POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)
Visitar a mi tío Antonio era un deleite, un reto dado su carácter gitano e impredecible; el noveno de la decena, nacido en el dieciocho; historiador nato, crítico como pocos, el platicarle mis elucubraciones causaba que frunciera el entrecejo para confrontarme y subir el tono de voz; “¿en dónde dice…?» Nunca me hizo mucho caso cuando le platicaba que el origen de su nombre arrancaba de las más rancias raíces familiares chiclaneras.
Años después de haber enviudado, superó la situación con gran carácter y habilidad. Un día me llamó para decirme que me tenía un regalo, me invitaba un café, acudí a su casa; era un libro que abrió de su empaque de celofán y empezó a hojear, le causó tanto interés que pronto se sumergió en su lectura; regresé a casa engañado y sin regalo, comprobando el dicho de mi madre; “somos una familia de locos”. Su nombramiento de patriarca lo ostentó hasta unos meses antes de cumplir el centenario.
En esta ocasión no me invitaba, era yo quien le pedía el café. Resulta que se empezaron a circular directorios familiares completísimos que mi primo Mariano con gran generosidad nos hacía llegar a todos los domicilios de la familia lo que a todos encantaba, sobre todo porque el documento llegaba en ostentosa motocicleta con las siglas de la SCJN, lo cual nos hacía aparecer como “influyentes” entre el vecindario. Mas resulta que a nuestro primo Mario, quien vivía en los Estados Unidos desde hacía más de cuarenta años, se le ocurrió ir más allá, convirtiéndolos por medio de un software en un bello árbol de cuyo tronco emergían fuertes ramas, hojas y frutos que éramos nietos, bisnietos y tataranietos de Mariano y Carmen, con el pequeño detalle que al desconocer detalles por lejanía de tiempo y espacio, confundió en mi propio caso polen y pistilos; el directorio había llegado a casa de mis cuatro hijos mayores a quienes él había cambiado de madre por la que me acababa de dar al menor de mis vástagos. Yo lo noté hasta que mi hijo mayor me llamó para reclamarme airadamente sin escuchar explicación alguna; pedí por ello la cita al tío Antonio, tratando de que a través de su autoridad se sugiriera hacer llegar los directorios solamente a las cabezas de familia.
-Querido sobrino, tus hijos y su mamá deben entender el sentido de integración que tiene el directorio -me dijo-, solamente fue un error de buena fe que debe ser disculpado; con él sabemos quiénes somos, en dónde estamos, importantísimo para la buena marcha de la familia… salí de ahí desesperanzado.
Al día siguiente, muy temprano, sonó el teléfono; era mi querido tío quien me decía alterado: -¡Sobrino, esto lo tenemos que detener; en el directorio ponen a tu otra prima como hija de mi Chatita, ¡si lo ven mis hijos me matan! Te invito un café para que me ayudes a evitar que esto se siga distribuyendo sin ton ni son…
A cualquiera despertaba fascinación por su sabiduría, gracia y picardía aprendida a través de toda una vida. Nacido en el barrio de Tlatelolco, me decía que su niñez la recordaba asociada al rodar de los carretones que llegaban a la aduana de pulques; con gran cercanía a su padre “adivinaba en mí la vocación de vago que siempre hubiera querido tener”. Mano derecha de don Emilio Azcárraga Vidaurreta en Telesistema Mexicano, fue el primer presidente ejecutivo del equipo América; junto con mis primos, recuerdo haber estado cascareando en los estacionamientos de Ciudad Universitaria al final de algún partido del América, para verlo llegar con un gran portafolio en el que traía cargando la taquilla. Luego de comprar al equipo, recibió el encargo de don Emilio, de darle personalidad -que lo amen o que lo odien- y lo cumplió con creces, convirtiendo al equipo en Los Millonarios, simplemente por pagar sueldos y primas a tiempo. Bajo su supervisión se construyó el Estadio Azteca, se hicieron las contrataciones de Arlindo, Zague y Vavá estando al frente de la delegación mexicana en las Copas Mundiales de Suecia, Chile e Inglaterra.
Tuvo como secretaria ni más no menos que a Lola Beltrán y a su repartidor de carnicería en la colonia Mixcoac lo impulsó al estrellato: sería conocido como Javier Solís.
Hombre emblemático que vio desarrollarse bajo su disciplina financiera a Telesistema Mexicano, a Televicentro y a Televisa, al llegar la tercera generación de los Azcárraga al imperio, aquellos juniors no gustaban de alguien que saludaba por igual al magnate que al voceador o al bolero; con gran dignidad, antes de que se le pidiera su salida renunció a la empresa, vivió en la medianía en su casa de San José Insurgentes en donde resguardaba con gran celo los documentos de su padre el novelista en “El Cuarto del Homenaje”, mismos que entregó a la Biblioteca Nacional en donde quedaron debidamente depositados para la posteridad -guardo con celo el video de aquella ocasión en la que habla entre Alí Chumacero y Vicente Quirarte, mismo que he de subir a esta plataforma pasando el encierro-.
Decía con mucha gracia que él no era nadie: -¿es usted el gran orador? No, ese es mi hermano; ¿el Ministro entonces? No, ese es mi otro hermano. Perdón, ¿el Procurador del Medio Ambiente? No, ese es mi hijo. Ah, entonces ¿es usted el padre de Irene? No, yo soy su abuelo…
Su refugio final estuvo el Tebanca, a la orilla de la Laguna de Catemaco. En misterioso mensaje me hizo saber que “su vida entre flores y selva fue mejor que en una casa fría en donde el sol dejó de entrar por un pinche edificio que le quitó la belleza a su colonia… que “su vida entre brujos y café fue muy interesante y que fue renovador ver que la vida no son sólo libros, historia y gente importante”.
Alérgico a los homenajes, este modesto escrito me hubiera causado un gran distanciamiento con él; mi querido tío merece por supuesto un libro completo plagado de las anécdotas de un contador metido a administrador que tenía perfiles de artista, historiador y filósofo; infatigable viajero que al final de su vida sembraba especies en peligro de extinción cuando «el que está en peligro de extinción soy yo”, decía con gracia. Vaya un abrazo hasta el cielo con mi agradecimiento, en la espera de que en la misma Gloria, no acabe extrañando Catemaco.