APACIGUAR
Jun 04 2021

POR EDUARDO JUÁREZ VALERO, CRONISTA OFICIAL DEL REAL SITIO DE SAN ILDEFONSO (SEGOVIA).

Pablo de Azcarate

Cuentan las malas lenguas que, después de visitar Londres el embajador de la República Española, Pablo de Azcárate, en busca de ayuda contra la rebelión militar y la implicación de la Alemania nazi y la Italia fascista, habiéndose negado Winston Churchill a estrechar su mano, acabó éste último por desentenderse de la solicitud de auxilio española con el exabrupto It’s just a fucking diegos problem! en sede parlamentaria. Como consecuencia, no a la salida racista de tono de aquel irredento inglés, sino a la actitud contemporizadora con la agresión insólita que sufría la soberanía española, británicos y franceses cometieron la tropelía de constituir el Comité de No Intervención que estableció un bloqueo sobre la península Ibérica decisivo para el desenlace de la guerra. Y más allá de la justicia o miseria de la decisión tomada, de la necesidad o no de defender a ultranza las democracias e, incluso, de luchar contra cualquier tipo de totalitarismo desde su planteamiento, lo más oneroso en términos históricos fue, creo que sin discusión, la puesta en práctica de la política de apaciguamiento o, en su acepción inglesa, appeasement policy.

Uno puede entender que, después del desastre inherente a la Gran Guerra, cuando el conflicto fue planteado como un escape necesario para tanta tensión acumulada, las democracias occidentales fueran reacias a buscar otra colisión estratosférica. En ese caldo de cultivo de aguantar mecha para no llegar a las manos, apareció la política de apaciguamiento en el Reino Unido, Francia o los Estados Unidos, más centrados en su compleja política interior y regional que en los posibles conflictos europeos, haciendo honor al America first de Wilson para dejar que los problemas los solucionaran aquellos que los habían ocasionado. Frente a esta concepción paleta y retrógrada del mundo, emergió entre los regímenes totalitarios el efecto de tamaña causa: la política de hechos consumados. Hitler, Mussolini, Stalin y, entre otros, el Japón de Hirohito, llevaron a cabo sus baladronadas nacionalistas del espacio vital y el dominio necesario de las comunidades débiles, abocando al mundo a una catarsis cuasi bíblica de la que aún seguimos apagando rescoldos.

La absoluta desidia y desprecio hacia el pasado que muestra la historia en enseñanza perpetua, habiendo aparecido las viejas amenazas

Sin embargo, pasados los años, casi ya un siglo del inicio de la Segunda Guerra Mundial y más de uno de la primera, la absoluta desidia y desprecio hacia el pasado que muestra la historia en enseñanza perpetua, habiendo aparecido las viejas amenazas, las reacciones acaban por ser semejantes, como si nada hubiera ocurrido en esta condenada tierra a cuatro o cinco años vista. Reactivados los nacionalismos excluyentes y de naturaleza siempre totalitaria —que no hay nada más absurdo que asociar democracia y nacionalismo— en territorios donde las oligarquías industriales lo han esgrimido por tradición para mantener el control político de los factores económicos, volvemos a caer en políticas de apaciguamiento o, peor aún, levantamos otros nacionalismos rancios y caducos que enfrenten cuñas de la misma madera.

Así, ya sea la permanente agresión unida al concepto de la madre Rusia que debe acoger todo territorio con reminiscencias eslavas; la China comunista amante del capital y de todos los recursos naturales necesarios para mantener una constante crisis demográfica contra la que nada vale; el voraz capitalismo estadounidense que igual abraza la misérrima américa repleta de recursos económicos, que abofetea a cuántos osan querer participar de la fiesta del dólar; el cansino e imaginario mundo inventado por la burguesía catalana de una nación inexistente alimentada por la juventud inocente de una España global a la que niegan su existencia; del crisol vasco de ancestrales idiomas ilusorios sustentados en neologismos constantes, racismo inveterado y éxito económico soportado por el privilegio foral; o, en definitiva, la tendente y lacerante perversión de la sociedad de identidades regaladas en aras de una irresoluta paz social que construya un éxito económico nunca alcanzado: el gobierno en cuestión, cualquiera que sea su matriz, acabará por aceptar el camino anglosajón del apaciguamiento de terribles consecuencias venideras. Frente a tal amenaza de coger la calle del medio, parece lógico que debe haber otra solución que no conlleve al enfrentamiento directo, objetivo primario de aquellos que no dejan de tensar la cuerda y que permita desarmar esas voluntades decididas de acabar con un orden que nos pertenece a todos.

Después de todo, queridos lectores, lo más inteligente es desactivar las bombas antes de que se pongan en funcionamiento

Para empezar, cada problema debería tener una solución propia que desarme ese hacer y que salga el sol por Antequera y póngase por donde quiera. Uno, que es tan solo un humilde historiador y no augur, sólo puede aportar la experiencia inmersa en el pasado, que no es poco, como promesa del éxito futuro. En el caso de Rusia, China o Estados Unidos, las medidas de contención económica y el fortalecimiento de la protección de los recursos económicos y demográficos explotados por aquellos podría ser un principio. Así, al menos, actuaron holandeses e ingleses contra la Monarquía Hispánica o Estados Unidos contra la Unión Soviética. En el caso de los nacionalismos, especialmente los patrios, lo primero debería haber sido luchar en la divulgación del hecho histórico que desmitificara toda patraña inventada por los sicarios de esos regímenes marcianos. Frente a la autodeterminación, ejercer el debate dentro de los parlamentos autonómicos desde la presidencia del gobierno en amparo del orden constitucional y convocar un referéndum nacional sobre el derecho a la determinación de los territorios peninsulares donde todos los españoles, sin discusión, decidamos sobre aquel particular.

Después de todo, queridos lectores, lo más inteligente es desactivar las bombas antes de que se pongan en funcionamiento, pues, una vez iniciadas, ni apaciguamientos ni filosofías impostadas de la rendición: lo más sensato es ponerse a cubierto.

FUENTE: https://www.eladelantado.com/opinion/tribuna/apaciguar/?fbclid=IwAR1v9Qvh0b4vJ3qftmx6PjoocotkTXmREv477GigVogQSW8zUxKqUEJCsVQ

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