POR LUIS MIGUEL MONTES ARBOLEYA, CRONISTA OFICIAL DE BIMENES (ASTURIAS)
Antonio Díaz Vázquez nace en La Villarriba (parroquia de Suares, Bimenes) el 12 de septiembre de 1934. En la escuela del pueblo —justo al lado de su casa— aprendió a leer, escribir y contar con una maestra gallega, doña Clotilde. Ya con catorce años entró en las minas de El Malatu (estuvo dos años) y Mosquitera (siete años). Pero Antonio tenía otras inquietudes y comenzó como aprendiz de sastre con Pepe Canteli, en La Villarriba, y con David, en San Julián. Durante un tiempo compaginó el pico con la tijera hasta que un día, con el dinero ahorrado, marcha a Barcelona —a la Academia Rocosa— para perfeccionar el oficio. A la vuelta abre una sastrería, por poco tiempo, en su aldea natal, y a los veinticinco años decide marchar para Cuba —el año en que Fidel Castro llega al poder—; en 1962 se casa en la isla antillana con una prima carnal, Sabina. En las siguientes líneas, el veterano sastre nos evoca algunas vivencias de su pasado en la Cuba de Fidel.
Entró a trabajar en una fábrica textil llamada «Atelier», en la ciudad de Santa Clara. Con una plantilla integrada casi en su totalidad por mujeres, se dedicaban a la confección de ropa militar para el ejército y también para la población civil. De aquí salía la indumentaria verde olivo que tan famosa hicieron los líderes revolucionarios cubanos. En aquel tiempo era ministro de Industria Ernesto «Che» Guevara. Eran frecuentes las reuniones de trabajo con él y su séquito en los salones de Santa Clara, y a ellas acudía Antonio, nuestro Toni, en calidad de administrador de la fábrica. En uno de estos encuentros comenzó hablando el Che. Decía que había que bajar el paro en la provincia, que para ello había que admitir más obreras en la fábrica. Como veía que Antonio disentía del discurso, el Che se dirigió a él: «Compañero, ¿usted no quiere meter mujeres?». El yerbato, muy sereno, le respondió: «Comandante, somos sesenta en la empresa y van quince a trabajar». Ernesto Guevara le contestó con una frase que le quedó grabada para siempre a Antonio: «El problema de usted es que tiene mentalidad capitalista, ¿eh?». Huelga decir que la orden se cumplió a rajatabla. «Los primeros días entraron mujeres a montones, así ya podían cobrar del Estado. Después no volvían más», dice.
Nos cuenta Antonio que «se tardaba seis meses en hacer una camisa o unos pantalones», pero como la economía del estraperlo y el trueque estaban a la orden del día, intercambiaban carne por una camisa, arroz por un pantalón. De esta manera, «en dos días el traje estaba terminado y entregado». Todos tenían un sueldo: «Muy poca cosa, lo mismo cobraba el que trabajaba como el que quedaba en casa. Aquello funcionaba así». Aunque nos matiza, que por su puesto de responsabilidad en la empresa, «a pesar de todo, yo no viví mal».
Recuerda el día en que asistió a un mitin interminable de Fidel Castro en La Habana. «Lo vi de lejos». La gente iba en «camiones que salían de todos los rincones de la isla». Sobre los Comités de Defensa de la Revolución nos dice que «eran los chivatos, podía pertenecer cualquiera». Controlaban lo que se hablaba, con quién andabas, qué comías, no podías cambiar de domicilio sin previo aviso, etcétera. No obstante, algunos realizaban una importante actividad social (lucha contra el analfabetismo, campañas de vacunaciones, etc.). Con frecuencia llegaban a su domicilio altos mandos militares preguntando por el «Gallego Sastre» para pedirle algún favor. Como las influencias de Antonio pesaban lo suyo —recordando a Larra—, se podía permitir el lujo de contestarles sin miramientos: «Venir mañana», mientras daban media vuelta sin decir palabra.
En 1975, tras esperar tres años por los papeles, regresa a Asturias en compañía de su mujer. «Vinimos con lo puesto. Poco tiempo después moría Franco», añade. Empieza de cero una nueva vida trabajando en la sastrería de Pepe Canteli —ahora en la calle Valentín Masip de Oviedo—, luego abriría un establecimiento propio, «Sastrería Díaz», donde trabajó hasta su jubilación en los años noventa. Durante estos años trabajó duro, invirtió sus ahorros y ahora disfruta de un merecido retiro, con excelente salud, en la capital asturiana.