POR MANUEL GARCÍA CIENFUEGOS, CRONISTA OFICIAL DE MONTIJO Y LOBÓN (BADAJOZ)
Parece que fue ayer y pronto hará dos años que escribí, a propósito de los murales que pintó para el Nuevo Teatro Calderón de Montijo: “Ahí sigue, pintando, construyendo, dando vida a lo que fue y ya no es. Alberto Pirrongelli (con 77 años) nos ofrece, en el segundo mural, en su parte superior a los dioses de la agricultura, la fertilidad y la prosperidad, presididos por la diosa Ceres, con un cuerno de la abundancia desde el que conecta con la fachada exterior y, desde ella hacia el interior de la Plaza de Abastos, en el que se ven los puestos y los compradores que un día el tiempo se llevó, rescatados ahora por este artista. Cuando contemplas este mural de Alberto Pirrongelli parece que sopla una corriente que trae un olor a melodía fresca de mañana de verano. Olor y sabor de huerta para la compra doméstica en los puestos que mostraban el saludable oficio del rito de la venta. Los quehaceres y los días de nuestra Plaza de Abastos. Y corre entre los pasillos de las ausencias un dulce pregón que anuncia patatas, higos, sandías, tomates, pimientos, peras, sardinas, huevos frescos y carne de primera”.
Arriba, en la parte superior, a la izquierda, uno de los amorcillos (niño alado) porta una cartela en la que se lee “Dedicado a la memoria de los espacios que tanto amó mi madre y yo también”. Desde la rotundidad y afirmación en la dedicatoria, escribí: “Enhorabuena, Alberto. Enhorabuena, amigo. Enhorabuena, maestro”. Lo llamo con cierta frecuencia y al escuchar su voz por teléfono, escribo: “Ánimo, amigo. Ánimo maestro”.