POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Siempre da gusto recordar alguna fecha concreta, aunque no coincida ni con los veinticinco, cincuenta, setenta y cinco, cien o más años. Por regla general cuando finaliza una anualidad o está próxima la siguiente, tenemos la curiosidad en preguntarnos, al año siguiente qué efemérides de la historia local se cumple.
Al año venidero, que por cierto es bisiesto, o mejor dicho año intercalar, sufriremos veinticuatro horas más en el calendario en el mes de febrero. Y la culpa de ello, no es otra que la necesidad de añadir un día para subsanar el desfase existente entre la duración del año trópico que consta de 365 días, 5 horas y 48 minutos, con el año calendario que tiene sólo 365 días. Tengo una amiga que nació un 29 de febrero, y cuando indiscretamente alguien le pregunta la edad, divide sin pudor la verdadera por cuatro. O sea, que si la moza ya entrada en años tiene realmente los sesenta, dice con toda su cara que ha cumplido los de aquella joven de la canción del Dúo Dinámico, es decir: quince. Y, yo digo: más quisiera ella.
Sea como fuere, bienvenido sea el próximo bisiesto pues si Dios quiere viviremos un día más si llegamos a superar la anualidad. No sé lo que pasará al año que viene, sin embargo, en este 2015 se me quedó en el tintero lo que se conmemoró en Orihuela entre los días 16 y 19 de noviembre de hace cincuenta y cuatro años, o sea en 1961, en que se vivió en el Colegio Diocesano Santo Domingo, el IV Centenario, al menos así se publicitó en su momento, y se justificó por las fechas de 18 de octubre de 1561, en que los dominicos y la Ciudad aceptaron las donaciones de Fernando de Loazes y, el 21 de diciembre del mismo año, por ser cuando Pío IV suscribió la bula de aceptación de dichas donaciones.
En aquel año de 1961, un servidor cursaba sexto de Bachillerato, y el año anterior habíamos sido testigos del hallazgo de unas columnas de mármol enterradas desde el 1759, según Javier Sánchez Portas, en el patio de la Universidad, procedentes de la construcción de su primitivo claustro, en donde habían quedado soterradas y en el olvido desde hacía doscientos años. En esos momentos se estaban acometiendo algunas obras en el Colegio, entre ellas la del nuevo pavimento a base de ‘cheroles’ en el citado patio. Tuve la fortuna de pasar siete años entre las gruesas paredes de Santo Domingo, y estudiar bajo el cielo de los artesonados de sus aulas. El ingreso de Bachillerato lo cursé el último año que los padres de la Compañía de Jesús regentaban el Colegio, y al siguiente, tras su marcha y hacerse cargo el Obispado continué los seis años restantes, tras inscribirme con el número 84, el día 13 de septiembre de 1956, entre los 168 alumnos fundadores de esta nueva etapa. Como decía, allí cursé desde primero hasta sexto, superando la reválida de grado superior en septiembre de 1962. Sin embargo, no sé por qué razón en la relación de alumnos que acabaron Bachiller que aparece en la publicación ‘Historia de un sueño. 50 Aniversario de Dirección Diocesana del Colegio Santo Domingo’, no aparezco, ni aparecen algunos compañeros míos, que tras cursar el Bachillerato no continuamos el Preuniversitario y pasamos a estudiar carreras técnicas que no precisaban de este último curso. Así que, como dicha publicación no da la fecha de mi salida del Colegio, aún me veo correteando por sus patios, dejándome caer por la ‘rejullaera’ del Patio de Lourdes o sentado en uno de los bancos de la iglesia, bajo la atenta mirada de ángeles, papas y alguna que otra diablesa.
Pero volviendo a aquel año de 1961 en que debido a las obras que se estaban realizando en el Colegio, la apertura del Año Académico 1961-62 se atrasó al día 9 de septiembre. En ella, el discurso estuvo a cargo del sacerdote Vicente López Martínez, uno de los cuatro primeros, junto con Antonio Peral, Manuel Soto Menárguez y Jesús Ortuño, que arribaron para hacerse cargo de esta nueva etapa como Colegio Diocesano. Su discurso titulado ‘En torno a un cuarto centenario’ fue posteriormente publicado. Para conmemorar dicho Centenario se organizó un ciclo de conferencias en las que intervinieron Manuel Fraga Iribarne, catedrático de la Universidad Central y director del Instituto de Estudios Políticos, que trató el tema ‘La familia, el Colegio y la Iglesia’; el dominico José Todolí, catedrático de la Universidad de Valencia, que disertó sobre ‘Colaboración de la familia en la educación de los hijos’. De éste recuerdo una frase que me quedó grabada en la que decía que «la educación de los hijos empieza antes del matrimonio». El tercer conferenciante fue Joaquín Ruiz Giménez, catedrático de la Universidad Central, exembajador ante la Santa Sede y exministro de Educación Nacional, que trató sobre ‘Educación y progreso social’.
Todas las conferencias se celebraron en el Aula Magna del Colegio. Para completar los actos, el día 19, tras una misa presidida por el rector del Colegio hubo una exhibición gimnástica, y en el Cine Avenida se verificó un acto literario-musical en el que intervino el concertista de guitarra Regino Sáinz de la Maza y el rector de la Universidad de Valencia, José Corts Grau. Por la tarde, hubo un pontifical en la iglesia del Colegio oficiado por el obispo Pablo Barrachina y Esteban, y en el que la parte musical estuvo a cargo del Coro Maestro Sansaloni de Valencia.
Han pasado cincuenta y cuatro años de todo aquello. Yo estuve presente en todos los actos, y como aún no aparece mi fecha de salida del Colegio, sigo correteando por los patios en espera de llegar a los actos del Quinto Centenario, pensando mientras qué efemérides cumplirán años al que viene.
Fuente: http://www.laverdad.es/