POR FULGENCIO SAURA MIRA, CRONISTA DE ALCANTARILLA Y FORTUNA (MURCIA)
Una suave brisa de aire entra por la ventana del estudio. Ya atardece y se nota cómo el sol va dejando sus delicados rayos sobre los árboles, las casas lejanas. Tan solo se escuchan voces apartadas, el canto de algún pájaro, el ruido imperceptible de una vivienda cercana, el ladrido de un perro. Simplemente se está bien en el campo a estas horas, tras un caluroso día de agosto.
Ha empezado el mes y de nuevo se inicia un tiempo distinto de lo que se denomina veranear, que es como un apartarse de la cotidianidad, lo rutinario, aunque no está definido este espacio de vida que es como un dejar atrás la monotonía. Lo cierto es que comienzan a contar los días del mes que sabe a higo chumbo y sardina del Mar Menor, que ya es suficiente. Un mes que deja su nombre n las calendas de Augusto, que como dicen las crónicas era “ felicísimo para los romanos”, y buenas razones tenían sin duda por los beneficios que fecundaba este tiempo del año dedicado al campo, pues ya dice el refrán que “ agosto y vendimia no es cada día y si cada año, unos con ganancia y otros con daño”. Que hay versiones sobre este mes que va acuñan
Y es que vagabundeando por el campo daremos con muestras de esta época donde se cuece la hierba y se busca el agostadero para resistir la rotunda acritud del sol. No en balde nos dice Sebastián de Covarrubias en su célebre Diccionario, que: “ En este mes la compañía de las mujeres es peligrosa más que en otro tiempo, y el sueño de medio día, el baño y el mucho comer”.
Puede que lo que dicen nuestros mayores sea cierto, aunque no del todo, solo que cuando suenan las chicharras es indicio de tales asertos. Y bueno es que lo sea para atemperar el ánimo y prepararse al disfrute del momento, por aquello que se dice de que donde fueres haz lo que vieres, que no es sino regocijarse con el paisaje que el ciclo nos ajusta, y buscar la forma de dar rienda suelta a nuestros deseos más fidedignos. Lo importante es hallar la savia del instante, secundar la necesidad de caminar por los campos que nos presentan la realidad del hoy, donde se aposentan notas suaves de la estancia del pastor que aún se viste con el traje de sus antepasados. Pues aún quedan sus antañonas mansiones reteniendo, en sus harapos forzados el aliento de un pasado que desgraciadamente se va tiñendo de oscuridad. Pero bueno es seguir escuchando, a estas horas que dejan sombras en derredor; los sagrados sonidos que la misma naturaleza nos descubre.
Es así que la mañana realza la solada en una madrugada que comienza a sostener el rumor de las afamadas cigarras que procuran un sonido estridente, más bien estridulan, que es cosa que hacen en variaciones monótonas. Lo que significa que ya el campo está en su completa dimensión y preciso es suscitar cuitas en sus aposentos. Y es que cada espacio de tiempo tiene su cadencia, sentido, nos dice que hay que entrar en su esencia, abordar sus estancia comunicándose con sus gentes, el viejo campesino que va a menos, sobre todo vislumbrar espacios llenos del signo del pasado cuando el mes de agosto era de vendimia y trabajo, recogida de cosechas y encuentros con campesinos de otros lugares; lo que conformaba una un comportamiento envuelto en actitudes de la añorada cultura rural que sabía a trashumancia y majada de ovejas. Desde luego en este aserto cabe una mudanza de aptitudes que implican un deterioro de la profunda manera de ser del campesino.
Sin embargo con ser cierto esta reflexión nos atrae la senectud del campo que nos rodea, el estruendoso oficio de la cigarra indica que hay vida en la decrepitud de los llanos que integran la cuenca de Fortuna y Abanilla, unas tierras azotadas por la sequedad de su clima con la exigua lluvia que la condena a una depauperada economía, y además consolidada por una cadena de canteras que van desfigurando su territorio; lo que no impide que ello vaya unido a una actividad tradicional que forma parte del trabajo de sus vecinos. La cantera es un paisaje distinto que exacerba los terrajes oriundos, y sin embargo necesaria para algunas zonas de estos parajes en torno a Fortuna y Abanilla, tan ricos en ramblas y caseríos que viven de la agricultura.
Se viene hablando desde el punto de vista geográfico del paisaje en sus diversas variedades entroncándolo con viejos conceptos que nos llevan a Humbolt, que humaniza las otras expresiones y fundamentos del conjunto natural referido tan solo a la localización de sierras y planicies, lomas y macizos, gargantas y páramos con el solo fin cartográfico. De acuerdo a esta tesis creemos que hay que afrontar el paisaje desde una nueva mirada que los escritores, desde el romanticismo al más puro modernismo nos vienen descubriendo facetas culturales, de identidad de zonas naturales en relación con la gente que los habita a la vez que ha creado costumbres y forman una unidad con la montaña, el valle o el páramo castellano. Las calidades de los altiplanos y vegas de uno u otro fragmento de la península ibérica contienen secuencias geológicas que no desdicen el aspecto cultural, cuando se dominan esas formas tectónicas bajo el prisma del sentimiento en una confabulación con la proyección de emociones que provoca su presencia.
EL VIEJO CASAR Y LA TIERRA VACÍA.
Nuestra incursión por el territorio indicado no nos sorprende, pues es suficientemente conoció por razones diversas en tiempos distintos. La capacidad de ir advirtiendo fragmentos por los terrajes de secano que comprenden el Romeral y los pagos de Jumilla en dirección al Altiplano, supone mantener un coloquio con el sentido de la mudanza que nos ofrece este paisaje castigado por el clima y la abulia. Se trata de contener la mirada en los descalabros de las piedras que formaban sus caseríos, ya descartados del recuerdo de sus habitantes, pues solo cabe abismarse en las ruinas que van describiendo lo que antaño fue la casa construida a base de piedra, la cueva pergeñada por los cueveros y que nos sorprenden aún ante la sabiduría del maestro alarife. Rondan por los solares demacrados y anémicos de estos caseríos,-que fueron.-un destrozo que implica una tragedia del campo. Nos proporciona desgarro observar las tierras arcillosas que dejan estrías en sus pieles doradas que bajan a ramblas de escueta correntía de agua; nos desborda apurar los limites de las laminarias oquedades que se desnutren, donde apenas aparece la hierba soterrada, ni cuaja el humedal en los límites de Fortuna. Por el Romeral todo es hastío, mustio solaje que escarba los fantasmas de antaño. Sendas empolvadas de miseria, casas cadavéricas con el silencioso espectro del horno que fuera de pan cocer entre arrumbados delirios de matas salvajes por donde se filtran lagartijas huidizas. Por esos senderos vacíos, plegarias de un ayer fatigado pulula el asco, la queja de quienes no ha mucho todavía acudían a las casas de sus campesinos de nombres afamados, para tratar sobre compra de ovejas, seguir costumbres de la Arcadia superada, beber en la mesa común el buen vino de sus bodegas, o preparar los festejos en derredor de su ermita.
Estos terrajes que se esparcen de troche en troche por estos pagos que se unen al cementerio de los Valientes, con su tapial tan cercano como sus muertos; nos dejan amargos sabores, como si el terreno fuera una tumba donde anidan las almas de los vecinos. El pueblo se construye desde su torre que parece de sura coránica, tan solo su campanario nos advierte de las siglas de los versículos bíblicos, sobre todo cuando don José, el cura admirado y respetado por esos alfoces, cuya alma reposa en estos llanos y ramblizos, dejaba sus prédicas en los corazones de estas gentes sencillas como las paleras que arañan los vientos de levante. Como la misma tierra se desgaja y hiere con el sol de estos tórridos días, no se puede andar sobre esta piel martirizada llena de sendas blanquecinas y nopales con sus espinas preparadas como balas, ni despertar la imaginación ante tanta lumbre de color. Y sin embargo atraen sus angulaciones progresivas, dejan armonía y viveza los desgajos que se elevan en lomas quebradizas hacia el casón abandonado.
En este caso por las laderas de El Romeral se sostiene sobre sus propias pieles un pasado donde la vecindad abría las puertas de la ermita de San José, ya una derrumbe miserable. Da un no sé que viajar por esta zona plegada a la desidia más espantosa. Solo se ven ruinas, casas rurales destrozadas por un extraño terremoto rompiendo en mitades sus espacios habitables, parece que fuera un paisaje de trogloditas ausentes. Como si una civilización hubiera sido extinguida de pronto no dejando a ningún testigo de sus viejas costumbres. Nos asombra el paisaje sin recursos humanos, escombros diluidos entre hierbajos disecados. Nada de agua, la sed carga las heces de los pocos animales que pasan, ovejas apartadas y secas que de vez en cuando aparecen por la altura de algún sendero, que fuera cañada pertinente. Nos harta el silencio, sobre todo sobrecoge las ruinas de sus casas que dejan caer al suelo sus viejos ladrillos y cuelgan sus chimeneas altas en piezas de ajedrez antañón.
Son varias las casas rurales que persisten en harapos y eran solícitas al encuentro de pastores y tratantes que se avenían a proyectos de trashumancia, cuando aún quedaban vías pecuarias, rotas ahora por la invasión de las urbanizaciones. Todo un espacio de áridas heredades que se unían a la célebre Casa del Cura donde habitaba noble familia de hidalguía, sin duda encrucijada de caminos, por donde se encierra una galbana secuencia de miseria. Caserón que se domina desde la carretera con su signo de romancero arabesco, donde mora la familia Fuster que forja una cita indudable en la vecindad. Casa vivida por la amistad hacia sus dueños que aún planean visitas veraniegas a su morada.
Cabe el silencio de infierno por estas tierras sepultadas en su marasmo donde se asientan sus cabales, donde el sol se aposenta eternamente. Y siempre el camino de de polvo infinito y a cada instante el esquinazo de bancal arruinado donde crece la hierba, rastrea el esparto con sus finas hebras amarilleando el decorado entre matas de hinojo resecado. De pronto la ermita vieja se avista en rinconada entre el caos desgarrado de arboleda desabrida donde ronda el hastío entre sus harapientos mechones de su nave naufragada en la llanura donde se pudo vivir en algaradas fiestas en honor de San José. Ya es nada, solo unas cruces se dejan ver en la portada grasienta cerrada a cal y canto. Tan solo un remate de espadaña quebrado por el viento en compases delirantes. Todo es otra cosa menos mansión de silencio sagrado. Después quedan los caminos que llegan a no sé qué lugares, por donde no suele pasar ya el viejo pastor de los días gozosos.
Unos caminos asfaltados dejan constancia de un progreso refrenado. Solo que la epidemia urbanística y la crisis de la aldea tuvo sus consecuencias con la huida de sus agricultores, el desalojo de sus mansiones vaciando sus espacios. Apenas queda el recuerdo de los ancianos que habitan en los Valientes, pedanía cercana, donde el barranco del Diablo pone límites a los linderos. El viajero, en este caso, no deja de asombrarse ante tanta molicie, tanto descaro del paisaje por mostrar las viejas propiedades pastoriles en franca ruina, sin mover los hilos de la memoria argumentando razones para su desaparición. Aunque ya no se sabe que es lo que integra su patrimonio, a no ser los pocos olivares que quedan en los caminos, el decrépito palomar que se destruye lentamente. Y sin embargo algunos caserones dejan cuitas de antañonas alegrías reteniendo aún la arboleda de eucaliptos que eran vigías y seña de encuentros familiares. Aún los caminos llevan a encrucijadas por donde el pastor portaba a sus ovejas en cañadas peregrinas, donde ya todo es cementerio de recuerdos.
De un lado a otro del paraje cabe argüir razones para alimentar la fantasía, pues formaba parte de un parque natural entre el alfoz de Fortuna y las Cuadras apartadas que merodean por el extremo de Santomera dejando ámbitos de interés, con caminos tan recónditos como aquellos de pastores que sabían de la mesta y de noches agoreras en peregrinación a otros pagos. Sin duda que observando estas vaguadas dejando conducir la mirada por lejanías de eterno silencio, uno no puede contener la necesidad de asombrarse por este paisaje.
La luz de la mañana deja brillos colosales en los llanos cercanos de color blancuzco, con ramales encallados en sus pliegues, que en las lomas advierten la holganza de la miseria. Cada loma es sitio de amargura para otear los otros tesos a los que se llega de trocha en trocha. Hay que sentir el fuego de la inquietud para arrimarse a estos andrajosos espacios donde el sol cabalga por sus fueros dando pinceladas estelares en su epidermis. Son trazos de un lienzo petrificado donde se pergeña el ocre grasiento y el bermellón solitario, un cuadro de modernas expresiones que dejan erosiones en sus minúsculos terraplenes.
Desde la cima de una loma cuarteada por la inacción, se deja alumbrar en completa libertad una serie de gamas envueltas en azules y grises que llegan a las últimas cumbres de sierras; la de la Pila mirando a Fortuna, otras que rastrean espacios oriolanos cuando se absorben con la neblina del estío. En todo caso el paisaje que se otea desde el Romeral es extenso, brumoso, llano y terco en sus añosas vestiduras de milenios de años que nos hablan de una cultura que pobló su jurisdicción.
Desde luego todo este argumento a que nos somete cada ámbito terráqueo nos aturde y contrae a indagar en sus menudencias, la presencia de agricultores de raza que años atrás se desvivieron por dejar una generación adiestrada en sus oficios. Se sabe que estas tierras eran parcelaciones de nobles que dan señal de una fértil crónica en torno a Molina del Segura y parajes comarcanos de indudable origen ibero romano, de cadencias morisca en los siglos XV y XVI, hasta que con Felipe III toma parte en la expulsión de aquellos, con todas sus consecuencias. Tuvo potencia esta zona de fértil huerta con labradores esforzados que sufrieron y agonizaron.
En este reducto de páramo, hostil y desnudo tuvo su grandeza el concejo de la Mesta organizado en el siglo XIII, bajo la presencia de Alfonso X, y lo fue como se puede adverar en las crónicas en relación con la vega murciana, pues por esta cuenca rondaban los apriscos y andanzas de los pastores prestos a sus grandes caminatas por sus cañadas. Ahora quedan los nombres de las nuevas urbanizaciones que han dispersado y hecho desaparecer las cañadas y cordeles pues tan solo se avista el cartelón de zona pecuaria invitando a saborear la ruina en que todo ha quedado.
TIERRAS TRISTES
Observo en estos páramos, tierras tristes, el abandono de la sociedad, la desidia del hombre acurrucado en su egoísmo visceral. Nada interesa a no ser el progreso, las urbanizaciones que se comen el pan del pobre, arruina la raza de unas generaciones ancestrales, vuelve a esta zona del sureste la epidemia de la soledad, el descuido, la molicie que se incrusta en la piel cremosa de las aldeas apartadas que integran espacios de geología milenaria en el sudeste.
Repasando espacios por las andaduras de Molina de Segura, dejando límites de Fortuna y Abanilla entre parajes sepulcrales; se da con el auténtico paisaje de pena y lágrima. En este sentido El Romeral es un episodio de lamento que se va perdiendo desde que en el año 2000 se constituye “ La pedanía El Romeral o la conservación del medio ambiente”. Cuánto ha llovido desde que unos interesados por el viejo patrimonio vecinal tomaron partido por la defensa de esta pedanía que se documenta en el siglo XVII, un momento en el que con la erección de concejos como el de Fortuna, se procede al amojonamiento de su jurisdicción y donde ya aparece el nombre de El Romeral, según el documento del expediente llevado a cabo por el juez Gaspar Álvarez Aponte.
No se puede obviar que comprende una gran extensión de terreno que insinúa nombres de pagos en las nuevas urbanizaciones creadas a partir de los años cincuenta del pasado siglo cuya sustancia histórica tenía contenido pastoril, formaba parte de la Mesta que provocaba una riqueza abundante. Todo referenciaba un poblamiento de signo agrícola y ganadero con la presencia del pastor y su rebaño que trasladaba en épocas a la Mancha utilizando el Charco. (NOTAS DE UN VIAJE MAS ALLA DE Fortuna
FUENTE: F.S.M.