POR LUIS MIGUEL PÉREZ ADÁN, CRONISTA OFICIAL DE CARTAGENA (MURCIA)
En la extensa relación de personajes históricos protagonistas de la denominada Sublevación Cantonal en Cartagena (1873-1874) nos encontramos con la figura de Antonio Gálvez Arce, sin duda el más relevante republicano federal español del siglo XIX en la Región de Murcia.
Al cumplirse este año el 200 aniversario de su nacimiento, es preceptivo un breve análisis de su biografía mucho más amplia que su participación en los sucesos cantonales acaecidos en nuestra ciudad y que son de sobra
Existen diversas publicaciones de autores que de manera biográfica han tratado sobre este personaje. Puig Campillo, García Abellán, Gabriel Baleriola o Manuel Rolandi solo son algunos de estos, allí encontrarán sin duda una extensa relación de datos sobre la vida del conocido Antonete ya que, por razones de espacio, aquí lo trataremos someramente.
Gálvez nació el 29 de junio de 1819 en la pedanía murciana de Torreagüera, en el seno de una familia de agricultores acomodados y de ideas liberales, sufridores de los duros años de represión política durante la denominada Década Ominosa.
En ese ambiente el joven Gálvez compagina sus labores agrícolas con una educación liberal recibida de su tío y profesor de la escuela de su pueblo José Gálvez, al tiempo que su mentor político, Pedro Rosique (segundo marqués de Camachos), le introduce en los ambientes liberales y comprometidos por la lucha de la libertad y la democracia.
Y de esta manera, con una educación primaria y básica, completada de manera autodidacta, se va forjando a un rebelde que lucharía ya a lo largo de toda su vida por alcanzar un sueño de bienestar político, económico, cultural y social de los más humildes, y para ello no dudó en poner al servicio de esta causa su vida privada y su pequeño patrimonio personal.
Siempre revolucionario, tuvo su bautismo de fuego tras el fallecimiento de Fernando VII, cuando se alista en la Milicia Nacional con tan solo quince años e interviene activamente en casi todas las revueltas liberales que van surgiendo a lo largo del siglo XIX en España. Poco a poco su aureola de revolucionario le va proporcionando una fama y prestigio en esos ambientes, e incluso, tras una breve estancia en Madrid en 1836, entra a formar parte de los círculos más involucrados en la lucha por instaurar una república en España.
¿Pero cuál era el aspecto físico de nuestro protagonista? Para ello recurrimos a la descripción que de él hace Baleriola: «(…) un tipo ni alto ni bajo (…) un tipo de buena facha; anchos hombros, torso enérgico, brazos fornidos, piernas de andarín, cuerpo recio y noble cabeza iluminada por unos desconcertantes ojos dorados, tirando a tímidos, que mudaban de color en las grandes ocasiones (…). Fuma continuamente grandes cigarros puros y le apasiona el tiro al pavo y el juego de los bolos (…). No bebe ni juega a las cartas (…). Es sobrio en las comidas y no le atraen los devaneos amorosos».
No le costó mucho tiempo convertirse en un verdadero líder revolucionario. Paralelamente, su vida personal transcurría por otros cauces. Se casó con su prima hermana María Dolores Arce, tuvieron seis hijos y cuando no estaba en la lucha revolucionaria cultivaba la tierra en el Huerto de San Blas, donde tenía arrendada un centenar de tahúllas e incluso desarrolló una actividad minera en la Sierra de Miravete.
Durante el Sexenio Democrático, su fama y su exposición pública se hizo aún más evidente, dando el salto definitivo a la escena política nacional, ocupando diversos puestos de responsabilidad en la denominada Revolución de Septiembre de 1868 (‘La Gloriosa’). Al mando de su propia tropa (unos 500 hombres) sumó al servicio del General Prim las ciudades de Murcia y ayudó a la defensa de Cartagena.
A partir de entonces su vida se convierte en un continuo ir y venir; lucha, exilio, amnistía, sublevación, más revolución, más liderazgo y también un enorme sacrificio personal y familiar, todo al servicio de un ideal que para entonces está enmarcado en la corriente de los intransigentes republicanos federales.
Y una vez más, Gálvez y Cartagena, sin duda su ciudad fetiche, tan revolucionaria entonces como él. Antonete Gálvez se convierte en uno de los líderes de la sublevación cantonal cartagenera. Recibido en olor de multitud aquel mítico 12 de julio, es conducido a hombros por los entusiastas republicanos cartageneros hasta el Palacio Consistorial y es nombrado dirigente político máximo de esta sublevación.
Es conocido que al final de esta epopeya, tras meses de duro asedio, Cartagena se rinde al poder central. Para Gálvez es otro duro exilio en Orán y otra condena a muerte. Una más.
Pero su lucha no acaba aquí. Tras la Restauración Borbónica y una nueva amnistía en 1880, vuelve y todavía tiene tiempo y ganas de participar en otra fallida algarada republicana con epicentro en Cartagena en 1886, otro exilio para un Gálvez envejecido y agotado al que se le dio otra oportunidad de regresar a su casa en 1891. Allí pasaría sus últimos años de vida junto a su familia hasta su muerte en 1898.
Fue un verdadero líder carismático comprometido políticamente con sus ideas hasta el final de sus días, alguien que tuvo la aspiración de que en España hubiera una república federal.
Fuente: https://www.laverdad.es/