RETORNOS DE LO VIVO CERCANO: “UNA PÁGINA NEGRA DE LA DIÓCESIS”
Impresiona la lectura del relato del obispo Diego Martínez Zarzosa -1649-1655- de la vida en la Diócesis de Cartagena.
Nos encontramos con una descripción encadenada de circunstancias difíciles y calamitosas que en el siglo XVII podían darse en estas tierras: Declaración de una epidemia de peste que afectó a gran parte de la población, sin distinción de clases sociales, seguida de una relajación de costumbres entre quienes lograron salvarse.
Cuando todavía no habían superado sus efectos, una plaga de langosta asoló los campos murcianos, como precursora de la Riada de San Calixto. Al no existir pantanos que represaran el agua, las cíclicas sequías que como dos caras de una misma moneda siguen a las inundaciones, esquilmaron al límite a quienes habían sobrevivido.
La relación del año 1652 enviada al Papa es una de las páginas más negras de la historia de la diócesis de Cartagena y de la provincia de Murcia. Comienza el relato con la descripción de una epidemia de peste que asoló la diócesis: «Un género desconocido de peste asolaba su territorio… multitud de siervos y jornaleros fueron aniquilados por esta peste, hasta el punto de no haberse podido calcular su número. Primero se sacaban los cadáveres apilados en carretelas; luego, los más nobles parecían ser uno de tantos. La epidemia se declaró cerca del uno de enero y duró todo aquel año sin perdonar edad ni sexo, por lo que hubo que lamentar la pérdida de 500.000 personas o más». (Cantidad evidentemente exagerada).
Esta situación mermó la labor y número del clero de esta diócesis: «No va en desdoro el describir lo impuro, puesto que el año mortífero, no conforme con lo afligido a los cuerpos, impidió que se contagiara la inmunidad de las mentes, y no diré que la peste a las costumbres, sino que las costumbres a la peste le prestara, el afán deshonesto por el que la espada de doble filo de la venganza divina se embriagara de tantas muertes». Para concluir: «Se corrompieron todos los caminos».
Antes de recuperarse de esta desgraciada situación «incontenibles ejércitos de langostas arrebatan el cielo de la vista y llenan los ubérrimos sembrados, los campos plantados de árboles niegan el alimento, la escasez de víveres creció por días, llegando a una situación casi extrema».
El 14 de octubre de 1651 -festividad de San Calixto- el río «arrasó furibundo todos los álveos y anegando la ciudad con seis codos de agua rebasó los sitios más altos». (La riada de San Calixto ha sido considerada como una de las mayores en la cuenca del Segura).
La inundación creció por encima de dos codos y se mantuvo durante mucho tiempo impidiendo el paso de los animales de labranza; los molinos, arruinados, pararon, y el río, abandonando su cauce primitivo, invadió los campos de labranza que quedaron improductivos, casi sin esperanza alguna, se agrietaron.
La sequía, complemento de las inundaciones, levantó un clamor de infelicidad, y la necesidad buscar toda clase de remedios, que en vano fueron intentados, porque el grano que la inundación había perdonado, no se podía transformar en harina. Por los efectos de la inundación los templos se tambalearon, y la mayor parte de las vestiduras sagradas se perdieron del todo».
El obispo termina su relato, afirmando: «Lo que hice yo, que lo diga otro, no sea que lo que entonces debidamente distribuí a los necesitados, se lo lleve ahora el viento por mezclarse con sospechas de recompensa».
Relación de 1676. Obispo Francisco de Rojas Borja -1673-1684, años de obispado-.
«Yo, Francisco de Rojas Borja, arzobispo obispo de Cartagena, retenido por un impedimento legítimo, envío como legado especial al licenciado don José de Baldelana, presbítero, y le confío la relación íntegra y completa de lo que concierne a este obispado para que Su Santidad disponga lo que crea conveniente».
«A partir de mi presentación por nuestro rey católico Carlos fui elegido obispo de Cartagena por Vuestra Santidad y consagrado dentro del tiempo prescrito por el Concilio de Trento».
«A las horas establecidas, todos éstos acuden al coro para cantar el oficio divino, y de la mesa común de los capitulares y de otros se asignan distribuciones a cada uno de los presentes… Y hasta aquí lo referente a la iglesia catedral».
«En los contornos e inmediaciones de la ciudad hay unas cuantas villas de poca consideración, en una de las cuales está el monasterio de San Jerónimo, en otra el de recoletos de San Francisco de observación, y en otras hay beneficios parroquiales, cuyos poseedores administran por sí mismos los sacramentos».
«Falta que diga algo de mí mismo, es decir, cómo desarrollo mi misión episcopal en la formación del pueblo, visitando la diócesis, reuniendo el sínodo, socorriendo a los pobres, a los enfermos, y a las personas dignas de conmiseración. Mas todas estas cosas requieren un tiempo mayor del que a mí se me ha concedido desde el día de la toma de posesión, por mi salud adversa y las distintas ocupaciones de las que me he desembarazado. Algo ciertamente sí puedo afirmar: que soy incapaz de sobrellevar tan pesada carga, y que mis fuerzas son escasas. Sin embargo, prometo poner cuidado y solicitud, realizando algunas cosas por mí mismo, y otras a través de ayudantes idóneos, con no poca experiencia en las fundaciones eclesiásticas, sin escatimar gastos ni esfuerzos; y no enriquecer a nadie, sea ajeno o propio, con las rentas del obispado, ni admitir en la mesa, en el ajuar doméstico o en mi familia, nada que no sea conforme a cierta moderación y que no parezca restaurar la sincera simplicidad de los antiguos».
Aunque la descripción que realiza el obispo Rojas Borja no sea especialmente positiva, la diferencia respecto a los hechos que sucediera en la etapa del obispo Martínez Zarzosa bajaron su ritmo trágico hasta convertirse en un banal relato de la vida cotidiana de la diócesis. «En segundo lugar, el cabildo, para acompañar al obispo cuando sale de su aposento, cuando vuelve a él, y cuantas veces acude al coro, o al capítulo de la iglesia, va con capa. Cuatro de los capitulares van sin capa, porque, como dice el cabildo, no están obligados según la costumbre. Mas como el ceremonial pontificio prescribe eso mismo para todos los días en los que el obispo se dirige a la iglesia vestido con capa, a tal precepto no debe oponerse ninguna costumbre».
Relación de 1692. Obispo Antonio de Medina Cachón -1685-1694-.
«A partir de mi presentación por nuestro rey católico Carlos hace siete años, fui elegido obispo de Cartagena por el Smo. Sr. Ntro. el Papa Inocencio XI, de feliz recordación. En ese mismo obispado resido desde hace seis años y procuro siempre residir».
«Hay en esta ciudad, cerca de las riberas del Segura, un magnífico baluarte rodeado de imponentes defensas y espantosas mazmorras donde están detenidos los corrompidos por la sinrazón herética. En esta admirable construcción reside el santísimo Tribunal de la Inquisición: se compone de cuatro censores de la fe, un único prefecto fiscal y otros muchos ministros, que, en pos de un mismo fin, aunan todos la justicia y la misericordia»
Irigoyen López, A.; García Hourcade, J. J. Visitas ad Limina de la Diócesis de Cartagena, -1589-1901-. UCAM, Murcia, 2001.
Documentalista: Soledad Belmonte