ANTONIO RIVERA, DEL CONGRESO AL PSIQUIATRICO
Jul 10 2020

POR OSCAR GONZÁLEZ AZUELA, CRONISTA DE LAGOS DE MORENO, JALISCO (MÉXICO)

Don Antonio Rivera de la Torre, imagen proporcionada por mi primo Alfredo Toral Azuela.
Antonio Rivera de la Torra a la extrema derecha acompañando a su tío, el sabio laguense Agustín Rivera a entrevistarse con el presidente Porfirio Díaz a Palacio Nacional durante los festejos de las Fiestas del Centenario.

Dentro de la familia hay historias poco conocidas, casi prohibidas; tal es el caso del hermano de la abuela, Antonio Rivera de la Torre, personaje marcado por la rebeldía y la vena intelectual que supo infundir en él su tío, el sabio laguense Agustín Rivera y Sanromán. Apasionado de las letras por la vía del periodismo y de la novela histórica, tuvo gran cercanía con el abuelo Mariano.

Don Jaime Nunó, autor de la música del Himno Nacional Mexicano, localizado en Búfalo por Antonio Rivera en 1901.
Credencial como diputado suplente a la XXVI legislatura, Don Antonio Rivera de la Torre, imagen proporcionada por mi primo Alfredo Toral Azuela.

De él nos cuenta mi tío Antonio Azuela, de quien seguramente heredaba el nombre. “Era muy guapo, conversador y extrovertido. La amistad entre ellos data desde su época de estudiantes, aunque el tío Toño optó por abandonar Lagos para trasladarse a la Ciudad de México. Conocedor de las aficiones de mi padre, le informaba de las compañías de ópera y teatro europeas -italianas y españolas, principalmente- y argentinas que visitarían la capital o Guadalajara, y eventualmente le compraba los boletos. Ahí tiene usted que mi padre tomaba el nocturno para asistir a una función de teatro, que tanto le gustaba, y al día siguiente se subía a otro nocturno y el lunes a primera hora ya estaba de regreso”. Mariano Azuela Correspondencia, Díaz Arciniega, p.60

Antonio Rivera de la Torre en tribuna popular.
Portadilla de su monografía histórica acerca de Moreno y Mina escrita para el centenario de su muerte, en 1917.

Enviado en 1901 por El Imparcial a cubrir la Exposición Panamericana de Búfalo, dio con el compositor Jaime Nunó, quien fue rescatado desde entonces para México, dada la etiqueta santanista que le habían endilgado: “La expo Búfalo 1901 guarda una secreta relación con la música y el nacionalismo mexicanos. Ahí, Antonio Rivera de la Torre (reportero de El Imparcial enviado a Búfalo), encontró al catalán Jaime Nunó, compositor de la música para los versos de Francisco González Bocanegra que son todavía estrofas que aprendemos y cantamos los mexicanos como Himno Nacional. Cuenta Rivera de la Torre que en una de las calles de Búfalo se topó con el estudio de Nunó, lo invitó a la delegación mexicana y ahí los músicos presentes cantaron el Himno Nacional acompañados por el viejo director de las bandas militares de Santa Anna”. La paz. 1876, Tenorio, M. Secc. 32

Participó desde la Ciudad de México en las luchas antirreeleccionista y maderista llegando a pisar la prisión por sus escritos en contra de don Porfirio; a la renuncia del dictador, durante los sucesos de 1911 en que el abuelo es designado y obligado a renunciar como Jefe Político de Lagos, este lo pinta de cuerpo entero en la antítesis del protagonista de la primera novela de la revolución mexicana: “Andrés Pérez, maderista”, que escribe en 1911, cuyo personaje incluso lleva el nombre de Antonio.

Ya durante el gobierno de Madero, forma parte de la XXVI legislatura que fuera disuelta por Victoriano Huerta quien incluso encarceló a algunos de sus miembros; posteriormente se alineará con el carrancismo partiendo incluso rumbo a Veracruz con el caudillo, que es cuando su cuñado Mariano sale al exilio luego de la derrota villista; escribe desde la Ciudad de México a su hermana Carmen, en septiembre de 1915:

Muy querida hermana:

Recibí tu apreciable… en la que me informas de tu actual situación que yo deploro, por la ausencia de tu buen esposo… El Lic. Antonio Moreno me dijo que tú te habías quedado en Guadalajara con los muchachos, sin tener quizá noticias de Mariano. De éste sé por lo que refiere Julián, que se halla en El Paso… Ya pedí a Lagos la dirección de este último para escribirle a Mariano y lograr que regrese, con plenas garantías, dentro de amplia amnistía… Yo veo este asunto fácil, desde el momento en que el Doctor no se comprometió en nada grave, prestando únicamente sus servicios profesionales médicos y alguno en el noble ramo de instrucción pública. Tienen amnistía hasta los generales que anduvieron con Villa y Zapata y que voluntariamente se rindieron a mis amigos los constitucionalistas a los que estoy sirviendo…”. Mariano Azuela Correspondencia, Díaz Arciniega, pp.188-189

Es así que el salvoconducto se consiguió y el abuelo regresó.

Mi mamá recordaba a dos de sus padrinos: el poeta laguense Pepe Becerra, “el mejor de mis mejores amigos”, según escribiera el abuelo en una dedicatoria; pródigo, romántico y excéntrico, de esos que no dan ejemplo ni regalos, si acaso consejos, -estilo Tovar-; pero el de confirmación, que fue su tío Antonio, cubrió con esplendidez las carencias del primero.

Recordaba mi mamá que cuando su padrino la llevaba cargando a la multitudinaria ceremonia de Confirmación en la Catedral Metropolitana, sentía que algo le quitaban a la vez que cierto alivio; a las protestas vino la inmediata corrección del tío Toño quien, a la salida del tempo, cayó en cuenta de que en el tumulto le habían sacado los flamantes zapatos estrenados para la ocasión.

Recuerda mi tía Carmen Azuela Rivera: “Mi tío Toño, hermano de mi madre, periodista distinguido, con gran cultura. Llegó a ser director de El Imparcial, el periódico más leído de aquella época. Llegaba también con su esposa, Carmela, frecuentemente, y siempre con los bolsillos llenos de dulces, que nos repartía. Cuando nacieron mis dos últimos hermanos, Antonio y Enrique, nos llevaron a pasear con ellos unos días. Julita y yo nos enojábamos mucho de encontrar un nuevo hermanito, pues, como no había cuna, teníamos que cargarlo; nos tocaba por turno de una hora, y Paulina, que también tenía obligación, lo pellizcaba para que llorara luego luego, y con gran furia de nuestra parte, tenía que pasar a nuestros brazos. Cuando el reloj de la aduana daba la hora en que el niño tenía que pasar de unos brazos a otros, gritábamos “¡Te toca!”, y a la pobre criatura la poníamos en el suelo”. Memorias, Azuela, Carmen, p.49

Esquela por el centenario de su muerte ocurrida en 1921; Don Antonio Rivera de la Torre, imagen proporcionada por mi primo Alfredo Toral Azuela.

Como los padrinos de mi mamá no tenían hijos, tuvieron grandes atenciones para ella, cuyos mejores recuerdos eran: el primer árbol navideño que llevaron a conocer en su vida para una Navidad y el libro de cuentos que le olía a galletas, con el que creía saciar su hambre durante su niñez en los años del hambre que la dejarían marcada, al grado de que, durante los días del bloqueo a Cuba por parte de los EE UU, por su miedo a volver a pasar aquellas carencias, juntó en la biblioteca de la casa latas de manteca, costales de azúcar, frijol y maíz, ante la serena complacencia de mi papá -anticomunista de cepa-, quien meneaba la cabeza viendo pasar las provisiones, aunque sentenciando con su fiel estilo norteño: “se van a rajar los rusos”, tal como sucedió.

Volviendo al tío Toño Rivera, fue tal su encariñamiento con la ahijada que algún día, seguramente ya un poco afectado de la cabeza, se atrevió a pedirla en adopción a mis abuelos, lo que propició su alejamiento inmediato.

Escribió obras históricas entre las que se encuentran: “Francisco Javier Mina y Pedro Moreno, caudillos libertadores”, “El Ébano, los 72 días de su heroica defensa” y “Paralelismo de hombres y caracteres, Juárez – Carranza”. Mientras más se acercaba él al Carrancismo en boga, mi abuelo era presa de la desilusión por los farsantes que llegaban al mismo tiempo al poder.

Aquel enfrentamiento de caracteres cesó cuando, la afectación por la sífilis que le aquejaba desde hacía mucho tiempo y de la que todo mundo se desentendía, hizo que don Mariano fuera el encargado de internarlo en el manicomio de La Castañeda, en donde poco a poco se agravó su situación.

El tío Toño Rivera de la Torre murió el 9 de noviembre de 1921, seguramente ajeno al estado de cosas que heredaba México con el triunfo de un militarismo nunca deseado en el ideario maderista, secundado por Carranza.

Queda aquí una de las historias familiares prohibidas, de esas que se escuchaban en voz baja, censurada en general pero totalmente digna de reconocimiento y rescate.

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