POR JOSÉ DIONISIO COLINAS LOBATO, CRONISTA OFICIAL DE LA BAÑEZA (LEÓN)
Siempre los Carmelitas Descalzos del Convento de La Bañeza, sintieron una gran veneración por la Virgen de Nuestra Señora de la Soledad y Angustias, cuando en tardía procesión del Viernes Santo, llegaba con sus pasos a lo que en otro tiempo fueran las tierras altas del llamado “Paramito”, donde la procesión paraba y se iniciaba el llamado “Desenclavo”.
Hoy son momentos de recuerdo y añoranza, donde la muerte de Cristo congela el rostro tapado de las penitentes y el punzante viento que viene de Carpurias, forma una comunicación de evocación, un fervor de respeto de una zona donde en otro tiempo fuera tierra y zona monacal.
Aunque la Semana Santa de La Bañeza es bella en cualquiera de sus desfiles por calles y plazas de la Ciudad; es el conjunto escultórico de esta Cofradía de Las Angustias, cuando en la tarde de Viernes Santo, recorre los altos de un paraje conocido por el “Paramito” y, porque el cuerpo muerto y llagado de un representativo Nazareno, es depositado en una urna que un día tuviera a bien tallar el maestro carpintero bañezano, Natalio Medina Alvarado.
La talla de la imagen de un Cristo yaciente es ahora arropado por el luengo cabello y melena donada por una joven devota bañezana, lacerada por el sudor y la sangre de la Pasión; será ahora cuando el viento azote el flagelo blanco de la nieve que llega del Teleno, cuando el Nazareno cobre una autenticidad plena, llena de sobriedad y de reposo.
Recostado en su urna de cristal, el cuerpo parece al momento mecerse ante los roncos sonidos que de un brillante trombón quieren salir, donde las notas desean perderse en las inclinadas laderas del montículo hacia el estrecho y embarrado camino de cruces y paleras de otro tiempo partían del humilladero; aquellas que un día plantaran los monjes junto a la zaya de la subida al cenobio.
Procesión del Santo Entierro la que de nuevo hoy camina hacia el sepulcro de su ermita, junto a los restos y muros desaparecidos de lo que fuera un viejo convento, dejando tras de sí a un vacío madero del que queda pendido un ondeante sudario.
Emotivas y lacrimosas miradas van apareciendo en los escarchados rostros de los penitentes, dirigidos ojeos hacia el brillante corazón de la Madre, traspasado por los siete cuchillos de pulida pátina, los siete dolores de la Virgen. Ahora, será cuando el atardecer haya llegado, la luz empiece a declinar por el horizonte; penetrando en el lugar, un cuadro de sombras de la Virgen de las Angustias, pincelado por los cirios y velas encendidas de los hermanos cofrades, por las ásperas coronas verdosas de esparto sobre sus sienes.
El desfile ha quedado por un momento silencioso, sumido en un dolor religioso, de meditación de siglos pasados, donde quizás los frailes Carmelitas, alentados por aquel Nazareno ya en la urna, le despidieran con débiles luminarias y candiles, viéndose perder sus toscos hábitos entre la oscuridad del elevado camino hacia el convento, llenos de dolor y de espiritualidad, con un bisbiseo en sus labios de salmos penitenciales.
Pero ahora, ya sin las ruinas, ni piedras sacras, evocándolo, se ve multitud de obra nueva, también con devoción en su interior, dejándonos el recuerdo de lo que un día hizo la terrible Desamortización.