ANA ROMERO QUERÍA ABORDAR UN ASPECTO HISTÓRICO RELATIVO A LA MUJER: MUJERES VIRTUOSAS Y ‘ESPONTANEADAS’ • LAS SOLTERAS O VIUDAS QUE SE QUEDABAN EMBARAZADAS EN LA CORUÑA DEL SIGLO XVIII Y DECLARABAN SU SITUACIÓN RECIBÍAN UN SALVOCONDUCTO DE LA AUTORIDAD QUE SERVÍA PARA PROTEGERLAS PERO TAMBIÉN PARA CONTROLARLAS
Jun 25 2017

LA CRONISTA OFICIAL Y ARCHIVERA MUNICIPAL DE A CORUÑA, MARIOLA SUÁREZ, AMIGA SUYA, LE SUGIRIÓ QUE TRABAJASE SOBRE LAS ‘ESPONTANEADAS’

Mujeres en la antigua puerta de San Miguel, en el siglo XIX.

El Antiguo Régimen inventó en Galicia una fórmula para preservar la virtud y evitar que la mujer soltera o viuda que hubiese quedado embarazada reincidiera en la tentación de la coyunda. Se trata de la espontaneada, una figura exclusiva del ordenamiento jurídico gallego, que estuvo en vigor en la segunda mitad del siglo XVIII. Documentos guardados en los archivos coruñeses acreditan el requerimiento de espontanearse de estas mujeres, y la necesidad de declarar el embarazo o el alumbramiento. Era una forma de protección para la madre, que evitaba así ser objeto de persecución o ser considerada una prostituta, y para el hijo. En todo caso, la honestidad de la espontaneada quedaba bajo control.

«La obligación de las mujeres gallegas solteras y viudas embarazadas de presentarse y declarar su embarazo era una medida de control por parte de las autoridades con la finalidad básica de evitar abortos y expósitos pero, al mismo tiempo, se convertía en una medida de protección a la mujer porque, desde el momento en el que se espontaneaban, no podían ser perseguidas, expulsadas del lugar ni encarceladas por este motivo. A cambio, [las autoridades] se comprometían a cuidar de la criatura que pariesen y a vivir de forma honesta sin dar escándalo. Además, resultaba útil espontanearse porque salvaguardaba a las mujeres de la confusión de una falta aislada con el vicio implícito en la reiteración o la prostitución».

La historiadora y arqueóloga coruñesa Ana Romero Masiá lo expresa así en su estudio sobre esta figura hasta ahora desconocida y sobre la que investigó para su discurso de ingreso en el Instituto José Cornide de Estudios Coruñeses.

Romero quería abordar un aspecto histórico relativo a la mujer, pero tenía dudas. La cronista oficial y archivera municipal de A Coruña, Mariola Suárez, amiga suya, le sugirió que trabajase sobre las espontaneadas.

-¿Sobre las qué?, dijo con asombro Ana Romero. La misma pregunta que le harían a ella cada vez que hablaba de este trabajo.

El Arquivo Municipal conserva 88 peticiones de espontaneadas que la historiadora ha estudiado, además de la documentación que halló en el Arquivo de Galicia y en la Alcaldía Maior de Ferrol y A Graña, todos datados entre 1750 y 1800. Según la definición jurídica, equivale a delatarse voluntariamente, «con la finalidad, en la mayoría de los casos, de obtener el perdón como premio a la franqueza de la persona denunciante», señala Romero, quien cita el ilustrativo texto de un fiscal de la Real Audiencia de Galicia de 1782, Vicente Vizcaíno Pérez, «uno de los pocos que se ocuparon de este asunto», titulado Proceso que en Galicia llaman de Espontánea:

«Son demasiado frecuentes en este Reyno de Galicia las causas que en él llaman Espontáneas, desconocidas en otras provincias, pero no en nuestro Derecho, pues aunque en él no se halla juicio con este nombre, han sido próvidas nuestras leyes, a imitación de las de los romanos, para dar reglas acerca de los hijos que aún no han nacido».

El procedimiento solía ser breve y sencillo. La mujer, a cambio de ser declarada espontánea, recibía del juez un salvoconducto en el que se hacía constar que la justicia no podía molestarla. En la mayoría de los casos debía presentar un fiador, aunque en otros se le permitía no presentar fianza a condición de aceptar las obligaciones establecidas por la autoridad, que era el corregidor o el alcalde mayor.

La mayoría de estas mujeres alegaban ser víctimas de falsas promesas de matrimonio o de una violación. Su existencia indica que las prácticas sexuales extramatrimoniales eran mucho más habituales de lo que se cree, pero había cierta benevolencia ante los pecados de la carne: «Todos sabemos que en nuestros campos el desliz de una moza era moneda corriente y se le atribuye escasísima importancia», escribió Pardo Bazán.

¿Eran libres de espontanearse? Hasta cierto punto. Detrás se hallaba la presión de la Iglesia católica, la intervención de las autoridades en el control de la familia y la costumbre, que fue dejando de ser norma consuetudinaria a medida que se acercaba el siglo XIX con sus valores burgueses.

Fuente: http://www.laopinioncoruna.es/

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