Segoviano por los cuatro costados, Antonio Horcajo, cronista oficial de Riaza, sigue al minuto cuanto acontece en su ciudad. Y ahora se encuentra preocupado, muy preocupado, por la ordenación territorial que pretende la Junta. Con él hablamos del tema.
Vivimos tiempos convulsos, señor Horcajo, en los que hablar de ordenación del territorio está de moda. La situación de Cataluña y la posible reforma de la Constitución invitan a ello. Dígame, ¿usted cree, casi cuatro décadas después de la Constitución del 78, y reconociendo los innegables y beneficiosos frutos de esa Carta Magna, que el llamado Estado de las Autonomías es la mayor equivocación de ese texto? ¿piensa que el Estado de las Autonomías está todavía sin resolver?
Yo diría que más que convulsos vivimos tiempos confusos, que llevan, cierto es, a la tensión; en los que, con un desprecio absoluto a la verdad histórica, deliberadamente falseada por los protagonistas y la ignorancia generalizada de las gentes, nos colocan en una época en la que impera la insolencia demoledora para el buen desarrollo de sociedades modernas, estables y civilizadas. La situación actual de Cataluña, en sí misma y para con el resto de España, me parece una colección de despropósitos que se han dejado crecer por indecisiones y debilidades de quienes debieron poner coto a la insolencia que significa el planteamiento de un separatismo sin base histórica alguna, por mucho que se lo quieran inventar.
Por otro lado, efectivamente, vivimos en un Estado integrado por autonomías regionales pero a mí me parece que lo que se hizo fue una connivencia política para acallar en aquel momento mayores exigencias, que entonces planteaban los señores Arzallus y Pujol sabiendo que habían dado un golpe de muerte al secular Estado centralista y que ellos tenían hilo para seguir tirando de la madeja. Y en esas estamos ahora. Efectivamente, el Estado de las Autonomías está sin resolver. Mientras existan diferencias en el trato a unas u otras regiones el tema estará sin resolver, y mientras se mantenga el desorbitado número de regiones injustificadas se están creando artificiosidades políticas de difícil encaje. Sin un Estado fuerte, y que se haga respetar, siempre habrá polémica y contienda con ambiciones territoriales sin base alguna, como el tema de la reivindicación por los vascos de Navarra y el de lo que ahora llaman los “Países Catalanes”, que no son más que una entelequia. Mientras, Castilla sigue desmembrada y rota en una injustificada ruptura de sus gentes y sus territorios. Evidentemente, el tema da para muchos más razonamientos pero no es este el momento para explayarnos.
¿Es usted de los que piensa que las autonomías son necesarias o, por el contrario, considera que se podría prescindir de ellas?
Mire usted, eso depende del modelo de Estado que se quiera tener. A mí me parece que un Estado moderno debe dar amplia participación a sus miembros y que ese autogobierno propio debe ser ejercido con eficacia y sensatez dentro de la extensión de responsabilidades asumidas. Digamos que desde los griegos, aunque podríamos referirnos a otros pueblos y más cercanos, la autonomía de acción regional ha sido eficaz y respetuosa con los niveles que superan su ámbito y que son necesarios para constituir lo que conocemos como Nación. Sí, soy partidario del régimen de autonomía, como lo son los británicos, los alemanes e incluso los franceses con sus departamentos cada vez más autónomos, aunque el Estado les mantenga aún bastante sujetos. Aquí siempre habrá disconformes con lo que se implante. Aquí el negocio político se quiebra porque siempre se quiere que crezcan los enanos constantemente mientras se olvida que autonomía significa responsabilidad y desarrollo en armonía con los demás.
Bajemos de escalón. Desde la Junta se impulsa ahora una ordenación del territorio de Castilla y León, asunto del que ha hecho usted casus belli. ¿Por qué se opone usted a esta propuesta?
Permítame que añada a su pregunta una palabra clave para entender de que hablamos. La Junta de Castilla y León lo que intenta, y conseguirá, pues ya está decidido a pesar de la contestación que está teniendo, es imponer una “nueva” ordenación del territorio. Yo, amigo mío, no he hecho de ello motivo de batalla, entre otras cosas porque sabía que luchar contra un muro es poco inteligente y nada eficaz. Si lee usted bien las palabras que sobre este tema he escrito últimamente verá que lo que he tratado es poner de manifiesto que aquí la ordenación del territorio para los fines de relación humana y los servicios que ahora persigue Valladolid ya estaba resuelta desde hace siglos. En Segovia viene de largo, por que esto no es nuevo entre nosotros. Tenemos siglos de experiencia positiva, como es fácil ver en los archivos, ingentes y seculares, de las Comunidades de Villa y Tierra o de Ciudad y Tierra, que evidencian una positiva ordenación, hoy acaso más moderna que nunca, por la prudencia y sabiduría de los protagonistas durante siglos regidos con acierto, y que nos explican magistralmente, resaltando todos la esencia y la identidad segoviana, Carlos de Lecea, Anselmo y Luis Carretero, Celso Arévalo, Ignacio Carral, Juan de Contreras, Pelayo Artigas… y cerrando una nómina espléndida de estudiosos y comunicadores de la ordenación de nuestro territorio, don Manuel González Herrero, el último en el tiempo pero imprescindible para entender la fuerza de nuestra identidad, la de la Tierra Segoviana —la Universidad de la Tierra— que no puede ser eliminada por un proyecto descafeinado y absurdo.
Fuente: http://www.eladelantado.com/ – Guillermo Herrero