ARTÍCULO SOBRE ANTONIO BRAVO NIETO CRONISTA OFICIAL DE MELILLA.
El cronista oficial de Melilla siempre compaginó muy bien de niño sus lecturas y los juegos en unas calles sin asfaltar y sin coches.
Antonio Bravo (Melilla, 1961) no necesita presentación. Cronista oficial de la ciudad desde el año 2004, nació en el barrio del Industrial, justo enfrente de donde hoy en día está Mercadona. Sus primeros recuerdos están repartidos entre el Hospital Militar, donde trabajaba su padre, el barrio y la playa. Muy pronto la familia se trasladó a la calle Teniente Morán, desde donde podían ver el mar directamente, ya que por aquellos entonces no estaba construida lo que hoy día es la primera línea del Paseo Marítimo. En ese lugar los calafates (los que calafatean las embarcaciones, esto es, quienes cierran las junturas de las maderas de las naves con estopa y brea para que no entre el agua) reparaban barcos y los pescadores, sus redes. La playa era un lugar muy diferente al actual, más agreste, y en la zona de la desembocadura la vegetación era muy alta. Un día, explorando el terreno con sus amigos, encontraron un caparazón “enorme” de una tortuga marina.
Él comenzó a estudiar en el colegio de San Agustín, frente al Hospital Militar. Aprendió a escribir con la señorita Ana, de la que guarda muy buen recuerdo. Por la tarde lo recogían y hacía los deberes. De aquella época, revive con “pánico” su primera vacuna.
Más tarde se mudaron a la calle Álvaro de Bazán. Le dio pena dejar su antiguo colegio cuando se trasladó al Reyes Católicos, justo enfrente de donde vivía. Pronto, sin embargo, se adaptó al nuevo, que califica de “mucho más bullicioso”. Solía reunirse con otros niños en lo que ahora es el parvulario del centro, pero que entonces era una explanada que, por cierto, les parecía “enorme”.
No se olvida del antiguo ferrocarril que pasaba por su calle, sobre todo porque interrumpía sus juegos en esa zona. Circulaban por allí muy pocos coches. Controlaban el tiempo del juego gracias a las sirenas que marcaban el comienzo y el final de la jornada en los saladeros que estaba en la parte del barrio más cercana a la playa. Cuando pasó al instituto, estudió en el IES Leopoldo Queipo, que entonces no tenía nombre porque era el único que había. Asegura que tiene muy buenos recuerdos tanto del colegio como del instituto.
Hubo una tercera casa, esta vez en el Hipódromo, “siempre muy cerca del mar”. Ese hogar, 50 años ya han pasado, era el “sueño” de sus padres y a él le brinda excelentes recuerdos. Las calles seguían sin estar asfaltadas y sin coches. Las puertas de las casas, siempre abiertas, con los vecinos sentados a las puertas conversando por las tardes y los niños, a lo suyo, jugando en la calle. Dice que ver ahora a los niños encerrados en sus hogares y “presos a la adicción de un móvil” le produce “cierta nostalgia”.
Siempre le gustó mucho leer y apunta con orgullo que compaginaba perfectamente los juegos con sus amigos en la calle con una lectura “compulsiva”. Comenzó leyendo lo habitual entre los niños, como las aventuras de Guillermo, los libros de los Cinco, los cómics de Mortadelo y Filemón y las aventuras de los héroes de Márvel. En este punto, añade dos notas: que Francisco Ibáñez falleció “sin el gran homenaje que se merecía” y que “hay que enganchar a los jóvenes con lecturas divertidas y sencillas para luego ir evolucionando hacia otro tipo de lecturas”. Lo mismo sucede, en su opinión, con otras artes como el cine y la música.
Desde muy joven persiguió su independencia, lo que implicó compaginar durante años sus estudios y las oposiciones. Su especialidad, bien sabido, es la Historia, y, más concretamente, la Historia del Arte. Su primer destino como profesor lo llevó a Badajoz, donde permaneció durante un curso, que, sin ser mucho tiempo, le pareció “una eternidad” debido a los cambios que vivió. En contraste con esas novedades, cuando regresó a Melilla encontró la ciudad “como si sólo hubiera pasado un día” desde su marcha.
En cualquier caso, no es, en ese sentido, nostálgico en el sentido de que “no es bueno anclarse en el pasado o en los recuerdos y olvidar que el mejor momento que uno vive es el presente”. A su parecer, la nostalgia sólo es buena “si se reconduce hacia la creación de sentimientos y recuerdos positivos”. Además, no conviene olvidar que “es imposible reproducir el pasado o la sociedad que fue”. Sí admite que la Melilla de aquellos tiempos tenía algunas cosas “muy buenas” y que “algunos cambios no han sido para mejorar”. Cuanto menos, afirma, eso “merece una reflexión”.