ANTE LA VISITA A COVADONGA DE ASAMBLEARIOS DE LA ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE CRONISTAS OFICIALES.

POR CECILIO FERNÁNDEZ TESTÓN, CRONISTA OFICIAL DE PEÑAMELLERA ALTA Y DE PEÑAMELLERA BAJA (ASTURIAS)

Cronistas y acompañantes en Covadonga. Fotos Ricardo Guerra
Cronistas y acompañantes en Covadonga. Fotos Ricardo Guerra

Aunque no sobre vitela (que todo se andaría), en la tarde del domingo, veintiocho de septiembre, cronistas oficiales de esta Patria mía hemos simbólicamente dejado constancia en Covadonga de significación sinodal (perdón por la aliteración y usurpación del término) y reconocimiento de lugar tan señero y original de tantas cronologías, como la del 722.

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Crónica la nuestra referente a una visita que podría resultar el introito de encuentros sucesivos, ¡¿cómo no?! (de ahí lo de caminar juntos), con cuyo ritmo se llegarían a institucionalizar por parte de nuestra Asociación precisamente en este Real Sitio, que tanto alcance supuso para la cristianización de Europa en general y parala consolidación de España en particular, como es Covadonga.

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Recibidos en el pórtico de la Basílica del Santuario por el Abad del Cabildo, Ilmo. Sr. D. Juan José Tuñón Escalada, un grupo de de La Real Asociación Española de Cronistas Oficiales a cuyo frente llegaba su Presidente, el Ilmo. Sr. Don Antonio Luis Galiano Pérez, se inició la visita, contando con el ofrecimiento del mismísimo Abad de guía del recorrido.

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Nadie mejor. Los cronistas hemos contado, en efecto, con una autoridad no sólo de jurisdicción eclesial, sino en el Principado de reconocimiento intelectual de la Historia de primer orden en la figura de Don Juan José Tuñón Escalada.

La tarde otoñal en el Valle del Auseva se presentaba con celajes esplendentes de claros nimbados y oros encendidos: unas veces se barnizaban verduras refrescadas por mangueras generosas del temporal; otras y en contraste, el céfiro suave y arrepentido de Don Opas peinaba, nostálgico de primaveras, la nemorosa montaña, descubriendo luminoso tal atardecer cromático, que nuestra Asturias parecía pavonearse, ante la Basílica rosa y la umbrosa Cueva en violeta, de inigualables galas de hermosura.

El grupo peregrino acababa de tomar tierra a bordo de un autobús. Sí, de aterrizar en la explanada presidida por el bronce del Rey Pelayo. De aterrizar, porque la mayoría de compañeros sureña, avezada a más planicies que a quebradas, había decidido pasarse antes por Los Lagos de Enol y del Ercina. Y, claro, tal decisión se reflejaba en el aspecto de sus rostros, al bajar al Santuario.

Mezcla de emociones: por una parte las estéticas ante Las Peñas Santas,pisando tomillo en las brañas cimeras, más allá del Mirador de La Reina, con el telón de fondo del Mons Vindius, heroico oppidum asturcántabro y ciudadela, verdadera pesadilla del orgullo romano; por otra, la medida del vértigo, pellizcando temores, que supone el bajar desde allí descolgado en picada hasta la olla de la Cueva de La Santina, bordeando en espiral descendente la escalada por el gran embudo hasta el Valle entre La Cruz de Priena y el Monte Auseva.

Esa mezcla se reflejaba en el rostro de los visitantes peregrinos, que a no dudarlo, no olvidarían descender de los Lagos asidos al manto de la Santina.

Sin embargo, nada mejor que este preámbulo para una composición de lugar. Nada mejor que antes de desplegar los Albelda, Al-makam, Yepes, Sánchez Albornoz, en este estado de asombro poder tomar el pulso de las huestes agarenas mandadas por Alkamah, cuando bajo el roquedal del Pozón y su Oquedad Sagrada surgiera el alarido pelagiano; cuando el Cielo rematara la ópera con peñas y arpegios de órgano en tutti, sincopados de cataratas y rayos, entonces, nada mejor que tomarle el pulso al paisaje en estas condiciones.

Volved a Covadonga, compañeros.

Los cronistas con rabel

suben la escalera de la promesa

Perfumando septiembre el Monte Auseva

Reviste con sus tules la neblina

Y, brocando en su manto a La Santina

Las torcaces de Orandi la cascada,

Con rosarios de perlas, cual rosada,

Sus manos enjoyadas deja el Deva.

Y al lamento del canto, que se eleva

Del teclado del roble y de la encina

Se mezcla la floresta con la espina

E impregna de tristeza la sonata,

Empapando, al subir la escalinata

La madre que llorosa entra en La Cueva.

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