POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Aunque soy poco de niños hoy enseñé a uno “Antón carabina”, canción de mi infancia, que se acompañaba con un juego de manos, para aprender coordinación. Frente a frente, cantamos y dimos palmadas; primero juntando cada uno sus palmas, luego cruzándolas con el otro, mi derecha con su derecha, mi izquierda con su izquierda, y después a la vez, las cuatro chocando abiertas. Así fui maniobrando y enseñándole la letra: “Antón carabina, mató a su mujer, la metió en un saco y la echó a moler. El molinero dijo: -Esto no es harina, esto es la mujer de Antón carabina”. De pronto, me percaté del horror e improvisé otra oración: “Antón, un buen día, amó a su mujer, la besó un buen rato y la echó al somier…”, pero el inocente ya no tragó, prefería “Antón carabina”. ¡Qué cruel! Bien sabemos que el bebé, en cuanto puede, destroza su sonajero. Por eso me gustan poco los niños.
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