POR ANTONIO LUIS GALIANO, CRONISTA OFICIAL DE ORIHUELA
Estamos viviendo momentos en los que todo va demasiado aprisa, sin llegar a pararnos a pensar lo que se nos viene encima. Antes, se recurría a la radio, después a la televisión y precediendo a todos ellos, la prensa escrita que monopolizaba las noticias miraba a lo lejos a los pregoneros de antaño que, con su cornetín anunciaban a los paisanos asuntos de su interés, no solo ciudadano sino también nacional.
Ahora todo va excesivamente rápido, y lo que hace pocos años llamábamos como nuevas tecnologías, ahora son más que novísimas, quedando aparatos y otros artilugios informáticos atrasados, y me atrevería a decir inservibles para su uso. Y yo me pregunto, dónde han ido a parar aquellos ‘disquetes’ y los ordenadores con ‘disqueteras’. Este avance vertiginoso ya era vaticinado por dos personajes del género chico, concretamente por el boticario don Hilarión y su amigo don Sebastián que, en ‘La Verbena de la Paloma’ también titulada como ‘El boticario y las chulapas y celos mal reprimidos’, en este sainete lírico con libreto de Ricardo de la Vega y música de Tomás Bretón, estrenado en el Teatro Apolo de Madrid, en 1894, decían: «Hoy las ciencias adelantan/ que es una barbaridad/ que es una bestialidad/ que es una brutalidad». Y no quedaban tan lejos, a pesar de los ciento veintiún años transcurridos, de lo que estamos viviendo con la tecnología.
Pero todo este avance que podríamos enfocarlo bajo el prisma de la información, nos hace mirar atrás, y dirigir nuestros pasos a épocas pasadas en las que la celebración de la feria anual se anunciaba mediante crida o pregón por el trompeta y corredor de la ciudad en la Plaza Mayor, tal como acaeció el 28 de octubre de 1617.
Por esas fechas la feria se celebraba en el mes de noviembre, desde el día de Todos los Santos hasta el quince, conforme a los privilegios que gozaba la Ciudad. Sin embargo, según Justo García Soriano en los artículos publicados en ‘El Diario Orcelitano’ en agosto de 1904 y en ‘La Iberia’ en ese mismo mes y en el siguiente de 1907, al tratar sobre la autorización por parte de Alfonso X, en 8 de abril de 1272, para la celebración de una feria anual, las fechas de la misma, abarcarían desde el 16 de agosto, «otro día después de Santa María», hasta el 18 del mismo mes. Por el contrario, dos años después, a petición del Consejo oriolano, de nuevo, el Rey Sabio, concedió que se celebrase por Todos los Santos. Desde el primer momento se concedieron franquicias y salvoconductos, así como exención del pago de toda tributación a los que concurrieran. Hacía pocos años, menos de treinta, que Orihuela había dejado de estar sojuzgada por el moro, pasando a estar bajo dominio cristiano. Eran momentos en los que era preciso el incremento de población de la entonces villa de Oriola. Por ello, el Concejo aludiendo esta razón solicitó al Monarca la concesión de la celebración anual de la feria, para favorecer dicha repoblación. La celebración de la feria en noviembre, otra vez se vio modificada, adelantándose la fecha a fin de iniciarla nada más terminar el 14 de octubre la de Murcia, «a quinze días después de sant Miguel», con objeto de favorecer la presencia de mayor número de mercaderes y visitantes. Así, durante muchos años se inició a partir de esa fecha, para posteriormente volver al día de Todos los Santos como fecha de inicio, manteniéndose de esta forma hasta el siglo XVIII, en que se volvió al mes de agosto, tal como la hemos conocido hasta que dejó de celebrarse.
Pero, volviendo a aquel lejano año de 1617, en que a través de la crida que se mandó pregonar por el lugarteniente de gobernador general, justicia y jurados, se acordaba celebrar la feria, y se daba a conocer a todos aquellos que concurriesen como vendedores sus telas y mercaderías, que debían estar certificadas, quedando francos de los derechos acostumbrados. Se indicaba además que, aquellas personas que portaran telas, antes de desembalarlas y venderlas debían manifestarlo al escribano de la Sala, para que fueran marcadas con el sello de la Ciudad quedando francas, y aquellos que lo contravinieran serían sancionados. Asimismo, por experiencia se sabía que algunos de los que arribaban a la feria portaban sedas tejidas en el Reino de Valencia así como de Génova, las cuales eran fraudulentas, aunque adquiridas en el primero de ellos; siéndoles prohibida su venta, al igual que terciopelos, satenes y tafetanes de las mismas circunstancias, debiendo estar marcadas y tejidas con la anchura requerida al estilo y práctica de los capítulos del oficio de terciopeleros de la ciudad. Aquellos que no cumplieran con esos requisitos serían multados con cincuenta libras. Por último, los justicias y jurados ordenaban que tanto los mercaderes como otras personas, no comprasen dichas telas consideradas como falsas, si no están examinadas y selladas por el «bollador» o encargado de sellarlas, e inscritas por el citado escribano, bajo pena de sesenta sueldos.
En 1617, todo ello se anunciaba a toque de trompeta, ahora, como las ciencias adelantan, parafraseando a ‘La Verbena de la Paloma’, «que es una barbaridad/ que es una bestialidad/ que es una brutalidad», estoy seguro que transcurridos 398 años echaríamos mano de ‘emeils’ y ‘guasaps’. Aunque no nos haría falta, porque la feria anual en Orihuela dejó de celebrarse hace algunos años.
Fuente: http://www.laverdad.es/