POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Así transcurrían aquellos años juveniles de nuestro personaje. Pero no todo fue un vivir placentero y tranquilo, ni tampoco fueron solo días de aprendizaje cortesano. También en sus años arevalenses fue testigo de las idas y venidas de Juan Velázquez a diversos puntos de castilla, allí donde sus cargos y la corte le demandaban, y vivió algunos acontecimientos que convulsionaron aquella sociedad castellana y cambiarían la historia de aquellos momentos, la regencia de Fernando el Católico, según el testamento de Isabel, hasta la llegada de Juana I y Felipe I, el segundo matrimonio de Fernando por la falta de heredero para Aragón, o la división ante la tardanza de la venida de Carlos. Preocupaciones y nubarrones de incertidumbre, que repercutieron muy especialmente en nuestro joven Íñigo y sus aspiraciones de su vida en la corte castellana, que, al fin y al cabo, es por lo que llegó a esta villa y es también lo que ahora nos interesa y ocupa.
Fernando, el infante castellano que Íñigo conoció en Arévalo
Poco antes de aquella sucesión tan difícil −retrocedamos un poco en el tiempo−, encontramos otro episodio con influencias sobre Íñigo que vamos a repasar. Cuando Isabel se retira a Medina del Campo ya abatida y enferma, encomienda muy especialmente al rey Fernando el Católico la educación del infante Fernando, el hijo menor de Juana I de Castilla, nacido en Alcalá de Henares el 10 de marzo de 1503, cuya crianza, por las circunstancias de aquella inestabilidad de Juana y las apetencias de Felipe, fue directamente gestionada por sus abuelos y recomendada a las amas de cría Catalina de Hermosilla y Francisca de Orozco, y al cargo de veedor de la casa del infante a Diego Sarmiento. Recordemos aquel famoso enfrentamiento de Juana con Isabel, porque no la dejó partir para Flandes en estado tan avanzado de gestación, momento en que apareció en ella una reacción irascible.
Por indicación de su abuela Isabel I de Catilla, ya enferma y sabiéndose cercana a la muerte, el rey Fernando se encargó especialmente del cuidado y crianza de su nieto. Fernando recibió una educación muy cuidada, exquisita, como la de un príncipe y totalmente hispana, una parte de ella también en las Casas Reales de Arévalo y en Segovia. El rey regente, ya en 1506, había dispuesto una Casa real para su nieto. También después en Madrid, junto al cardenal Cisneros, cuando el rey regente se ocupaba de asuntos en Aragón. Cuando el infante fue algo más mayor, su abuelo el rey Católico le llevaría con él en numerosos viajes de estado.
Fueron momentos de su infancia en los que estará al cuidado de las gentes de confianza de la casa real, pero siempre bajo la tutela y al tanto de su abuelo. Entre cuantos le rodeaban, sabemos que tenía como paje a un hijo del Contador Juan Velázquez, Agustín, que más tarde le acompañará a Alemania.
De hecho, se dice que algunas influencias del abuelo fueron muy acusadas en el infante. Osorio relata que «parecía en todas cosas así en condición, en el gesto y como en el andar y en todas las otras cosas al rey don Fernando su abuelo».
En algunos de aquellos momentos de Arévalo y en alguno de los viajes con el Contador, Íñigo coincidió con aquel infante que luego, pasado el tiempo, encontraría de nuevo en el Sacro Imperio Romano Germánico, en los momentos de plena expansión de la Compañía de Jesús.
Castilla entre flamencos y castellanos
Fernando fue el infante que despertó tantas ilusiones para el futuro del reino porque, al contrario que su hermano Carlos que apenas hablaba castellano, no conocía las costumbres y era un extranjero a los ojos de los castellanos, el infante Fernando, además de hablarlo perfectamente por su educación castellana, conocía también el latín y griego, y después aprendería alemán, cuando marchó para convertirse en emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
En aquella corte castellana, que veían tan distante al primogénito Carlos, allá en Flandes, y que tardaba tanto en venir a Castilla, una parte de los nobles se fijaron en Fernando, que era el nieto favorito de Fernando el Católico, del que no quería separarse. Sin duda un sentimiento acentuado y comprensible en el aspecto humano, por afecto, pero también como una salida a la incomparecencia de Carlos, y por el desasosiego que acuciaba a la casa real castellana, después de tantos infortunios y pérdidas de herederos que ponían en riesgo la tan trabajada y deseada unión.
En él ponían muchas esperanzas, un sector de la nobleza castellana puso en él sus ojos. Como considera el historiador y diplomático austriaco Karl Friedrich Rudolf, «Como Carlos retrasaba su llegada (a Castilla), los partidarios de Fernando cobraron ánimos y aumentaron notablemente». Estas noticias llegaban evidentemente a Carlos, «los consejeros y mentores del nuevo soberano pronto se dieron cuenta de que el joven Fernando tenía muchos más partidarios, más, quizás, a su entender, que el mismo Carlos, por lo que aconsejaron a este que lo alejara del lugar cuanto antes, para evitar, según decían, un levantamiento dinástico», nos dice Márquez de la Plata. Y así fue como pronto, poco después de la llegada del rey Carlos a Castilla, decidió arreglar la marcha de Fernando y tras negociarlo con él, partió a Flandes como duque de Austria, Brabante y Tirol. Gobernó como Fernando I de Habsburgo. Su tumba, en la catedral de Viena, es el lugar de recuerdo de este gran personaje de nuestra historia.
¡Que paradoja! Quien había nacido en Castilla y tenía cultura y formación hispana, reinaría en Alemania, mientras que el que se había criado en el extranjero era rey de España. Con el tiempo, ambos fueron magníficos reyes muy bien recordados por la historia.
Problemas sucesorios en Castilla y Aragón
Recordemos también que poco antes, Castilla se debatía entre las diferencias de los partidarios de Felipe el Hermoso y de sus detractores, que apoyaban a Fernando el Católico, una sociedad convulsa y dividida, que no veía cuajar satisfactoriamente ni afianzarse la labor de unificación de los reinos peninsulares promovida por los Reyes Católicos.
El borgoñón tenía un afán desmedido de acaparar el gobierno de Castilla, de tal forma que, insaciable, parecía querer ser el rey heredero más que el esposo de la reina, según el uso de la época. En 1506 solo por unos meses Felipe I tomó posesión de la Corona, en momentos de grandes presiones para inhabilitar a Juana I de Castilla por la que decían demencia genética que arrastraba sensiblemente. Pero desde luego, ese ambiente produjo en ella un estado de ánimo muy angustiado por los desprecios, engaños y descuidos del borgoñón. Las cortes de Valladolid se aceptaron declarar la incapacidad de la reina Juana, aunque Felipe ejerció el poder sin contar con ella.
Su muerte rápida e inesperada en septiembre de ese mismo año, planteó de nuevo la regencia de Fernando (1507-1516), hasta su muerte, debido a la forzada inhabilitación y el confinamiento de su hija Juana I, de lo que él era el gran responsable.
Un alto precio tuvo que pagar la heredera de la corona de Castilla recluida en Tordesillas, y presionada por todos, también después de que llegara Carlos a Castilla. Como dirá Joseph Pérez, «El testamento de Isabel la Católica, era expresión de esta situación jurídica y al mismo tiempo recogía las inquietudes a cerca de su hija. Juana era designada como heredera legítima pero con una importante limitación: si por cualquier razón la reina no quisiera o no pudiera ejercer sus funciones, la regencia sería confiada a su padre, el rey de Aragón».
Juana I de Castilla, presa de los intereses y el poder
Tanto su padre Fernando, como su esposo Felipe y aún su hijo Carlos insistieron en su encierro por conveniencias e intereses, políticos y de gobierno, apoyados en aquellas demencias temporales que Cisneros denominó “alternancias emocionales”, que de ellas tuvo unas cuantas, tantas como episodios humillantes la rodearon para apartarla del poder. Yo me resisto a llamarla loca, de hecho, no volveré a citarla así, porque, como dicen algunos historiadores modernos, con lo que Juana sufrió no era para menos, aunque lo que creo es que estaba harta y desengañada de esas situaciones tan degradantes y vejatorias. Hablando vulgarmente, estaba hasta las narices de todo y de todos.
El historiador hispanista Joseph Pérez tacha de romántica la acentuación de la pretendida locura de Juana, como se aprecia en la literatura y la pintura de la época, pero manifiesta, a la luz de datos y documentos que realmente fue víctima de una maquinación política cuya finalidad era apartarla del poder.
Al negar las cortes de Valladolid inhabilitar a Juana, ella sigue siendo la reine heredera de Catilla, pero, de hecho, gobernaría Carlos, por sí y en nombre de su madre. En los documentos oficiales aparecerían juntos su nombre y el de su madre. Una especie de doble reinado que se refleja en los documentos oficiales a la llegada de Carlos a Castilla. Es un ejemplo de redacción muy curioso.
En una de mis visitas al Archivo Histórico Municipal de Arévalo, me encontré con un escrito que reproducía exactamente esa fórmula, que por su curiosidad quiero reproducir. Es un traslado a un acta del Concejo de un documento de 6 de enero de 1520: «Don Carlos por la gracia de Dios el Rey de Romanos su enperador senper augusto doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma gracia Reyes de Castilla de Leon de Aragon delas dos Sicilias… etc.».
Juana, la reina que no reinó, quizás porque no quiso, pero fue madre de dos emperadores y de cuatro reinas: Leonor, Carlos, Isabel, Fernando, María y Catalina.
Una nueva reina consorte en las Casas Reales arevalenses
Fernando el Católico estaba cómodo como regente, es lo que él persiguió, pero, al mismo tiempo, seguía acuciado porque Aragón estaba sin heredero, la ley impedía reinar allí a la mujer. Por ello Fernando sintió la necesidad de buscar un heredero para Aragón con un nuevo matrimonio. Y todo esto cuando aún el pueblo recordaba muy cercana a su querida reina Isabel.
Castilla tenía continuidad dinástica con Juana y sus herederos, pero en Aragón no, por lo que, a riesgo de romperse la unidad conseguida de Castilla y Aragón, Fernando hubo de buscar un heredero y decidió el matrimonio con Germana de Foix.
Era muy difícil que cualquiera que viniera a ocupar el sitio de Isabel fuera aceptada de buen grado. Pero, a pesar de todo, era el rey regente, y en las Casas Reales de Arévalo se recibió a la nueva reina, Germana con el agasajo requerido por su rango. Germana era sobrina del Rey Luis XII de Francia, y se casó con Fernando en Dueñas el 19 de octubre de 1505.
Pero lo que más nos interesa es como pudo ser aquel ambiente arevalense, tanto para el Contador Mayor Juan Velázquez, como para sus hijos y el pupilo Íñigo, que pronto se familiarizaron con aquella situación.
Así fue como en las Casas Reales de Arévalo, María de Velasco, tan cercana a Isabel, ahora se puso incondicionalmente al servicio de Germana, de costumbres tan distintas de vida alegre y «banqueteadora». Dicen algunos autores, como Pedro de Leturia, que la agasajaba y banqueteaba «con participación “más de lo que era honesto” de la esposa de Velázquez y a los ojos y con disfrute de Íñigo y los demás pajes».
No cabe duda de que este nuevo ambiente debió de sorprender a Íñigo que en el tiempo de su contacto con la corte conoció y vivió otras costumbres muy distintas. De pronto un nuevo ambiente cortesano cambió aquel ambiente, muy apartado de la sobriedad castellana que antes se respiraba en aquellas casas reales. No en vano aquella mujer mucho más joven que Fernando, era de costumbres más relajadas y lujosas según los usos y costumbres de su corte de procedencia: Francia.
María de Velasco supo ganar la confianza de Germana por fidelidad al rey regente Fernando, de tal forma que la reina «no podía estar un día sin ella, y doña María no se ocupaba sino en servirla y banquetearla costosamente…». Aun más de lo que era honesto añade su contemporáneo Carvajal, aludiendo probablemente a la fama de bebedora que tenía la robusta soberana. Mártir de Anglería en sus Epístolas la describe como «pinguis el bene pota».
Buscando la fertilidad del rey
No nos detendremos mucho en aquellos momentos, cuando era buscado el heredero varón con ansiedad, incluso de aquellas pócimas a base del afrodisiaco del momento, la “cantárida” y de criadillas, para favorecer la fecundidad del rey, que son anécdotas de sobra conocidas, y que posiblemente aceleraron su muerte. En 1509 tuvo un hijo, Juan, el heredero esperado para Aragón, pero que murió a las pocas horas de nacer.
Aquellas esperanzas sucesorias pronto se desvanecieron, ya que el rey, al ser sometido a las pócimas y potingues afrodisiacos que favorecieran su poder viril, Fernando se fue devilitando, poco antes de morir, estaba avejentado y “cascado”, medio envenenado por el abuso de aquellos tratamientos a los que estuvo sometido, que le produjeron hidropesía.
Como muestra evidente de todo esto, escribió el P. Fita: «En este año de 1513 por el mes de marzo adolesció el Rey Católico en Medina del Campo (viniendo de Carrioncillo tierra de Medina del Campo, que había ido a holgar con la Reina Germana su mujer) de un potage frío que le hizo dar la dicha Reina, porque le hicieron entender que se haría preñada luego; a lo cual se halló Doña María de Velasco mujer de Juan Velázquez de Cuéllar; de la cual enfermedad al fin ovo de morir el dicho Rey Católico». Así fue el final de un hombre que tenía más que probada su fertilidad.
Entre tanto, nuestro protagonista seguía a Juan Velázquez en sus salidas por los episodios y escenarios de la corte, en sus quehaceres habituales de la contaduría. Íñigo seguía su formación y de hecho, ya era un ayudante imprescindible del Contador. Y por entonces también continuaban las obras del castillo, que ya estarían avanzadas tras las sucesivas campañas de obras, que se iniciaron en 1504.
Años después el mismo Ignacio recordaría en su autobiografía el tiempo que é/ «servía en la Corte del Rey Católico» al rey Fernando el Católico…». Aunque él nunca fue paje de Fernando, estaba rodeado de aquellos muchachos, los hijos del Contador y aquellos nobles que componían aquel grupo, de los cuales alguno sí lo fue. Todo esto además nos da una idea de la familiaridad que llegó a tener con Velázquez de Cuéllar.
Sus modales de cortesano se revelarían posteriormente en sus cartas al Duque de Gandía, a Juan III y a obispos y príncipes de toda Europa. Pero esos serán otros tiempos. Continuaremos el relato en los capítulos siguientes
FUENTE: CRONISTA