POR PEPE MONTESERÍN, CRONISTA OFICIAL DE PRAVIA (ASTURIAS)
Nuestra Catedral dejó de lucir la noche del sábado durante una hora, el Naranco perdió el acento luminoso del Sagrado Corazón, y para luchar contra el cambio climático y el despilfarro energético, se apagaron también la basílica de San Juan y las candilejas del Campoamor; es como si el arzobispo y el alcalde, para combatir el hambre en el mundo, invitaran cada año a merendar en Traslaburra a una familia de Zimbabue. Simbolismos aparte, yo desenchufaría las farolas en las noches despejadas. Me dio la idea Tito, hermano de aquel José Manuel Castañón, escritor de Pola de Lena. A Tito, que suele viajar a Senegal por lazos familiares, le maravilla el firmamento nocturno de África, y me sugiere que Oviedo promocione el turismo sideral y la oscuridad de la noche urbana para que los ciudadanos gastemos menos y conectemos con las estrellas; me dice que tenemos muchísimas. De ellas venimos, eso lo sé yo.
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