POR DAVID GÓMEZ DE MORA, CRONISTA OFICIAL DE LA PERALEJA, PIQUERAS DEL CASTILLO, VALDEPINO DE HUETE, SACEDA DEL RIO Y CARECENILLA (CUENCA)
En el libro de Alessandra Anselmi «El diario del viaje a España del Cardenal Francesco Barberini», escrito por Cassiano del Pozzo, podemos hacernos una idea de muchos aspectos relacionados con la vida de antaño, y en los que se describen diferentes detalles, sobre aspectos concretos de diversos municipios que el sobrino del Papa Urbano VIII conocerá en su visita al país.
Francesco Barberini fue una de las grandes personalidades de la Iglesia Católica del siglo XVII, un reconocido mecenas que nació en 1597, y que falleció ochenta y dos años después. Es por ello que el testimonio de su llegada a la tierra de Cuenca, es un dato que puede interesar a cualquier investigador, que intente ahondar en cómo era la vida en los pueblos de esta franja rural durante el año 1626.
Como apreciamos en la referida obra, el cardenal iba acompañado por todo un séquito de personas, que componían una nutrida comitiva, y que evidentemente en lugares como el que nos ocupa, convertían su llegada en todo un acontecimiento. Siguiendo el diario de viaje, se indica que este entraría en Buenache una noche de mediados de agosto de 1626, entre la luz de las antorchas que iluminaban su entrada en el municipio. A la jornada siguiente, dio misa en la iglesia Parroquial de San Pedro de Buenache de Alarcón.
Tras su presencia en el templo, una de las cosas que llamó mucho la atención a los foráneos y que el cronista del viaje recoge en su diario, es que “se vio (con esta ocasión) un rito en esta iglesia no observado más que en Francia, (y fue que) en la misa cantada frente a los cardenales que oficiaba un religioso de aquel país, muchas mujeres, cada una de ellas acomodada sobre un pequeño tapete (que había extendido) en el suelo, colocaban en memoria de los muertos de su casa para el beneficio de sus almas un banquito con diversos orificios donde metían velas, y sobre este banquito (ponían) una hogaza que se suele ofrecer después de la limosna. La gente más pobre tenía sobre este banquito, en vez de velas, un libretto (posiblemente un pequeño fragmento de cera) de cera amarilla” (Anselmi, 2004, 315).
Este acto, y que sorprendería a la comitiva, hasta el punto de recogerse como una de las particularidades que destacaron de ese día 15 de agosto en el que se cuenta que acudió el cardenal y sus acompañantes hasta el templo, es el mismo que veremos redactado en las mandas testamentarias de las partidas de defunción de los libros parroquiales, donde se citan esas ofrendas de pan y velas, extendida con el paso del tiempo entre nuestro ancestros.
No obstante, otra mención que cabe destacar de esta obra, y que entronca de nuevo con otro dato que ya hemos dado a conocer con anterioridad, es la descendencia bastarda del famoso hijo de los Señores de Piqueras del Castillo, don Garci Ruiz de Alarcón y Girón de Valencia.
Tanto los datos que presentamos en nuestras genealogías, como las referencias aportadas por W. King (1970) (ya que con anterioridad percibió la presencia de una línea genealógica bastarda de los Ruiz de Alarcón a través de los hijos del religioso afincados tanto en Piqueras del Castillo como Barchín del Hoyo), demostraban algo inequívoco, y que esta vez saldrá a relucir de forma indirecta tras la visita del cardenal, cuando al marchar poco después en dirección hacia las Ventas del Pajaz, el escritor del diario indica que al pasar por Barchín, en aquel lugar “habitaba cierto bastardo de la casa Girón bastante viejo” (Anselmi, 2004, 316). Un dato sumamente revelador, y que ahora a través de este testimonio de la época, viene a confirmarnos una vez más, que ya en 1626, era sabido y notorio, que los hijos bastardos de uno de los vástagos de los señores de Piqueras, eran más que reconocidos en aquellas tierras. Una referencia que ya no solo se apoya en los cruces genealógicos o los testamentos que habíamos leído de sus hijos «secretos», y que ya Willard F. King comentaría a principios de los años setenta, sino que ya también el propio vecindario del lugar conocía de sobra.
Con este testimonio, se parten de pruebas más que fundamentadas para argumentar que las líneas descendientes de la familia y afincadas en Piqueras y Barchín, eran portadoras de la sangre de las grandes casas de la nobleza de la Península durante la Baja Edad Media (Ruiz de Alarcón, Téllez de Meneses, Acuña, Valencia, Pacheco, entre otras). (Agradecer a Alicia Izquierdo Lapeña la referencia sobre este trabajo, y que hasta la fecha desconocía).
FUENTE: https://davidgomezdemora.blogspot.com/2024/02/apuntes-sobre-la-bastardia-de-los-ruiz.html