POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS).
Concluyen las fiestas específicas de Navidad y llegan las del nuevo año, que para nosotros será el 2022, mientras otras culturas se regirán por sus propias celebraciones.
Ya sabemos que unos 1.400 millones de chinos celebrarán su inicio de año el próximo 1 de febrero de 2022 (año del tigre de agua) que será el 4720 según su calendario.
Entretanto, unos 1.500 millones de musulmanes entrarán en el año 1444 (Muharram) de la Hégira y -como se rigen por el calendario lunar islámico- cada año éste se inicia once o doce días antes, concretamente este año será el próximo 30 de julio.
Los judíos contarán su año 5783, que comenzará el 25 de septiembre según la Torá. Para el calendario hebreo la Génesis del mundo tuvo lugar el 7 de octubre del año 3761 antes de Cristo.
En India celebrarán su Año Nuevo (Diwali o Festival de las Luces) el 24 de octubre de 2022.
Todo es relativo ¿o acaso hace 2021 años que nació Cristo? Pues no, porque hace entre 2025 y 2028 años que ocurrió ese hecho histórico (entre cuatro y siete años de lo que se creía) y así está reconocido ya por la Iglesia católica desde hace más de una década, debido a un error contable -datado en el siglo VI- que llega hasta nuestros días.
Y así, otras civilizaciones siguen sus tradiciones y costumbres. Bien es cierto que no sólo 1.700 millones de cristianos estrenamos año el 1 de enero, puesto que nuestro calendario rige -al menos comercialmente- en buena parte del mundo.
Un inicio con uvas en España, o tirando un cubo de agua por la ventana en Cuba; o los papeles y hasta muebles viejos en Argentina -ya en su recién estrenado verano-; en Perú habrán hecho monigotes de papel de aquellos personajes que no les gustan y los quemarán; los colombianos cogerán una maleta, neceser o cosa similar y se darán una vuelta por su barrio, mientras bastantes de los casi 61 millones de italianos se comerán un plato de lentejas cocidas en la medianoche que alumbra el primer día de enero, y buena parte del mundo contemplará los tradicionales fuegos artificiales (hasta donde la interminable pandemia de covid y sus variantes se lo permitan).
Los Reyes Magos (que -afortunadamente- en España siguen siendo los más esperados por grandes y pequeños, a pesar de las presiones de otros pacíficos “invasores” de ilusiones), llegarán en un recién estrenado año cuyos augurios son medianamente optimistas para la sociedad en general.
El nacimiento de un año debe ser siempre una ocasión de gozo, una renovación de la eterna esperanza.
Sólo los humanos somos superiores a todo los demás, porque somos una vida consciente de sí misma.
Todos tenemos idénticas necesidades, blancos y negros, ricos y pobres, capitalistas o comunistas, cristianos o musulmanes.
¿Acaso en el destino de la humanidad está escrito algo más seguro que la vida y la muerte?
En estas semanas navideñas la palabra más oída habrá sido -como siempre- felicidad.
En muchos casos habrá sido una fórmula de cortesía, pero otras veces habrá sido un sincero deseo, algo que realmente anhelamos para nuestros seres queridos y para nosotros mismos. Un noble deseo, no sé si vano.
El ansia de ser felices parece haberse convertido más en un deber que en un derecho.
Es evidente que para cada uno la felicidad puede consistir en algo diferente. Para unos será tener un buen trabajo que satisfaga su vocación, otros se conformarán con un buen sueldo, todos con evitar que esta persistente pandemia que nos cerca pase de largo y acabe de una vez.
Unos se sentirán felices saliendo mucho y divirtiéndose (costumbre tan típicamente española), mientras otros, por el contrario, permaneciendo en la tranquilidad de su hogar.
Nadie nos puede asegurar que lo que hemos conseguido no pueda desaparecer.
Y es que en esta vida todo es inmensamente frágil, también la felicidad. No tenemos control sobre las desdichas y éstas nos pueden acechar en cualquiera de los rincones de nuestra vida.
Sería más sensato que aspirásemos a la serenidad, esa rara condición del ánimo que nos garantiza la sabia aceptación de lo bueno y de lo malo.
Vivir la vida sabiendo que -tanto la alegría como el sufrimiento- forman parte de ella y que debemos aferrarnos a la primera y no detenernos en el segundo.
Así podremos seguir viviendo con una mínima garantía de sosiego y de paz.
Esa frágil paz que quiere abrirse paso entre las necesidades de todo tipo que rodean la ambición humana a lo largo de este planeta en el que se desenvuelve nuestro breve existir, pensar, sentir, amar…o sea: la vida misma.
Deseémonos un año 2022 pleno de salud y sosiego.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez