POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Faltan dos días para llegar al día 20 de este mes de hace trescientos cincuenta y nueve años. Mes del que el refranero deja constancia con aquello de ‘Septiembre es frutero, alegre y festero’, o ‘Septiembre, el que no tenga ropa que tiemble’. En aquella fecha, Françes Godoy, verguero o alguacil, había convocado a los miembros del Consell oriolano para dilucidar sobre algunos temas. A aquella sesión acudieron Jaume Soler de Vilanova, caballero, justicia criminal; el noble Pedro Maza de Lizana, ciudadano, jurado en cap del Estamento Militar, racional; Jaume Martínez, ciudadano y jurado en cap del estamento real; el ciudadano doctor Félix López, jurado; Ginés Sánchez Bellmont, ciudadano y jurado. Estuvo presente, Alonso Rodríguez, notario, subsíndico. Asimismo, no pudo ser convocado el jurado Antonio Thogores, por estar sirviendo al Rey en la Torre de la Horadada para custodia de la costa.
Casi un mes antes, el 26 de agosto, se había dado orden a Ginés Asensi, mercader y cajero en ese semestre, para que abonase a Vicent Selma, platero, la cantidad de diez libras por los gastos que había hecho en conducir a Francisco Rijana desde Alicante a Orihuela, para que hiciera un molde de barro de una cabeza de San Pablo y un dibujo en papel, a fin de poder deliberar la mejor forma de ejecutarla. El encargo era debido a que el Consell, en el año de la peste de 1648, lo había adoptado como abogado contra la misma y como Patrón de la ciudad. La circunstancia de que fuera San Pablo y no otro, estuvo motivada a que salió elegido por sorteo entre 24 santos. Una vez decidido el diseño, en la citada fecha de 20 de septiembre, se acordó escribir al obispo Luis Crespi de Borja, a fin de que lo recaudado por el arrendamiento del jabón y el tabaco se empleara para construir «un medio cuerpo» de San Pablo de plata, por haber hecho voto la Ciudad de fabricar una ermita bajo su advocación.
Dos años después, en 1658, al haberse caído la iglesia y parte del convento de los carmelitas calzados, que se ubicaba en la calle del Hospital, los religiosos mediante un memorial solicitaban a la Ciudad una limosna para las ejecutar las obras, en las casas de Pedro Fernández de Mesa y solares próximos hasta los patios de la casa de los jinjoleros. Se acordó entregar mil libras en diez años y en tres tercios cada uno de ellos, pero con la condición de que la Ciudad se reservaba el patronato de la capilla mayor, el derecho de enterramiento de los capitulares y que, tanto la capilla como la iglesia quedarían bajo la advocación del Apóstol de los Gentiles. Así, comenzaba el patronazgo de la Ciudad con respecto a la iglesia y convento de los carmelitas descalzos. De esta forma, quedaba en suspenso la intención de fundar una nueva ermita dedicada a San Pablo, pues ya había existido una en la calle Santa Justa, destinada a la instrucción de conversos, que había sido fundada según Gisbert y Ballesterios, en 1597. Tras la expulsión de los moriscos, sus ornamentos pasaron a la parroquia de las Santas Justa y Rufina, y en 1625, el local fue destinado para alojamiento de tropas.
En 1657, un año antes de haberse materializado el patronazgo de la Ciudad, se concluyó la construcción de la cabeza y medio cuerpo de San Pablo, a expensas de los justicia, jurados y oficiales de la misma, a cargo de los plateros de Alicante, Bautista Cardoni y Juan Rifant, a los cuales se les abonó 420 libras. Esta obra de orfebrería, tras suprimirse el convento de los carmelitas calzados, fue depositada en el convento de Santa Lucía de las dominicas, y el 17 de mayo de 1850, volvió a ser entronizada en el altar mayor de la capilla de Nuestra Señora del Carmen tras haber sido construido a expensas de los concejales del Ayuntamiento, una vez reedificada la iglesia por la Escuela de Cristo. Actualmente, desconocemos el paradero y la suerte que pudo correr esta cabeza de San Pablo.
Pero, aquel día del 20 de septiembre de 1656, también se trataron otros asuntos de interés para los ciudadanos: así se prohibía a cualquier persona la venta de tocino y saladura fuera de las cuatro casas que se tenían en la Plaza Mayor destinadas para ello, y de acuerdo con el arrendamiento de las mismas. Aquellos que contravinieran esta orden serían multados con 25 libras de las que hechas tres partes, cada una de ellas, serían para el acusador, el Rey y los regidores. El contenido de esto último fue pregonado, ese día entre las 10 y 11 horas antes del mediodía, por Françes Perea, trompeta y corredor público de la ciudad, en los lugares acostumbrados «en presencia de muchas gentes». Por otro lado, se autorizaba a los mayordomos de la Cofradía de Nuestra Señora del Remedio de la iglesia de la Trinidad, a celebrar juegos de toros y torneos, con motivo de la festividad el segundo domingo del mes de octubre. La autorización iba condicionada a que se reservaran para la Ciudad dos ventanas «de las mejores» que hubieran en la Plaza de la Puerta Nueva, que era donde se iban a celebrar los juegos. En la fecha que nos ocupa, se daba licencia al genovés Joan Filape Augustino para poder ejercer el oficio de sombrerero, por seis meses a partir del 20 de septiembre, debiendo contribuir con las tallas y derramas que tenían obligación de atender los demás maestros del gremio.
Trescientos cincuenta y nueve años, desde entonces, y cuánta agua ha pasado por el río, aunque unas veces más, o demasiada, y en otras menos.
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