los saltos que dábamos entre las peñas, el gallinero que había a las espaldas de los pabellones de arriba, el pluviómetro, los murales, el «¡Alfonso, la bota que me seco!», los concursos de D. Carlos y D. Mariano, los mapas de Dña. Celia, el «dicté» de D. Claudio, los problemas de D. Miguel Ángel, el do-re-mi-fa-sol de Dña. Modesta, los trabajos manuales que entonces se llamaban «pretecnología», D. Ramón, la Srta. Merche, el «Un, dos, tres» de final de curso, las flores en mayo y el inolvidable viaje fin de estudios a Mallorca. Y casi siempre, D. Vicente, de director.
En fin, fue un tiempo maravilloso lleno de ejercicios de caligrafía, cuentas, poesías a la primavera, lecturas del Evangelio, dictados del Quijote, cuadros sinópticos, «erpas» y notas, recreos de sol, gafas rotas, y un extraordinario alboroto infantil al tocar la campanilla por un desaforado niño que anunciaba a toda la comunidad escolar la «buenanueva» de que las clases habían acabado por hoy.
Y de la escuela salíamos corriendo desmadrados, gritando como una bandada de pájaros: «¡¡Que vienen las vacas…, que vienen las vacas…!!», y cuando alguna viejecita preguntaba asustada ante aquella «algurubía»: «¡Muchachos! ¿qué vacas?», nosotros, entre risotadas, respondíamos: «!Las vacaciones!».

Gracias a todos los asistentes, queridas amigas y amigos, por hacer la velada tan agradable. Estáis hechos de muy buena pasta.

FUENTE: https://www.facebook.com/joseantonio.agundez.9

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