POR RICARDO GUERRA SANCHO, CRONISTA OFICIAL DE ARÉVALO (ÁVILA).
Según transcurrían los acontecimientos y viendo Fernando el Católico que su descendencia buscada en Germana era causa perdida, indicó la sucesión en Aragón mediante sus disposiciones testamentarias, que hubo de modificar a medida que los acontecimientos se precipitaban, con algunos cambios a veces drásticos y contradictorios.
Los testamentos de Fernando
Fernando el Católico realizó cuatro testamentos, pero de ellos nos interesan los dos últimos. En el de Aranda de Duero, de 26 abril de 1515, en el que incluye Navarra en la herencia de Juana, y todos los bienes de Fernando, territoriales y económicos… Juana ya la había heredado Castilla de Isabel, como primogénita de la corona. Y decide que sea el hijo mayor el que gobierne los bienes de su madre. Pero también establecen varias clausulas para que gobierne Castilla y Aragón el infante castellano Fernando, su nieto, en caso de incapacidad de la reina, y mientras viene su hermano Carlos. Los historiadores no dudan en calificar de “cataclismo” el hecho que se produce cuando se enteran en Bruselas del nombramiento de Fernando que, como gobernador, le otorgaba un gran poder, por lo que Carlos de Gante consideraba que tendría muchos problemas cuando llegara a reinar en Castilla.
Entre tanto, el rey Frenando II de Aragón, el Católico, tiene episodios de salud alarmantes. Parece que se acerca su fin, y sabiéndolo, meses después se dispone a dictar un nuevo testamento, el cuarto, el de Madrigalejo, apenas el día anterior de su muerte el 22 de enero de 1516, en el lugar donde le sorprende la muerte cuando se dirigía al monasterio de Guadalupe, para reunirse allí con las órdenes de Alcántara y Calatrava. En este último testamento se rectifica el de Aranda con algunas enmiendas fundamentales. Quita del texto las referencias a Juana y a su nieto Fernando, seguramente cumpliendo los pactos con Adriano. Y designa como gobernadores al cardenal Cisneros en Castilla, hasta que Carlos llegara a Castilla y cumpliera los 20 años, y en Aragón a su hijo natural, Alonso de Aragón, arzobispo de Zaragoza.
Con ello se abre una nueva época de la historia de Europa. Los Austrias y los Trastámara de Castilla, serán por bastante tiempo los gobernantes de prácticamente media Europa.
Pero también, entre otros asuntos, y para nosotros es el tema principal, el que ahora nos interesa, en el testamento deja a su viuda Germana de Foix una renta de treinta mil escudos de oro sobre el reino de Nápoles, y otra renta de veinticinco mil escudos sobre las ciudades de Salamanca, Ávila y Medina, recomendando a su nieto Carlos el cumplimiento de esta manda.
La muerte del rey Fernando el Católico
Juan Velázquez de Cuéllar acompañó a Fernando en su postrero viaje a Guadalupe, como lo hacía con frecuencia en los viajes por la corte, y asistió en el lecho de muerte al Ray Católico Fernando II de Aragón, aquel 23 de enero de 1516.
Como testimonio de esa difícil sucesión, podemos ver como en las mismas honras fúnebres de Fernando se gritó «Vivan los católicos reyes doña Juana y don Carlos su hijo. Vivo es el rey, vivo es el rey, vivo es el rey…».
Solo la regencia fuerte y previsora del cardenal Cisneros, en la ausencia de Carlos, logró suavizar en aquellas circunstancias muchas tensiones.
Pero, lo que ahora nos interesa para nuestro relato, es una situación muy difícil e importante para Arévalo, y que nos atañe muy directamente, ya que el rey Carlos, ese mismo año, desde Flandes, cambia el testamento de Fernando y trueca la manda de Germana de Foix sobre Nápoles, por razones de estrategia política, y por razón de estado, sustituyendo esos ducados por el señorío de las villas de Arévalo, Olmedo y Madrigal, “«para que ella las toviese por su vida para su asiento y morada», y otros veinticinco mil escudos sobre estas villas y Salamanca, Ávila y Medina.
Este tema lo dirá el historiador Prudencio de Sandoval de esta manera: «Mandó el rey don Fernando a su segunda mujer la reina Germana sobre el reino de Nápoles treinta mil ducados cada año, mientras viviese. Los cuales el rey don Carlos se los quitó de Nápoles; y los situó en Castilla sobre las villas de Arévalo, Madrigal y Olmedo: dióle estos lugares con la jurisdicción, en tanto que viviese.»
El día 3 de septiembre de 1516, la villa presentó una «suplicación y rreclamaçion en el consejo real diciendo que ellos no podían ser enajenados de la corona rreal, diziendo que tienen çiertos privilegios de los rreyes pasados, y que suplicaban les fuesen guardados; y vista la suplicaçion y los provilegios, que presentaron, por todos los del consejo, fue acordado que la dicha suplicaçion se llevase y presentase ante el rrey nuestro señor… hasta tanto que no se debvía de hacer ni ynovar cosa alguna…».
Tres joyas para una viuda, la abuelastra de Carlos
Algunos autores hablan de que el cambio de las rentas sobe el reino de Nápoles fue un mandato del rey Carlos, como ya hemos visto, para liberar un lugar tan estratégico de esa pertenencia tan extraña. Pero otros aluden a que fue una resolución a petición de la misma Germana, que era uno de sus objetivos, «que su pensión sobre el Reino de Nápoles se trasladase a Castilla y se materializase en el señorío de las villas de Arévalo, Madrigal y Olmedo».
De cualquier modo, el Cardenal Cisneros se dirige a Juan Velázquez de Cuéllar, alcaide del castillo, para que rindiera pleito homenaje a doña Germana, «pero se resistía a apartar la villa de la Corona Real y se ponía al lado de los vecinos”», nos dice García Oro en su biografía de Cisneros, y que no recibiría doña Germana sus villas hasta que don Carlos se asentara en Castilla, porque el regente seguía haciendo gala de sus principios municipalistas.
El enfrentamiento se materializó a partir del momento en el que el regente Cisneros, según planeaba las órdenes de Carlos, cuando disponían que Arévalo aceptase a doña Germana, pero al mismo tiempo no urgía a Juan Velázquez a que acatara sus órdenes.
Ambos personajes, Cisneros y Velázquez de Cuéllar, tenían muy buenas relaciones, incluso amistad personal, ya que ambos habían coincidido en el Consejo Real, y en muchos momentos en la corte junto a Isabel, el uno como confesor y el otro como tesorero, además de la cercanía de pensamientos. Por ello, aún antes de todo esto, se habían reunido sobre este asunto, comprendiendo el regente Cisneros las razones de los arevalenses, al mismo tiempo que hacía ver al alcaide de Arévalo que él, como regente, debía de acatar las órdenes del rey Carlos, aunque le comunicaba lo inconveniente del tema de la enajenación.
Efectivamente, Cisneros había recibido la decisión real a finales de agosto de 1516, pero tampoco le placía la disposición del monarca, y escribe a su agente en Flandes el 22 de septiembre de 1516 «que en esto de Arévalo en ninguna manera debía de hablar, ni es cosa que conviene al servicio de Su Majestad, sino que la fortaleza la tenga quien la tiene, porque no debe hacer mudanza ninguna; ni hasta ahora no he sabido que la Reina doña Germana se pusiese en demandar tal cosa, y aunque la demande no cumple que la tenga, sino que esté por mano del Rey nuestro Señor…».
El regente Cisneros y Juan Velázquez, negocian la situación
El Cardenal y el Consejo del Reino aceptaban la reclamación de la villa a través de Juan Velázquez y la transmitieron al Rey, pero querían que la consulta fuese enteramente secreta para que estos movimientos no trascendieran a Germana.
Unos días después, Cisneros asumía con firmeza la postura de Arévalo, según lo que había hablado con Juan Velázquez, por lo que el regente traslada a Carlos la misiva donde recomendaba que “No debían hacerse mudanzas en Arévalo. Ni la reina Germana ha pretendido el señorío de Arévalo, ni se le debe conceder, aunque eventualmente lo pretendiera”.
Efectivamente, el Cardenal había escrito a Flandes sobre los riesgos que acarreaba entregar Arévalo a doña Germana.
Pero, entre cartas, entrevistas y misivas, se suscitó gran vacilación y confusión. Cisneros y Juan Velázquez que mantenían contacto continuamente, habían tomado acuerdo de que Arévalo no sería desgajada de la jurisdicción real, y bien se aprecia que con ello Cisneros reforzaba su postura municipalista. Un día había obligado a Juan Velázquez a obedecer, ahora le daba la razón en su resistencia.
Hay un concepto que se ha manejado por los historiadores, la postura firme y férrea del Contador, convencido de tener la razón.
Bien es cierto que con esta concesión no se verían mermados los derechos económicos de la villa, ni los del Contador. No había nuevas cargas económicas para las villas ni perjuicio personal para el Contador Mayor con la entrega de la villa a Germana. Lo que sí habría era merma y desmembración del Patrimonio Real de Castilla, pues eran aquellas fortalezas y villas con su Tierra, partes notables de él.
Juan Velázquez tenía cubiertos sus intereses económicos, con aquella orden de Carlos, la cesión de la villa no alteraría su situación en la corte, solo cambiaba de dueño, una reina extranjera… Pero, lo que si había era una merma del Patrimonio Real de Castilla, ya que Arévalo y las otras villa, Madrigal y Olmedo, eran de «realengo», y aquel acto contravenía los antiguos privilegios reales. Y porque aquellas rentas se pasarán precisamente a algunas ciudades castellanas, las que tenía en encomienda Juan Velázquez, Arévalo, Madrigal y Olmedo con sus tierras y jurisdicción habían en consecuencia, de entregarse en señorío a la Reina «para que ella las toviese por su vida para su asiento y morada» y que «Juan Velázquez la toviese por ella y hiciese el pleito homenaje a la Reina».
Si Velázquez de Cuéllar hubiera mirado tan solo por su interés económico, que tan cubierto quedaba en aquella orden de don Carlos, la hubiera acatado sin más. Pero creyó que sobre su bienestar y el de su casa, debían ponerse los intereses de la Corona y «los de las villas que amaba como propias…»
El levantamiento, un acto de lealtad
Tanto el Concejo arevalense, como el propio Juan Velázquez reafirmaron sus privilegios de la Corona de Castilla, los que consideraban como su gloria más preciada. En realidad, esa actitud era un acto de lealtad, como ahora veremos, y que es una de las mayores virtudes del Contador y de la propia villa, fue su lealtad a la Corona.
Sabemos por la documentación que alguno de los miembros del Concejo arevalense se opuso al levantamiento, pero la mayoría si estaba dispuesto a defender sus privilegios, con Juan Velázquez a la cabeza.
Pensemos también que no en vano Juan Velázquez había vivido otra enajenación, un precedente imborrable de la memoria colectiva de Arévalo, cuando Enrique IV concedió la Villa y su Tierra a Álvaro de Stúñiga con el título de Duque de Arévalo, separación de la corona dolorosísima que supuso, además, una humillación para la Reina viuda Isabel de Portugal y para la Casa Real. El Contador vivió muy de cerca las gestiones, sin represalias, que Isabel la Católica realizaría hasta reintegrar de nuevo a la Corona esta “perla de Castilla”, siempre fiel, siempre leal y siempre al lado de sus reyes. Ya tenía el privilegio de no ser enajenada, y entonces fue roto por un Rey que no los respetó, y nuevamente restituido y confirmado por nuestra Reina Isabel.
Privilegios de la villa de no ser enajenada de la Corona de Castilla
Pero la villa de Arévalo exhibía sus privilegios y su estatuto de realengo. Según los antiguos privilegios, varias veces confirmados, la última vez por la propia Isabel I de Castilla, la Católica, poco antes de estos acontecimientos, por lo que la villa hacía gala de este privilegio y lo defendió.
Se cometía además un desafuero contra las villas mismas, ya que poseían desde Fernando IV el privilegio, varias veces confirmado, de no poder ser enajenados de la Corona castellana, privilegio que estimaban como su gloria más preciada.
No hacía tantos años que el propio Juan Velázquez había contribuido a su ratificación, por la reina Isabel, de la última confirmación de su padre el rey Juan II que dio una carta Real ordenando que «en tiempo alguno la dicha villa sería enagenada, ni apartada ni quitada de su corona Real, por causa alguna, ni dada en merced á persona alguna…»
Aún más, confirmando todo esto, en el Archivo Histórico Municipal de Arévalo, desgraciadamente tan mermado en sus fondos, por pérdidas y expolios desgraciados, como ponen en evidencia sus tres índices de archivo existentes. En el primero, «Libro de Registro de Archivo, 1595-1618», como también en el segundo libro, «Libro Abecedario Archivo, 1753», y aún en el tercero, de fechas varias del s. XIX, «Libro Abecedario deste Archivo». En los tres índices se reflejan las cartas privilegio varias veces ratificadas de que la villa no podría ser enajenada de la Corona, en estos términos.
La primera ocasión es con Fernando IV, dado en Valladolid el 13 de julio era de 1349. Ratificado por el rey Juan II, en una carta privilegio dada en Arévalo el 7 de abril de 1445, «que por ningún caso ni causa, no se pudiere enagenar de la Corona Real esta dicha Villa ni los lugares de su jurisdicción, y pudiese defenderlo sin incurrir en pena alguna». Y otro de la reina Isabel de 10 de octubre de 1496 «para que la Villa ni lugares de su jurisdicción no puedan ser enagenados de la Corona R.l aunque sea en persona R.l… ».
Después de los acontecimientos que relatamos, en parecidos términos lo ratificarán Juana I, y Carlos I, «para que después de los días dela rreina Xermana esta villa de Arévalo se vuelva ala corona rreal y no se enaxene su fecha en Barcelona a 10 dias del mes de otubre del año del nacimiento de 1519 años.». Pero esto no apaciguó a los arevalenses.
Poco después, ante las presiones de Arévalo, que era una villa que estaba muy solicitada por los Comuneros, el propio Carlos I firmó otro documento, una carta de privilegio y confirmación, dado en Bruselas, el 9 de septiembre de 1520, por el que devolvía Arévalo a la Corona sin ningún condicionante.
También sería ratificado posteriormente por Felipe II, despachado por su hermana la princesa de Portugal, fechado en Valladolid a 18 de marzo de 1559.
Entre tanto, el regente Cisneros mandó un corregidor a la villa, el alcalde de Corte Cornejo, que no fue recibido… y quizás fuera ese el detonante del levantamiento.
La Villa ejerció sus derechos y privilegios y no admitió a Germana como señora, situación que, junto con otras causas, creó un conflicto que terminó en levantamiento militar abanderado por Juan Velázquez de Cuéllar, en el que estuvo presente nuestro joven Íñigo, la Villa contra el Emperador Carlos.
Pero esto será para el capítulo siguiente.
FUENTE: Diario de Ávila CRONISTA