APROPÓSITO DE SANTA MARÍA DE LA CABEZA
May 15 2022

POR MARÍA TERESA MURCIA CANO, CRONISTA OFICIAL DE FRAILES (JAÉN).

Estampa de Santa María de la Cabeza

Cuando por vez primera me llevó mi padre a Madrid hicimos nuestra entrada en la capital por la avenida de Santa María de la Cabeza, era la entrada natural para todos aquellos que procedentes de tierras más meridionales llegaban a la meseta. Nunca pregunté quien era aquella Santa que nos recibía a los que llegábamos tras largas horas de penoso camino. Han pasado muchos años desde aquel descubrimiento y tras saber que no era la Virgen de la Cabeza la que daba su nombre a la avenida, me parece que puede ser interesante para los hermanos alcalaínos saber quien era esta María de la Cabeza. Y no, no se trata de nuestra queridísima Virgen de la Cabeza, sino que se trata de la mujer de uno de los santos más populares en estas tierras además de ser el patrón de Madrid. San Isidro labrador.

Apenas hay documentación directa sobre la legendaria y ejemplarizante vida de San Isidro Labrador y su también santa esposa, María de la Cabeza, convertidos en modelo de relaciones de castidad conyugal, por lo que no han faltado las controversias sobre sus supuestos 400 milagros. El culto al piadoso labriego mesetario se inició a finales del siglo XII, al identificar un cuerpo incorrupto hallado en el cementerio de la madrileña Iglesia de San Andrés como un vecino legendario que había fallecido décadas antes y que ya tenía fama de santo, en lo que parece ser una mezcla de modelos de santidad islámicos y cristianos.

Cuando los almorávides sitiaban Madrid en 1110, Isidro huyó de la ciudad y se asentó en la cercana Torrelaguna, donde se empleó como labrador y tomó como esposa a María Toribia. Y es precisamente ella la que nos interesa para este breve relato. Esposa de san Isidro Labrador, y santa, son escasas las noticias que se tienen de este personaje que proceden, en su mayoría, de una tradición popular piadosa muy alejada cronológicamente del tiempo en que vivió, concretamente casi cuatro siglos más tarde. Esto ha provocado que se trate de un personaje descontextualizado, con las dificultades inherentes que ello provoca a la hora de reseñar una biografía medianamente objetiva y arraigada en datos estrictamente históricos.

Se la identifica con la mención en el códice que, en la segunda mitad del siglo XIII, recoge los milagros atribuidos a su esposo san Isidro, el Labrador, y en el que sólo se dice que el santo madrileño estaba casado y que era padre de un hijo. Del mismo modo, se identifica como la protagonista de uno de los milagros del santo, sin más referencias a nombre ni ningún otro dato biográfico. En las pinturas contemporáneas del códice, de estilo gótico lineal, que decoran el arcón funerario en que estuvo el cuerpo incorrupto de san Isidro en la iglesia de San Andrés, aparece en varias escenas que ilustran algunos de los milagros, siempre ataviada a la usanza de la época, no como una campesina o la mujer de un campesino, sino más bien como una dama medieval, con larga saya y cofia en la cabeza, sin aureola de santa, a diferencia de su esposo, y realizando las labores propias de una mujer rural, llevando la comida al esposo mientras trabaja con el arado o vinculada a la cocina y las tareas domésticas.

Es a partir del siglo XVI, año 1567, coincidiendo con los inicios del proceso de canonización de san Isidro, cuando se plantea la posibilidad de iniciar también el suyo, idea que desde muchos años antes había sido auspiciada por el entonces cardenal primado de Toledo, el arzobispo Rodrigo Jiménez de Cisneros, natural de Torrelaguna (Madrid), y gran conocedor de toda la tradición popular en torno a la esposa de san Isidro que se mantenía muy viva y arraigada entre los campesinos y las gentes de su patria chica. Fue el interés y el apoyo de Cisneros lo que propició que una tradición oral acabara convirtiéndose en un largo proceso canónico con informaciones y declaración de testigos diversos, entre los que se encontraba el escritor y clérigo Félix Lope de Vega y Carpio, quien, además, compuso una serie de versos dedicados a la santa.

Hay casi unanimidad en que su nombre era María. El apelativo de la Cabeza se debe a que la reliquia de su cráneo fue venerada durante varios siglos, primero en la ermita del término de Torrelaguna y más tarde en el convento franciscano de dicha localidad, hasta su polémico traslado a Madrid en 1645, por orden del rey Felipe IV, para ser colocada junto al cuerpo de su esposo en la capilla real de San Andrés. Posteriormente, ya en el siglo XVIII, las reliquias de ambos esposos se trasladaron definitivamente a la real iglesia de San Isidro, donde permanecen hoy día.

Casada con san Isidro, tuvieron un hijo al que pusieron por nombre Juan o Illán, el cual siendo niño cayó de los brazos de su madre a un pozo y fue rescatado milagrosamente sano y salvo gracias a las oraciones de sus padres. La tradición popular señala que este vástago marchó siendo muy joven a vivir a las tierras de la ribera media del Tajo, concretamente a la comarca toledana de La Aldehuela, Villalva, Cebolla e Illán de Vacas, sitios todos donde se conservan recuerdos suyos y en donde llevó una vida de ermitaño, siendo conocido como san Illán, el hijo de san Isidro, realizando algunos milagros muy parecidos a los de su padre.

Ambos esposos, como collazos, vivieron vinculados a la familia de Juan de Vargas, trabajando las tierras de este caballero villano, de posible ascendencia mozárabe, ubicadas en torno a los valles del Jarama y el Manzanares, de ahí que su espacio vital aparezca siempre relacionado con la comarca de Torrelaguna (Caraquiz) y más tarde con Madrid, junto al Manzanares, en el término de Carabanchel. En todo este tiempo, se dedicaron a la oración y al trabajo. La noticia de que en un momento determinado María decidiese ir a vivir de nuevo a Caraquiz, separándose temporalmente de su esposo, puede estar relacionada con el hecho de que el amo solicitase sus servicios en sus heredades del Jarama, ya que los collazos eran campesinos adscritos a la tierra que trabajaban, o en su defecto, al patrimonio de una familia, aunque éste apareciese disperso en varias heredades.

Durante este tiempo fue cuando se manifestó plenamente la espiritualidad de la santa, nacida al amparo de la oración, la contemplación y la soledad del campo. Los fenómenos místicos que se le atribuyen, como ayunos, mortificaciones, éxtasis y locuciones divinas, entre otros, no parecen propios de una campesina medieval, sino más bien el resultado de las declaraciones de los testigos del proceso en el siglo XVII, entre los años 1615 y 1697, imbuidos por las corrientes misticistas de su época y que poco tienen que ver con la realidad social, cultural y espiritual de una mujer rural del siglo XII, restando credibilidad a su imagen.

El perfil histórico real de María de la Cabeza sería el de una esposa, trabajadora y madre de familia, buena, humilde, sencilla y muy espiritual, y, en todo caso, podría responder al de una eremita con ciertos rasgos de beguina, es decir, una mujer que, sin ser religiosa, ni haber emitido votos religiosos, vivía castamente, dedicada voluntariamente al trabajo, la oración y la práctica de la caridad, siguiendo las tendencias religiosas de su época, practicadas por muchos hombres y mujeres seglares que pretendían recuperar las raíces evangélicas de las primeras comunidades cristianas.

La tradición asegura que, acusada injustamente de adulterio, y ante la mirada escondida de su esposo, realizó el milagro de pasar a pie enjuto y sobre su mantilla las crecidas aguas del río Jarama, con la alcuza de aceite en una mano y un hacha encendida en la otra, cuando se dirigía a la ermita de la Virgen, en Caraquiz, a proveer de aceite a la lámpara del Santísimo.

Es precisamente tal y como se la representa en la iconografía. Este hecho la define popularmente como santera en Caraquiz, a donde se retiraría en los años finales de su vida, siendo viuda, cuidando del arreglo y limpieza de la ermita y de que no faltase nunca el aceite que ardía en la lámpara.

La misma tradición asegura que pudo morir en Caraquiz un 8 de septiembre, entre los años 1172 y 1180, poco después de su esposo, siendo enterrada en la misma ermita y en donde permaneció por espacio de cuatrocientos años, hasta que en 1596 sus huesos fueron encontrados bajo el suelo de la sacristía, junto a la reliquia de su cabeza, separada del cuerpo en un momento indeterminado y expuesta a la veneración de los lugareños. Considerada santa por aclamación popular, su culto fue reconocido por bula del papa Inocencio XII el 11 de agosto de 1697 y ya en 1752 Benedicto XIV le concedió misa y oficio litúrgico propio, no constando bula oficial de canonización, ya que el largo proceso del siglo xvii concluyó solamente con la aceptación de su culto inmemorial.

Durante toda la Edad Moderna, los Reyes y Reinas de la casa de Austria y luego de la dinastía borbónica le profesaron gran veneración, atribuyéndosele gran cantidad de milagros.

Tras una vida dedicada a la oración, María Toribio –más conocida, sobre todo por los madrileños, como Santa María de la Cabeza– moría el 8 de septiembre de 1175 sin saber que siglos después sería venerada con devoción por miles de fieles.

Illán fue el nombre que dieron a su hijo María e Isidro. El pequeño es el protagonista de uno de los milagros más importantes de San Isidro. Illán cayó a un profundo pozo del que era prácticamente imposible rescatarle. Ante la gravedad de la situación, María de la Cabeza comenzó a rezar y le pidió a su marido que salvase a su hijo. Nada más comenzar las plegarias, el agua comenzó a elevarse trasladando al niño hasta la boca del pozo junto a sus padres.

Tras ocurrir este milagro, la pareja acordó separarse y María se trasladó a la ermita de Nuestra Señora de la Piedad, cercana al río Jarama. Consagrarse a la Virgen, meditar y orar a Dios, junto con mantener la capilla en orden, fueron los quehaceres diarios de la santa en su retiro.

Un día, con el grave motivo de perjudicar la imagen de María, varios sembradores comentaron a Isidro que su mujer llevaba una mala vida, viéndose con diferentes pastores del lugar. Ante tales calumnias, Isidro, a pesar de saber que el amor de su mujer y su fidelidad a él seguían intactos, decidió durante varios días imitar los pasos de María sin que ella lo supiese.

El labrador se llevó una grata sorpresa al ver durante varios días que la imagen que todas las noches se repetía durante el sueño de su esposa se había hecho realidad cuando vio a María de la Cabeza extendiendo su mantilla sobre la corriente del río Jarama –abundante después de producirse lluvias torrenciales– y cruzando el río varios días. Isidro, tras ver la pureza en su mujer, se quitó de la cabeza aquellas malas ideas que le infundieron y ambos volvieron a Madrid, poniendo fin al pequeño sacrificio y, tras la muerte de su marido, María continuó con su religiosa vida hasta el día de su muerte el 8 de septiembre de 1175.

María de la Cabeza fue enterrada por petición propia en la misma ermita donde llevó a cabo su retiro. Allí, se separó su cabeza del cuerpo y se expuso en el altar de la Virgen para ser venerada. Se le atribuyen diferentes milagros, relacionados la mayoría con la curación de dolores de cabeza. Inocencio XII aprobó su culto inmemorial y la canonizó en 1752.

A día de hoy, sus restos descansan junto a los de su esposo desde el siglo XVI en el altar mayor de la colegiata de San Isidro en Madrid y se celebra su festividad el 9 de septiembre.

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