POR FRANCISCO JOSÉ ROZADA MARTÍNEZ, CRONISTA OFICIAL DE PARRES-ARRIONDAS (ASTURIAS)
Los cambios en las formas de vida de este primer cuarto del siglo XXI -cuyo año final va a dar comienzo- están siendo absolutamente vertiginosos si tomamos como mojón separador del tiempo al que fue mítico año 2000.
No sabemos qué nos deparará la inteligencia artificial de la que tanto se habla, porque los humanos somos capaces de los mayores logros positivos y beneficiosos para el género al que pertenecemos, pero también de los horrores más terribles, de manera que el futuro puede encaminarse hacia cualquier destino. Todo es posible en un futuro ya inmediato en el que entraremos en otras formas de comunicación aún ignotas, una especie de mensajería decodificada a modo de revolución basada en la antes mencionada inteligencia artificial.
Desde que todo comenzó en el inicio del tiempo, cuanto nos rodea parece como una explosión de todas las abundancias que siempre maravillaron al hombre y la mujer pensadores.
Los cuatro elementos -la tierra, el agua, el aire y el fuego- con la prodigalidad de las especies vegetales variadas y abundantes, junto con el siempre emocionante mundo animal, todo parece mostrar liberalidad, elegancia, donación y exuberancia.
Así diríamos que la felicidad -la palabra más utilizada en estas fechas navideñas- es como una cuestión de costumbre que se ofreciera a nuestro alcance. Costumbre de pensar, obrar, hablar y sentir de determinada manera.
Entre el entusiasmo y la decepción parece que hay cada vez menos espacio en la sociedad actual, como si una especie de niebla moral invadiese la consciencia ciudadana. Es cierto que no hay nada nuevo bajo el sol, puesto que la historia se desarrolla de una forma cíclica, repitiéndose unos hitos concretos cada cierto tiempo, y aunque las formas no sean exactamente las mismas el fondo sí lo es.
Vivimos en un mundo cada vez más preocupante y con la sombra siempre presente de que buena parte del pasado ha quedado fijado en las crónicas sin que casi nadie las pusiese en duda, pero cada vez se va demostrando que la historia no siempre es lo que ocurrió, sino lo que nos han contado.
El nuevo año 2025 necesitará audacia, prudencia, valor y cordura a partes iguales, porque todos nos jugamos mucho en el convulso mundo que nos ha tocado vivir.
Con sus pausas emocionales el tiempo nos indica nuestra condición y nos obliga a mirar hacia delante ya que es uno de los más ricos talentos que se nos ha dado, un tesoro que no sabemos hasta cuándo lo vamos a poseer y, por eso, no hay tiempo que perder mientras la misma naturaleza va tejiendo el reglamento de cada una de nuestras vidas.
Desde las cavernas hasta los rascacielos, desde la piedra de sílex hasta las tecnologías más avanzadas de nuestros días siempre encontramos los mismos sustratos comunes, porque a lo largo de los tiempos y por encima de culturas, lenguajes y formas perduran la familia, la libertad, el trabajo, la justicia, la educación, la salud, la felicidad y la paz, todos ellos constituyen el epicentro de las preocupaciones humanas mientras dura la vida. Sobre estos sustratos eternos se construyen, después, ciencias y miserias.
A las puertas de otra Navidad y a punto de atravesar el umbral del año 2025 sonríe la esperanza de un tiempo que para todos me gustaría que fuese cada día mejor.
FUENTE: https://www.facebook.com/franciscojose.rozadamartinez